30 de junio de 2015

Ella vigilará tus pasos

Se ha acabado junio y me da la impresión de que no he hecho absolutamente nada de lo que tenía que hacer. 

24 de junio de 2015

El verdadero rey pastor

El 24 de marzo pasó algo que puso mi vida del revés, y es que empecé a escribir una tontería, o lo que en ese momento no era más que la versión Disney en mi cabeza de un trailer, un avance de una película animada, en la que toda Mesopotamia estaba mezclada en mi cabeza, para contar una historia que yo acababa de descubrir. 
Puede no parecer mucho a simple vista, y es que en realidad no lo es. Empiezo una historia que no acabo, de media, dos veces al año. No las termino, por más claras que las tenga o más vueltas que les dé. Simplemente no pasa. Y me fastidia, porque justo antes de empezar mi aventura por Londres construí a medias el universo de los Braconieros, basado en la serie RWBY que me había encontrado por Internet. Con esa historia de cazadores y amigos yo quería exigirme un método de escribir diferente, serio, real. Como el que tiene Carlos, mi amigo de la facultad, y que envidio desde lo más profundo. Yo soy lo más inconstante que existe, y en tema de historias escritas esa inconstancia se multiplica por mil. No puedo parar de crear, pero tampoco sé terminar nada de lo que empiezo. 

Y de repente se me cruza en el camino Lugalbanda y me dice "cuenta mi historia, pero a tu manera". Y de repente en tres meses tengo más de lo que yo había escrito en ninguna otra de mis "novelas". De pronto a la gente le gusta, al menos a los cuatro o cinco que se lo han leído, y yo me doy cuenta de la calidad que destilan las líneas, de lo mayor que me he hecho y cómo han crecido mis ideas conmigo. Me doy cuenta de que lo que estoy haciendo no es malo, que me gusta, y que estoy orgullosa de ello. Sorprendente. Por un momento, lo veo claro. Y lo veo entero, porque sé exactamente qué es lo que tiene que ocurrir en cada episodio y dónde acabará la historia.
Veo a Lugalbanda sin dejar de correr, y eso es algo que no termino de creerme. 

Porque, seamos sinceros, yo no esperaba que esto me fuese a ocurrir a mí. Pensaba que mi vida literaria iba a estar condenada a imaginar todas mis historias en mi cabeza y solo en mi cabeza, a ponerme música para recrear las escenas o para hablar de ellas con Diana y con Carla, que las pobres son las únicas que me aguantan la tontería y las que más sufren mis intermitencias.

Pero es que de repente ha aparecido "El rey pastor", y hasta del título estoy orgullosa. Estoy orgullosa porque de alguna manera traigo de vuelta un pasado que el mundo está muy cerca de olvidar. Porque me gustan los personajes, todos, hasta el gilipollas de Gilgamesh y el lerdo de Enmerkar. Porque le he construido a Lugalbanda una vida con mucho sufrimiento y mucho amor, el amor más grande que el mundo puede concebir. Porque tengo el privilegio de tomar la voz de Inana, de Shamash y hasta de Nanna, uno de mis mayores misterios sin resolver. 
Porque cada página es una oda a la gloriosa Mesopotamia y, sobre todo, a mi particular visión de las cosas. Tal vez toda esta euforia viene derivada de que trato algo que la gente no conoce, al menos en mi entorno, y el morbo del saber me vuelve segura y hasta pretenciosa. 

Ahora tengo que hacerlo, porque esto ya es un pacto con el Cielo, con An y con Ki. Quiero acabarlo, tengo que acabarlo. Tengo que acabar "El rey pastor", porque tiene que reinar. Y correr, siempre correr. Porque tengo que llegar a sacar en sus renglones a Nanna, a Pazuzu, a Anzû y a los que yo misma he creado: a Usakar, a Ama, a Ningirsu, a Einud. Porque Lugalbanda tiene que vivir, amar, llorar, sufrir y morir conmigo. Quiero acompañarlo y que me acompañe.
Tengo que terminar "El rey pastor". 

Solo de pensarlo, algo por dentro me explota de alegría.



Voy a acabar "El rey pastor". Esta vez sí. 
No me importa demasiado qué suceda con el resto de historias que tengo en el tintero, en la cabeza y en el disco duro del ordenador.
Pero esta la termino. Vaya que si la termino.

Es voluntad de An y de Ki. 

23 de junio de 2015

Las cosas de Avani XXXXVIII

"La pornografía encubierta en el Londres del siglo XIX. Qué bien, ¿no? Dos de tus grandes amores juntos en una misma frase. ¿Voy a buscar la mercromina para cuando dejes de darte golpes contra la pared? Ella no tiene la culpa, querida", se burla mi Avani ibn Tahir interior, por motivos evidentes. 

