26 de diciembre de 2014

Arañas

Piel de princesa y cuerpo de guerrero. Admitamos que la combinación no es la mejor.

25 de diciembre de 2014

Momento revelación 21

Yo siempre he sido muy, muy de villancicos.

Para que llenes de luz la oscuridad.
Para que nunca te canses de volar.
Para el día te enseñe la verdad.
Para que el viento te silbe al caminar.

Para que se abra la puerta y no se cierre más.

23 de diciembre de 2014

Hamza

Hoy una niña me ha devuelto la paz. Y la fe en la humanidad. 
El día no había sido especialmente malo; yo había salido de casa con la intención de disfrutar al máximo, a pesar de todo. Sin embargo, algunas cosas me han salido al paso y han conseguido cabrearme. Aunque al final he concluido que no tenían importancia y que no iban a estropearme el día, ha venido una niña a la tienda que, como decía, me ha devuelto la paz. Casi puedo afirmar que me ha salvado la vida. 
Mientras estaba arreglando los raíles con las chaquetas, dos mujeres y esta niña se han acercado justo a los abrigos que yo estaba ordenando. Le querían comprar un abrigo a la niña. 
La niña iba en silla de ruedas y tenía parálisis cerebral. Y me ha recordado tantas cosas. Ellas eran de Kuwait y la única que se defendía en inglés era la más joven de las mujeres. Han puesto de pie a la niña y le han probado un par de abrigos. Como he intercambiado un par de palabras con ellas, la niña me tiraba de la manga cada vez que se probada una chaqueta nueva, y daba la vuelta entera para que yo la viese. Era la viva imagen de la ternura. Llevaba un gorro peludo y gigante con orejas de oso, un collar de cuentas de plástico con un cristal rosa y unas bambas a las que no les cabían ni más estrellas ni más purpurina. 
Con mi desastre de árabe, hemos intercambiado un par de palabras. "Estás muy guapa", "hola", "la paz contigo", "me llamo Laura". Ella me ha contestado, con una enorme sonrisa, "Hamsa" o "Hamza", soy realmente incapaz de recordar cómo era su nombre exactamente. 
Cuando por fin se han decidido, yo le he dado las gracias a la niña con una enorme sonrisa. Sonrisa sincera, por supuesto. Han sido los siete minutos más felices de mi jornada. Entonces, ella me ha cogido la mano para decirme adiós, y yo creía que iba a estrechármela, como cuando nos habíamos saludado. Pero de repente me ha dado un beso. Justo en los nudillos que, casualidades bellas, es donde tengo las dos cicatrices que Londres me ha hecho. 
No he podido sino hacer mi sonrisa más grande, apretar sus finos dedos con cariño y decir "shoukran yaziilan" mientras movía la mano. Y entonces han desaparecido detrás de las escaleras mecánicas. 
Me he dado la vuelta y he seguido ordenando las chaquetas. Y menos mal que estaba de espaldas a todo el mundo, porque después me he puesto a llorar.

Hamza tenía parálisis cerebral y me ha besado la mano para despedirse. Me ha recordado tantas cosas. Me ha devuelto la paz y la alegría al corazón. Me ha recordado cuáles son las cosas importantes, y que es mucho mejor enfrentarse al mundo con unos ojos llenos de vida y llenos de amor, pese a todo, pase lo que pase, y nunca rendirse por negros que vengan los nubarrones. 
Con ese beso ha venido un perdón, un alivio para mi interior, sin yo saberlo. 
Gracias, Hamza. Gracias por ser tan bella. 

29 de noviembre de 2014

29 de noviembre

El 29 de noviembre de 2014 pasó algo que sobrepasó todas las barreras de lo inesperado para mí. Que le dio una vuelta de tuerca a mi vida y me hizo crujir las vértebras del cuello. Algo que hizo que, a partir de esa noche, nada volviese a ser lo mismo. Un antes y un después. Un punto de inflexión. 
¿Y qué pasó? 
Que os vi. Que os tuve a menos de tres metros.
Ya está.

