31 de diciembre de 2015

Feliz Año Viejo

Hace muchos años que no escribo una entrada decente para despedir el año. En 2014 no estaba para nada, ni siquiera para sentarme a hacerle agujeros al teclado. En 2013 hice una terrible adaptación de Let it go de Frozen, de la que ahora sinceramente me arrepiento, porque no la soporto. En 2012 estaba enfadada y dolida, pero sinceramente, no recuerdo por qué. Tal vez eso es bueno. Tal vez no lo es. En 2011 ni siquiera se me pasó por la cabeza escribir algo.

Y creo que hoy, que tengo tiempo, es un buen momento para escribir otra vez. 

2015 ha sido un año que ha resultado bastante confuso. Tanto, que no sabría sacar un balance positivo o negativo de estos doce meses. Por supuesto, si me baso en necesidades básicas, el resultado no puede ser mejor, ya que ahora mismo estoy sentada en el salón de mi casa y todo lo que me rodea es simple y llanamente todo lo que yo necesitaba tener cerca para sentirme bien. No obstante, tal vez el mejor repaso al año fuese contar desde el principio. 

Al inicio estaba en Londres, y mi Nochevieja fue bastante extraña, como arrastrada por una corriente que no me hizo exactamente infeliz, pero tampoco fue la fiesta de mi vida. No estaba donde quería, pero pensaba que debía quedarme por un bien mayor, por mi objetivo vital, que a día de hoy sigue siendo Simurgh, aunque los caminos se hayan cuadruplicado y los obstáculos no dejen de crecer delante de mí. Enero fue un mes que empezó (o quiso empezar) inyectándome la energía que yo ya estaba perdiendo; como una herida abierta, mis ilusiones me abandonaban a la rutina y la infelicidad del día a día, y eso me quemaba por dentro. Muy despacio. Aunque en enero dejé de trabajar para una marca de ropa, y eso la verdad es que fue un alivio y un consuelo al mismo tiempo. Me gustaba trabajar en cafetería; me gustaba mucho. Tuve una gran suerte con mis compañeras y mi jefa, y mi lugar de trabajo, y aunque después de marcharme no me he portado de manera del todo elegante, sé agradecer dentro de mí las horas que el café me alegró la vida. Con todo. Me encantó Pimlico Fresh y su universo de delantales negros y manchas en las muñecas.

Después apareció la posibilidad de hacer la tesis, apareció HLK y Zurich, Suiza, y todo un mundo de mandar correos a congresos y volver a crecerme en el campo profesional, pensando que podía servir para esto de alguna manera, de la que fuese. Y sufrí mucho tomando la decisión, y aunque ahora siendo que es la correcta, sé que en mi interior nunca dejaré de preguntarme qué hubiese pasado si hubiera dicho que no y me hubiese centrado en la Reina de los Cielos, como en realidad quería hacer. Imagino que nunca lo sabré. 
Esa Reina de los Cielos que gracias a una persona resucité de entre los muertos y convertí en una página, una plataforma de Blogger donde escribía sobre Mesopotamia y Persia, y que poco a poco (muy poco a poco) ganaba seguidores, ganaba lectores, y aunque nunca llegaré al nivel de las it-girls o de las bandas de música, me sigue alegrando la vida cada comentario o mensaje que me encuentro, de alguien completamente anónimo, que me escribe para decirme que le gusta lo que hago (o hacemos, pocos saben que estoy yo sola). 2015 me ha traído mucho para Las plumas de Simurgh, ha sido un gran año en cuanto a la página se refiere, y a través de ella han venido muchísimas cosas fantásticas que agradezco de corazón. Porque ha sido mi manera de mantenerme en el camino, en el mío exclusivo y personal. Y aunque ahora no tenga demasiado tiempo para dedicarle a Ella, sé que siempre estará conmigo, allá donde yo vaya, porque sufre de ser desconocida y poco importante para el resto, cosa que me viene fenomenal. 