22 de junio de 2015

Ink

Si no fuera por ti, pajarito.
¿Qué hago? ¿Me tatúo o no me tatúo?

19 de junio de 2015

Escape de gas

Me pone nerviosa la gente que hace una y cuenta veinte. La gente que solo valora su propio esfuerzo, y únicamente cuando lo lleva a cabo. Cuando se da cuenta de que esforzarse, qué le vamos a hacer, pica. Duele, escuece. Que no es agradable, vamos. Es entonces cuando levantan la vista al cielo y claman al universo que se curve (estaba pensando en bow, pero la verdad es que no tiene gracia) y admire lo cansados que están de hacer lo que simplemente les toque. 

Me imagino la pesadez con la que miran las manos llenas de callos a las que acaban de empezar a sangra. Porque es que hay que joderse, es que hay que joderse. Que ahora va a parecer que los que estamos callados (y yo no es que esté callada todo el tiempo) es que no hacemos nada. Que no sudamos cuando vamos al gimnasio, que no nos duele la cabeza cuando estudiamos o que no tenemos ganas de liarnos a guantazos cuando las cosas nos cuestan el doble o el triple de lo que deberían. 

Si no lo digo, reviento. Y ya lo he dicho. 

16 de junio de 2015

El ángel lleva una pistola

"Tienes cara de preocupación. ¿Qué te pasa? ¿Quieres hablarlo?"
"En realidad es largo."
"..."
"¿Tienes tiempo?"
"Voy a preparar té."



¿Sería posible?

8 de junio de 2015

Assemble

Tus mejores amigos.
Parece un término sencillo o claro de definir, pero no lo es para nada. 

Tus mejores amigos. ¿Quiénes son tus mejores amigos? Con ellos te peleas. Empezando por ahí, te peleas porque crees que vale la pena. Sí, y todos los sentimientos loables y nobles que queramos añadirle. Pero te peleas. Y vaya si te peleas. Les dices cosas que no le dirías a nadie más en este planeta. Les dices lo que piensas y la manera en que lo piensas (o, al menos en un caso personal, intentas que esto sea así un 90% de las veces). A tus mejores amigos les reprochas comportamientos que en el resto de la población te dan igual, básicamente. Les riñes porque su casa no está limpia. Les gruñes para que se pongan a estudiar. Les preguntas qué demonios están haciendo con su vida cuando crees que la están desperdiciando o viéndola pasar, mientras se rascan la barriga y creen que son felices en un espejismo de colores, cristalitos y humo. 
A tus mejores amigos los apoyas hasta en el último plan descabellado, pero que les quede claro que pensaste que había lagunas desde el principio. Pero siempre estarás ahí para sujetarlos cuando vayan a tropezarse con sus errores. A ellos les prometes lo que, en teoría, no te atreves a prometer a nadie: la eternidad. Prometes que por más que cambiéis (la adolescencia ya dejó claro que el cambio es inevitable) siempre habrá un tema de conversación entre vosotros. Una llamada de teléfono, un grito de auxilio, un cable aunque sea al cuello.
A tus mejores amigos los odias muy a menudo. No los quieres siempre, precisamente porque los conoces y te sacan de quicio todas sus manías. Los querrías tirar por un acantilado, de media, siete veces al año. Tienes menos paciencia (o más) con ellos que con cualquier otro ser humano. Y, esto es muy importante, eres lo suficientemente honesta contigo misma como para reconocer que no les quieres siempre, pero que cuando les quieres, es a morir y a matar. A tus mejores amigos los detestas, y esto es así. 

Porque ellos hacen exactamente lo mismo por ti. Exactamente lo mismo. Porque no hace falta tener la misma ruta profesional para que ellos te cojan el teléfono cuando acabas de vender cuatro años tu alma a un proyecto descabellado. No hace falta tener los mismos gustos musicales cuando fallece un familiar y tardan segundos en estar todos rodeándote con sus brazos. No es preciso coincidir en todo cuando te abrazan cada vez que te ven como si llevaran semanas sin verte, y se despiden como si nunca fueras a marcharte. 
No hace falta el universo para acudir a una llamada de socorro, cuando dejas un mensaje instantáneo que reza: STUPID FAMILY, ASSEMBLE.

Creo ser honesta como para escribir estas palabras. Porque honesto ha sido el sentimiento de estos días, cuando por un momento me he integrado en un grupo de superhéroes a los que soporto poco. ¿DC o Marvel?
Por suerte o por desgracia, yo siempre seré de Spawn. Pero sabed... que ellos no me quieren así. Ellos me quieren más.



La residencia damosa ahora es una realidad y eso me da vueltas en la barriga.
Cosas que tienen que ver, y otras estupideces.