Keep singing this song and we can live forever. 

Empecé a escucharos con vuestro primer disco, hace cosa de seis, siete años, cuando aparecisteis en mi vida casi para salvarla. Y digo "casi" porque no fuisteis directamente los culpables de mi inyección de energía, pero tuvisteis mucho que ver. Como siempre lo habéis tenido. Para cada momento y para cada año tenéis una canción. Siento que habéis crecido conmigo; casi mejor diría que me habéis ayudado a crecer y a pensar de otra manera. Me hicisteis descubrir que a veces hay que ponerse una máscara para decir la verdad, y que eso no es un gesto de cobardes. Habéis sido en muchas ocasiones la pura esencia de mi misma, habéis dicho las palabras que yo quería decir y desde hace años que todos los días os llevo conmigo. 
Fantaseaba con ir a un concierto vuestro desde que escuché Swan Songs. Me imaginaba cómo sería poder gritar y saltar con vosotros, en directo. Y vaya, lo hice. Ya lo he hecho. De repente la fantasía fue real y el cansancio de mis circunstancias casi consigue que no disfrutase de vuestro momento. Pero allí estuve, acompañada de la persona con la que siempre quise compartiros. Con mi hermano. 

So I guess you had to leave, you were born with wings!

De repente, me di cuenta (cuando salisteis al escenario) de que me sentía como si me estuviera reencontrando con viejos amigos. Con personas a las que, de alguna manera, ya conocía desde hacía tiempo. Imagino que en parte no me equivocaba. Y es bella serenidad de la confianza... lo cierto es que me encantó sentirla. Serenidad que se esfumó en un momento en cuanto vi aparecer frente a mí, justo frente a mí, a J-Dog y su máscara blanca. Que una también tiene sus debilidades. 
Gracias por la música, gracias por estos años. Gracias por haber tenido la oportunidad de veros (aunque casi acabase físicamente conmigo en algunos momentos). Y gracias por City, California, Everywhere I go, Young. Gracias por esa oda al principio de los tiempos, a las primeras canciones, que fueron un regalo especial para mí, una manifestación del recuerdo, un flash-back para reivindicar que yo estuve ahí desde el principio, y que vosotros estaréis ahí hasta el final. 

Y, por supuesto, gracias por Bullet.
GRACIAS. Gracias por mi canción. Gracias por LA canción. 

I wish that I could fly, way up in the sky. Like a bird, so high. Oh, I might just try. 

26 de noviembre de 2014

Sigo viva

Maldita esa mirada de tus ojos negros blancos.
Maldito aquel embrujo de tu pelo negro blanco.

Porque estoy enamorada de tus ojos negros blancos.
Si no, qué. Qué iba a hacer yo sin ellos.

25 de noviembre de 2014

Alamá

Está claro que las grandes historias siempre se escriben después de un gran fracaso. O después de un gran tropiezo, un gran abismo, una gran tristeza. Mi cabeza es peligrosa y me hizo entrar en un vórtice que solo alimentaba mi soledad, mis miedos, mis fantasmas dentro y alrededor de la cabeza. Y así era imposible ver la luz, por muy fuerte que me estuviera cegando. Me he visto sola y rodeada de oscuridad, en un lugar que no conozco con una lengua que no es la mía, en un sitio donde ir a hacer la compra es sangrar por los oídos por cada penique que tienes que sacar del bolsillo. En un sitio donde rara vez sale el sol (aunque he de decir que lo he visto varias veces), y donde me vine con gente a la que no estoy segura de conocer. Un lugar en el que a la hora de la merienda ya es noche cerrada. 
Y sola, extremadamente sola. Sin ningún hombro viejo sobre el que reponerme, apoyarme para recuperar el aliento. Por una vez, el dragón ha tenido que lamerse las heridas solo. Y tanta soledad casi termina por volverlo loco. 