Más adelante llegó Buru. Llegó El rey pastor, que es lo mejor que he escrito nunca. No es la mejor novela del mundo, y le queda todavía para ser coherente o buena, pero para la escritora que llevo dentro supuso un giro de 360º, una revelación, un lugar al que nunca pensé llegar ni siquiera a asomarme. A 2015 no le debo a Buru, pero de alguna manera sí se lo debo. Buru, que sigue esperándome, porque sabe que ahora, como a Simurgh, no tengo tiempo que dedicarle. Pero en cada día de mi vida está él, como con la Emperatriz del Cielo, y caminan conmigo mientras araño segundos para trabajar en ellos. Como llevo diciendo muchísimo tiempo, no me puedo inventar cómo funciona una ciudad mesopotámica, o me asesina la comunidad científica (y con razón). Buru es uno de mis grandísimos recuerdos de 2015. 

Y al poco tiempo se convirtió en mi única razón para levantarme por las mañanas, porque las paredes y los mecanismos de mi cabeza empezaron a romperse. Yo no me daría cuenta hasta noviembre, pero echando la vista atrás me doy cuenta de que ya en marzo estaba rota. En Londres me rompí. 

En abril volví a casa. Pero no volví a tiempo. En abril se murió el roble más fuerte que he conocido nunca. 

Se sucedieron los meses entre intentar preparar papeleo para la futura tesis, escribir artículos para Las plumas de Simurgh, intentar parchear las heridas que Inglaterra me había hecho y mucho, muchísimo Rey pastor. Ahora mismo escucho las canciones que le dieron energía a mis dedos para escribir escenas que nunca hubiese pensado que podía escribir. Y aún queda tanto por arreglar. 
El verano tuvo sus momentos, pero agosto terminó de matarme. El agotamiento ya me estaba socavando las ojeras y el alma. Empecé a estar harta, y todavía quedaba mucho por venir. Yo no lo sabía. Me refugiaba en el reflejo de una piscina y un cómodo statu quo en el que nada importaba si no me afectaba directamente. Empecé también a llevarme profundas decepciones con personas exageradamente concretas. Empece a preguntarme tantas cosas que los mecanismos dentro de mi cabeza se rompieron un poco más. Y en septiembre, todo estalló. En septiembre vino Florencia y dos meses de agonía y sufrimiento. Lo pasé muy, pero que muy mal, y lo voy a dejar ahí, porque tampoco es cuestión de recrearse. Septiembre fue espantoso. Lo bueno que tuvo es que me mudé otra vez, donde ahora vivo cómodamente y hago cosas que disfruto. Pero ya estaba empezando a transformarme.

En octubre sucedió algo terrible. 

En noviembre cumplí 25 años y tuve una fiesta que me abrió las alas y los ojos. A todo. En noviembre mi transformación se completó, cuando admití que estaba enferma. Que me había puesto enferma. Y todo cambió para mí. Digamos que fue el final de ese camino que había empezado en marzo, y borré todo cuanto tenía en la cabeza para analizar mi vida desde cero, desde el principio, e intentar ponerme mejor. Curarme. Avanzar. Las decepciones crecieron, pero también creció la barrera que yo construí a mi alrededor. Se sucedieron los mensajes en un teléfono que muchas veces estuve tentada de lanzar por la ventana. Me convertí en la persona que soy ahora. En una versión un poco más oscura, más cansada, menos "como antes" de mí misma. Empecé a cuestionármelo todo. Y a todo el mundo. A callarme más y menos al mismo tiempo. 

2015 me ha traído a Zofia, y una versión más amable de mi primera impresión de Zurich. 