He estado muy cerca de rendirme. De verdad me he visto a mí misma haciendo las maletas y volviendo a casa, porque en este país de locos ni siquiera en la universidad me dejaban entrar. Me he sentido tan sola como hacía años no recordaba. Solo soy capaz de evocar un momento similar, pero no tuvo demasiado que ver porque tenía catorce años y vivía con mis padres. Los tenía cerca, los tuve cerca. Ahora no. Ahora, como les dije yo a mis niños este verano, "el lobo grande caza solo". Y madre mía. Dónde iba yo, con la cabeza llena de pájaros y una vaga idea de lo que sería cruzar el mar para afincarse en una isla. Dónde iba.

Sin embargo, ha venido a rescatarme el amor. Lo que al principio casi acaba matándome se ha transformado en la energía necesaria para remontar el vuelo, darle una patada a la mierda que tenía alrededor y a abrir las cortinas, las ventanas. Respirar. Abrir los brazos al viento y respirar. 
Mi familia, mis amigos, mi pareja. Estos días pasados me he sentido querida, respaldada, fuerte. He llorado un río más de tres veces, y me he abrazado a mi hermano porque era mi último respiradero, el último hueco por donde el oxígeno podía entrar en mis pulmones. 
He estado tan cerca de rendirme.
Pero no esta vez. El sur ha venido a darme fuerzas. Los olivos me han hecho arañazos en las palmas y casi me matan unos tacones que no estoy segura de volver a ponerme. Pero toda mi familia, toda mi gente del sur, todo ese amor me decía lo mismo: no te rindas. Nunca, jamás. Todos sabíamos que iba a ser complicado, porque nada ha salido según el plan. Pero eso no importa. No importará mientras me levante cada día con una sonrisa y la energía necesaria. Dará lo mismo que pueda estar sola si recuerdo cuánto amor, cuantísimo amor tengo en mi cuerpo, cuánta gente hermosa que me ama, que me quiere incondicionalmente. 

Vendrán más lágrimas y me cagaré en la puta muchas veces, aunque nunca volveré a darle un puñetazo a la pared. La pared siempre gana. Sé que voy a volver a llorar, pero esta vez seré consciente de cada lágrima. Y cada día que pase será uno que me lleve más cerca, a la cima, a tocar la cumbre del Alborz y a verte la cara a ti, reina, emperatriz, diosa de los cielos. 

Yo quiero, yo puedo, yo voy. 
Gracias. A todos. Por todo.
El amor será el que me empuje, y la pasión por un sueño será la que me guíe. 



Nada me detendrá, nada me hará volver la vista atrás.
Bajo rayos de sol, bajo tormentas, no me detendré. 

17 de noviembre de 2014

La pérfida Albión

Predije que lloraría y aquí me encuentro.
Llorando sobre un suelo en el que no quiero estar, llorando por una tierra a la que no quiero volver. 

Rewend turned Ayyar, y eso duele tanto. 

15 de noviembre de 2014

Piedra caliza

"A ti hoy te da, ¿eh?"
"A mí hoy me da."

Me jubilo de sentir. Me voy a metamorfosear en piedra caliza.

12 de noviembre de 2014

9 de noviembre de 2014

No voy a dejarte solo

Nunca. No importa que me lo pidas. Nunca voy a dejarte solo.
No importa lo lejos que te vayas, lo profundo que te escondas o las piedras bajo las que te entierres. Yo siempre voy a encontrarte. Porque para eso están los amigos, y los hermanos todavía están para más.
Coge el cabo que te lanzo. Por favor. Porque si nos separamos, seguro que no sobrevivimos. 
Pero si nos mantenemos juntos, todo saldrá bien. 

29 de octubre de 2014

Las cosas de Avani XXXXIII

"¿Conoces la situación en la que tienes en lo alto de la estantería un saco que no alcanzas a ver del todo porque está demasiado alto? Ese saco tiene un pequeño agujerito, un descosido, que deja ver una mínima parte de su contenido. No obstante, no es lo bastante grande como para saber realmente qué hay en el saco, así que decides subirte a un taburete y tirar del hilo suelto para que se abra más el descosido y mirar dentro. Fantástico. Es entonces cuando se abre un tajo de dos kilómetros y te cae encima el alud de las piedras del conocimiento.
Eso es Persia.
Y este maldito demonio no iba a ser menos, para nada. Y desmerecer delante de todos sus primos. ¡Jamás!"
Eso es lo que rezonga mi Avani ibn Tahir interior cuando nos encontramos en medio del 2100 AEC siguiendo la pista de uno de los más temidos demonios de toda la historia de Persia. 

27 de octubre de 2014

Nota a mí misma

Nada me detendrá, nada me hará volver la vista atrás.
Bajo rayos de sol, bajo tormentas. No me detendré.

22 de octubre de 2014

Cuatro

Hoy hace cuatro años que me quiere a quemarropa.
Gracias. Porque cada año que pasa tengo menos cosas que decir y más para sentir.
Te quiero.

21 de octubre de 2014

Fantasma sagrado

No podía haber una manera mejor de celebrar que estoy en casa que con vosotros. Pedazo de cabrones, you keep going and going again. Nunca seréis de nadie, pero siempre seréis los míos.

Cuando se levanten las cenizas y la luna se caiga del cielo, y un millar de velas ardan en la noche.
Cuando los ángeles lloren suavemente en las llanuras bajo el cielo, ¿todavía rezará un millar de almas por ti y por mí? 
Espera, fantasma sagrado. Adelante, abrázame fuerte.
Espera, fantasma sagrado. Demasiado tiempo para los que conociste.
BETTER RUN, HERE WE COME, IT'S THE DAY OF THE DEAD!



Y os voy a ver por mi cumpleaños, me cago en la leche-puta.

10 de octubre de 2014

Hello, Ben

Your place would be wonderful. Just give it a few days. We'll buy candles, and posters, and you will bring stuff from the Museums. You see? Now you're smiling again. 
My love. You are here to change this world. You told as the things cannot be judged by their cover. 

7 de octubre de 2014

Are you ready?

Mañana tendré una hora de menos y el mismo número de miedos y aventuras de más. Pero -y esto creo que ya lo escribí alguna vez- el miedo solo servirá de impulso a mis piernas para correr más deprisa. Allí llueve casi todos los días; Simurgh estará instalada sobre la ciudad y me protegerá con sus alas. 
A los que dejo aquí y os he dicho pocas veces que os quiero, os quiero. Ahora no dejo de pensar en cosas que tendría que haber hecho antes de irme. Pero Albión está más cerca que la Última Frontera, y con el permiso de citarme a mí misma, "desde lo alto del London Eye mis ojos llenos de lágrimas alcanzarán la Torre de la Vela".

3 de octubre de 2014

Todo se llena de luz

Todo se llena de luz cuando me llama por teléfono mi maestro, mu'alimy, en el momento más inesperado del día. Es la alegría más sincera y más pura la que siento cuando, en lugar de leer sus correos, escucho su voz. Esa risa del sur, más de Granada que de Jaén, ese acento moreno, esos ojos que se hacen tan pequeños cuando sonríen.