Y llegó diciembre, y el momento en que yo me senté a reflexionar sobre el teclado. 
En estos últimos días en los que de verdad he tenido vacaciones me he dedicado a disfrutar de mis verdaderos regalos de 2014. He releído El rey pastor y he escuchado mis intervenciones en la radio, me he acostado a las tantísimas jugando con mi hermano a Heroes III, he pasado tiempo con mi pareja, he exprimido a parte de mi familia tan fuerte contra mí que la felicidad parecía irreal. He estado muy bien desde que empezó la Navidad. Tal vez porque el año anterior no la tuve, esta he sido muy feliz. Porque he hecho lo que he querido y, también, no he tenido que trabajar. 

Puedo concluir que 2015 ha sido un año que me ha cambiado casi por completo. Si me pondré bien o no, no lo sé, pero desde luego lo espero. Ya estoy mejor en realidad. Pero ya nada es lo mismo, porque ni siquiera yo soy la misma. Siento que he crecido, que me he hecho mayor, y que las ojeras me pesan bajo los ojos. Que soy feliz en una calmada actitud, que tengo pocas ganas de saltar pero sí de sonreír, que echo de menos a gente que dejé en Madrid y que recuperaré pronto, que no quiero ver a todo el mundo al que antes sí quise. De verdad me noto cambiada. 

No le pido nada a 2016. Nunca le he visto mucho sentido a eso. Un mensaje de voz que he escuchado hace unos minutos me decía que el año empezaría con fuerza, con ganas, con una pisada potente sobre el suelo. Que seríamos felices y que nos romperíamos los dedos y las dioptrías trabajando. Que saldríamos adelante. Yo, ahora mismo, no quiero nada especialmente. 
Me cruzaré de brazos a observar cómo se desarrollan los acontecimientos, mientras sigo haciendo aquello que me lleve a encontrarme mejor. 

Soy terriblemente pesada, pero lo escribiré de nuevo. Qué grandísima alegría me dejó el 2015 cuando decidí sentarme a contar lo que pasaba tras los muros de Uruk. 

23 de diciembre de 2015

Las ilusiones de siempre

Quizá es porque el año pasado yo no tuve Navidad, pero me ha hecho mucha ilusión montar y decorar el árbol con mi padre, con la música de High Kings de fondo, y ese sentimiento de haber vuelto a casa que tengo tan pocas y contadas veces en mi vida. Y es que tenemos que celebrar las pequeñas victorias. 
Además, respeto la opinión de quien tenga por consumista o artificial estas fechas, porque su punto tiene. Pero a mí, qué voy a hacerle, me encantan. Lo mismo es, me repito, porque yo el año pasado no tuve Navidad.

22 de diciembre de 2015

Los envidiosos dirán que fue suerte

Querida seannachie,

En primer lugar, felicidades. Estos pequeños triunfos hay que celebrarlos, y creo que como la mitad ciertamente pretenciosa que soy de ti misma, puedo decir que te lo mereces. Que te mereces esta pequeña victoria, que tiene pinta de transformarse en una quizás un poco más grande. Ya que el Rojo nos mantiene los pies en los asuntos terrenales, permitámonos un segundo de regocijo celestial y divino, que nos llene los pulmones de aire nuevo. Aire quizá de Sierra Nevada, quién sabe. 

Sé que no es tu mejor momento, así que tampoco es el mío. Veo cómo se suceden los días sin que haya un avance real, y conozco tu desaliento y tu desespero a la hora de enfrentarte a cada mañana, dejando atrás las noches sin dormir. También sé que estás planteando tu vida desde los cimientos y que eso no es sencillo. Muchas cosas han cambiado, están cambiando, van a cambiar. Y eso no le gusta a las personas; los cambios dan miedo, los cambios asustan. Pero son irremediablemente necesarios. Soy consciente de ese anquilosado sentido del honor que compartes con tu hermano, y créeme, tal vez la culpa la tenga esa herencia medieval que se mantiene en tu interior, que como aquel caballero manchego te hayas contaminado de cierto "medievalismo". Nunca te diré que lo retires, sino que te animaré a mantenerlo. Creo que el honor es hermoso. Creo que trae decepciones quizá más profundas que al resto, pero aún así, sus retribuciones son bellas. 