23 de septiembre de 2014

El albino VI

Al-Ahmar respiró con pesadez e hizo una mueca de dolor. Avani apartó la vista de aquel extraño océano y metió los dedos por debajo del vendaje. Presionó con cuidado y tuvo un escalofrío al sentir el tacto de la sangre caliente en las yemas. Aunque llevaba mucho tiempo tiritando, aquella sensación fue más bien de alivio. Suspiró y se secó la frente con la manga.
Alhamdulillah —la muchacha le lanzó un interrogante con la mirada. El filósofo ajustó el vendaje del sultán—. El golpe ha sido en el costado derecho, así que su bazo está a salvo. Si las costillas hubiesen perforado por dentro, probablemente este verraco ya estaría muerto —esbozó una sonrisa, y entre los dientes pareció escapársele el aliento—. Se pondrá bien.
—Pero no puede respirar… —repuso ella.
Al-Ahmar lo confirmó con una tos pesada. La chica se mordió el labio con fuerza; parecía que se estaba ahogando. Avani siguió con las pupilas sobre el pecho del nasrí, que subía y bajaba con rapidez.
—Duele mucho —murmuró.
Los sorprendió un trueno, que los puso en alerta. Temieron que la bestia, aquel pájaro descomunal de la tormenta, volviese a aparecer. Sus ojos escudriñaron el cielo, pero no vieron más que las nubes nubladas. De repente, dos de los tres polluelos alzaron el vuelo. Se pusieron a dar vueltas sobre la superficie de agua, que picada se levantaba en iracundas olas. La oscuridad de su superficie le dio a la chica mucho, mucho miedo. No importaba que estuviese cubierta de estrellas brillantes. Aquel negror inspiraba tanto terror como el ave monstruosa de antes.
Apartó los ojos y acarició los mechones de pelo mojado que al-Ahmar tenía sobre la frente.
Entonces, como una exhalación, el príncipe albino pasó por su lado. Avani se dio cuenta de que había dejado su aljaba y su arco en el suelo. Sin que les diera tiempo a preguntar ni a entender nada, Zal corrió hasta el borde de la roca sobre la que estaban, agarrado a las plumas del cuello del tercer pajarillo. Al llegar allí, dieron un salto y cayeron al agua de cabeza.
Avani se puso de pie de un salto y ella no pudo porque la cabeza de al-Ahmar seguía en su regazo.
—¡Pero qué demonios…! —gritó el filósofo.
—¡Zal! —chilló ella, y luego se dio cuenta de que había sido totalmente estúpido llamarlo. Un acto reflejo estúpido.
Avani fue hasta el borde, en otro impulso poco coherente, y miró el agua negra que se había tragado al animal y al muchacho. Era imposible ver nada. Agudizó la vista todo lo que pudo, sin éxito. El príncipe albino había desaparecido en aquel mar. El trino de sus hermanos hizo que el filósofo levantase los ojos al cielo. Los polluelos sobrevolaban el agua, en apariencia bastante tranquilos.
Él giró sobre sus talones y empezó a pasearse sin entender nada.
—Pero… ¿pero qué demonios…? ¿Me quieres decir tú qué se le ha perdido ahí abajo? —voceó, señalando a sus espaldas con el brazo —. Y… ¿y ahora nosotros qué vamos a hacer?
La chica simplemente negó con la cabeza; no lo sabía. Avani se pasó las manos por el pelo en un gesto de su desesperación. Siguió paseándose, inquieto, sin tener absolutamente ninguna idea. Pero dentro de la cabeza de ella se encendía una tímida lucecilla. Algo que le decía que la acción del albino tenía sentido. Sintió que se estaba olvidando de algo. ¿Pero de qué?
Zal buceó hasta el tenebroso corazón del océano cósmico, impulsado por el polluelo. Él era incapaz de ver nada, pero sabía que su hermano lo guiaba bien. Sintió la presión en los oídos y su cuerpo le lanzó el primer aviso de que se quedaba sin aire, pero no le importó demasiado. Al fin y al cabo, él no era un ser humano normal. Cuando se acercó a la tierra del fondo, su cabello desprendió una pálida luz blanca. Se iluminó, al mismo tiempo que miles de estrellas a su alrededor.
El suelo estaba cubierto de plantas alargadas, que bailaban al compás de la corriente marina. Parecían azules en aquella media oscuridad. El muchacho parpadeó un par de veces y sus dedos buscaron el cuchillo que se había colgado del cinturón. Le dio un suave tirón a su hermano, para indicarle que debían descender un poco más.
Su piel rozó la rugosa superficie de una de las plantas. Un par de burbujas se le escaparon de los labios cuando los separó para sujetar la hoja del puñal. Agarró una de las hojas y se soltó del polluelo para poder cortarla. Las estrellas del fondo titilaron, se revolvieron. El pájaro se agitó. Zal sintió el segundo aviso. La presión empezaba a taladrarle la cabeza. Era hijo de Simurgh, pero en aquel mar aquello no era garantía de nada.
Rápidamente cortó una segunda hoja y se separó del fondo de un salto. El polluelo lo empujó con la cabeza. Cuando él le rodeó el cuello con los brazos, el animal agitó las alas, para salir a la superficie lo más rápido posible.
Los pájaros que sobrevolaban el mar se lanzaron en picado al agua. Atravesaron su superficie como flechas brillantes.
Al-Ahmar soltó un gruñido. Avani detuvo su histérico paseo para colocarse a su lado. Le echó un rápido vistazos y dijo:
—No podemos quedarnos más tiempo aquí. Muhammad necesita calor. Y tú y yo vamos a terminar muriéndonos de frío también —con cuidado le cogió los tobillos al sultán y le hizo un gesto con la cabeza a la chica—. Venga, ayúdame a moverlo.
Entonces las manos blancas de Zal aparecieron en el borde de la roca. El filósofo y la chica soltaron un grito del susto. Un empapado albino trepó por la piedra y se incorporó, chorreando. A su lado, sus hermanos se agitaron para sacudirse la lluvia de las plumas.
Zal se dejó caer con pesadez al lado de al-Ahmar. Se puso el puñal en la boca y con las manos amasó unas hojas alargadas y oscuras. El agua que chorreaba de su cuerpo ayudó. Siguió hasta tener una cataplasma que se colocó sobre la palma derecha. Con la izquierda tomó el cuchillo y tosió; fue entonces cuando Avani y la muchacha se dieron cuenta de que le costaba un poco respirar. Inconscientemente echaron un vistazo al agua de la que acababa de salir.
Ella lo miró. Todo su cuerpo blanco estaba empapado. Su larguísimo pelo blanco se le pegaba a la cara, el cuello, los hombros y la espalda. Las gotas y su brillo cubrían su piel pálida de una película que lo hacía parecer irreal, imposible, como una aparición. Sus músculos estaban tensos, resollaba como un animal. Se percató de que había estado a punto de ahogarse.
Zal habló entre toses.
—Necesito… —se interrumpió y se curvó un poco hacia delante—. Necesito sangre —Avani se miró instintivamente las palmas de las manos e hizo ademán de ofrecérselas. El muchacho, sin dejar de toser, negó con la cabeza —. No. Tiene… tiene que ser la mía.
Sin pestañear, apoyó la cuhilla sobre su mano derecha y se cortó la palma. Ella contuvo el aliento, sobresaltada. La sangre oscura se mezcló con las hojas machacadas, formando un ungüento espeso. Zal levantó el vendaje que Avani había hecho sobre el pecho de al-Ahmar y le aplicó aquella mezcla. Al tocarlo, el nasrí se revolvió. Entre la muchacha y el filósofo lo sujetaron como pudieron.
El albino sostuvo un momento la tela levantada. Se llevó la mano al pelo y soltó las dos plumas que llevaba. Con un cariño y cuidado que dejó a la chica sin palabras, las pasó sobre el perfil de las costillas rotas de al-Ahmar, que al momento cayó en un apacible sueño. Zal colocó el vendaje en su lugar y dejó caer los brazos.
En un acto reflejo, ella alargó la mano hacia él. El albino volvió a tensarse y se encogió como un animal asustado. Fue la segunda vez que se miraron directamente. Y en aquellos ojos grises, además de miedo, la muchacha descubrió una infinita curiosidad.
Avani contempló al sultán dormido y meneó la cabeza.
—Increíble… —se volvió hacia el albino, que se limpiaba la herida—. ¿Qué… qué has…? ¿Qué era eso?
Zal colocó las plumas de Simurgh de nuevo en su cabello y miró al filósofo. Señaló el agua embravecida y respondió:
Haoma. Crece en el fondo.
El filósofo se llevó las manos a la cabeza.
—No puede ser —se le escapó.