Sé que no está siendo fácil.

Pero también conozco tu esfuerzo, tus momentos de apretar los puños y tragarte el orgullo y las pastillas con el mismo vaso de agua. Sé que te ha supuesto un gran esfuerzo admitir que necesitabas una ayuda un poco más intensa, y sé que mensualmente aprendes a enfrentarte a uno de tus mayores miedos, que está afincado en el norte. Sé que te pasas horas y horas en la biblioteca leyendo sobre un asunto que, en realidad, no te gusta, pero al que estás descubriendo y amando muy despacio, como se construyen los amores más sólidos de la historia.

Y detrás de todo esto, se mantiene se amor incondicional y esa valentía que te caracteriza, por seguir dejándole un espacio en tu mente y tu corazón al mayor sueño de todos. Aquella ave hermosa y fantástica que sobrevuela tu cabeza casi constantemente. Los envidiosos, los que no sepan como yo sé, dirán que fue cuestión de suerte. Que estuviste en el momento adecuado, en el lugar adecuado. Pero ellos no saben, como yo sé, las noches de lágrimas y las heridas en las manos que pelearse por ese sueño causó. Sus corazones no conocerán tu soledad y tu tristeza en aquel lugar tan frío, y tampoco tus venas y ojos hinchados después de una semana entera sin salir de la biblioteca. Pero yo, ahora, estoy orgulloso de ti. De este pequeño triunfo, y tan feliz de que hayas descubierto que sí, que es posible, que al final de esta etapa está la luz celestial a la que aspiras, y a la que, Dios lo quiera, terminarás dedicándote.

Vienen días duros, igual que los que pasaron, pero no dejes que te amedrenten. Sigue descubriendo el mundo y no te detengas bajo rayos de sol, ni bajo tormentas. Porque el camino únicamente se alcanza calzándose las botas y dando el primer paso. 

Lo conseguirás. Siempre encontrarás una manera de conseguirlo. 

Desde tu interior, con infinito cariño

Tu Avani ibn Tahir interior

PD: De algo tenía que servirme estar aquí dentro

18 de diciembre de 2015

Yago

Pero tú eres así, nadie te va a cambiar.
Es tu forma de ser, tu manera de amar.
Es mejor despertar que seguirte soñando.
Porque a ver si al final tú decides cambiar, y no te quiero tanto.

14 de diciembre de 2015

GeS

Pero a ver si sale el sol en este campo de concentración que llaman 'vida', que llaman 'muerte'. Si, al fin y al cabo, hablamos de suerte. ¿Dónde estará, qué droga será, para sonreír una vez más? Quiero volver a ser el que un día fui. Vivir sonriendo, y no sobrevivir. Préstame tú tu claridad, antes de que llegue la oscuridad. 

Nadie va a cambiarlo por ti, nadie va a cambiarte, nadie menos tú. Volverse loco es fácil. 

Me quedo a ver si sale el sol en este campo de concentración que llaman 'vida', que llaman 'muerte'. Si, al fin y al cabo, hablamos de suerte. ¿Dónde estará, qué droga será, para sonreír una vez más? Quiero volver a ser el que un día fui. Vivir sonriendo, y no sobrevivir. Préstame tú tu claridad, antes de que llegue la oscuridad. 

Gritando en Silencio - Nota de un suicida

12 de diciembre de 2015

Las cosas de Avani LIV

"La gente de las montañas sois todos muy maleducados"
"¿A que te parto la cara?"
"¿Tú ves?", se ríe mi Avani ibn Tahir interior, obviando por un momento que él también podría considerarse de las montañas

9 de diciembre de 2015

Hoshi no Uta

Hemos alcanzado un nivel tal de confianza que se te ocurre llamarme por teléfono cuando estás meando. Como si no pudieras esperar dos minutos a escuchar mi voz en el auricular. Ahora podemos discutir de cosas que nos preocupan de verdad y sin gritar, sin ponernos nerviosos (más de lo que en general somos), y con los corazones abiertos en las palmas de las manos. Porque estamos preocupados, estamos tristes. Y a los dos no nos funciona demasiado bien la cabeza. 
Me ha gustado. Repitámoslo. 

8 de diciembre de 2015

Diez cosas buenas antes de dormirme

Las cosas no van bien, pero hubo un tiempo en que fueron de maravilla. 
Hubo días en los que me reí sin sentirme culpable por no estar haciendo alguna que otra tarea importante, hubo noches en las que dormí del tirón, y hubo otras en las que unos dedos traviesos no me dejaron dormir. Hubo días en los que comí tanto y tantas guarradas que sentía que podía rodar por la calle y llegar a casa haciendo la croqueta. Hubo otros días en los que viví de broma en broma o de chismorreo en chismorreo, siendo simplemente alocada y tonta al mismo tiempo, pero feliz. Momentos en los que todo funcionaba y no importaba el ámbito de mi vida que fuese; la universidad, la familia, el amor, los amigos. Momentos en los que las redes sociales fueron testigo de mi emoción y del tremendo amor que quería repartir entre todos. 

Las cosas están jodidas, es verdad, pero hay minutos en los que parece que todavía hay algo que funciona. Alguna bombilla que se enciende dentro de mi cabeza. Y es que, pese a todo, la parte más dura y la que más me alivia al mismo tiempo es ser plenamente consciente de lo que está pasando. El asunto se complica ante la impotencia de no poder hacer nada ya, ahora, inmediato, que me arregle el upstairs y me sacuda el polvo de los ojos. No tenemos esa fórmula mágica, qué va. Todo se va, dice mi compañero sentimental, pero lo peor es pasarlo. Y tiene razón. 

Ya no quiero a las personas como las quise. Y es que tampoco quiero quererlas así. No hay un motivo o una razón. No ha pasado nada (o quizá es que han pasado muchas cosas, todas a la vez). Simplemente, no siento que me apetezca. No siento que me apetezca nada. Ni nadie. Y qué le hago, si tampoco es que vivir en este estado me moleste. Me ataca el sentimiento de culpa de que, al final, mi historia se repite y que soy incapaz de conservar nada ni a nadie durante un periodo largo de tiempo. Tal vez porque me preocupo demasiado, tal vez porque estoy condenada a la renovación y al cambio constante. Pero, otra vez, qué le hago, si siento que las personas que me rodean no se mueven, y yo sí lo hago. O que caminan en otra dirección, y eso nos va separando poco a poco. 
Una voz impertinente y suave dentro de mí me habla: ¿Qué esperabas, en realidad? ¿Cómo vas a mantener algo en el tiempo, si nunca estás en el mismo sitio? Si, en verdad, nunca estás. Si no puedes quedarte, no puedes conservar lo que se queda. No sabes quedarte, no sabes volver el tiempo que sería necesario. Es tu manera de vivir. Haría falta mucha paciencia y mucho valor, y en general nadie da muestras.  

Las cosas, uf... Las cosas están de no sé qué color, pero es oscuro. 
Y deduzco que esta noche tampoco voy a dormir. No obstante, contaré, como cada noche desde que Bob me lo enseñó, diez cosas bonitas que haya tenido mi día. 



Por unas cosas o por otras, en la azotea siguen fundidas las luces y en general no siento que haya mejorado mucho. 

Nobody can fix me if I'm part of the problem, dice J-Dog. 



¿Quiero a mis amigos de antes? No. ¿Quiero amigos nuevos? Bueno, la novedad nos hace valientes porque pensamos que no nos juzgará. Y si lo hace, nos importará poco. No, tampoco quiero amigos nuevos. ¿Entonces qué quiero? Ah, cabeza, si eso fuera tan sencillo de contestar, no tendríamos estos problemas.