19 de septiembre de 2014

Las cosas de Avani XXXXII

"Yo creo que 'coserse a guantazos' no es la manera más académica que tienes de explicar el asunto. Reconozco, no obstante, que es la más clara", comenta mi Avani ibn Tahir interior, mientras ordenamos uno de los miles de papers que vamos a mandar este año. 

15 de septiembre de 2014

La imagen del cielo

Don't shed a tear for me. I stand alone!
This path of destiny is all my own.
Once in the hands of Fate, there is no choice,
and echoed on the wind you'll hear my voice!

14 de septiembre de 2014

Inmortales

He leído tu carta-cuento, Shifu.
Y tengo tantas cosas que decir que no tengo ni idea de por dónde empezar ni cómo decirlas.


GRACIAS, simplemente, por algo tan bello. Se me han puesto los pelos de punta porque me parece increíble que una persona pueda tener esa visión tan hermosa de mí y de mi trabajo. Pero luego he recordado que se trataba de ti, y de por qué tú y yo empezamos a entendernos tan bien. Porque miramos "más allá", porque somos capaces de ver el mundo con otros ojos. Y como estamos siempre con los brazos dispuestos, para abrazar y proteger, nos miramos igual el uno al otro. Yo veo el Tao en ti y tú ves que soy rewend y que lo seré toda la vida. Vemos dentro de nosotros mismos lo que realmente somos, lo que significamos y lo que es nuestra más pura esencia. Gracias por haberlo plasmado de esa manera, tan tierna y tan dulce, tan bella, tan cercana. De verdad eres el hermano que se me perdió por ahí en algún momento, en algún lugar. Menos mal que apareciste a tiempo otra vez. Y ojalá un diminuto porcentaje de toda esa carta sea real. 
Yo me esforzaré día a día para no defraudarte, para que lo sea, para volvernos inmortales.



But it's the noble heart that makes you strong.
And in that heart I'm with you all along.

13 de septiembre de 2014

Rubí

A mí dame una panda de chiquillos con un argumento infantiloide y que huele a comedia romántica a cuatrocientos metros. Ponle unas hostias como panes, su buena dosis de huesos rotos y unos cuantos cubazos de sangre, que siempre vienen fenomenal. Un poco de humor, pero para eso habrá que pedir consejo, que todos sabemos que la "gracia" no es especialmente lo mío. 
Organicémoslo todo en una ristra bastante decente de capítulos, con una división al mismo tiempo asumible y entretenida. Por supuesto, si le subimos un poco el nivel de hostias no va a pasar nada. Y amorío, que eso nunca sobra. 
Y de banda sonora, Fallen, de Evanesence. ¿Qué tenemos?
Otra de mis ideas idiotas. 

29 de agosto de 2014

Mabrouk

Sí, ya tengo la tesina impresa. Y me he dado cuenta de que la introducción es mala, mala, mala. Con avaricia. Es terrible de verdad. Pero me hace gracia. Guardo la esperanza de que, como es lo primero que van a leer, al tribunal se le olvidará rápido y se acordará de las conclusiones. Que, además de más bonitas, tienen Old Village Lanterne, que siempre le da un toque elegante. 

Pero ya está. Qué bello el escalofrío de ver materializado tantos meses de esfuerzo. Ahora no puedo dejar de pasar las páginas y pensar "madre mía, ¿pero todo esto lo he escrito yo?".
Qué hubiera sido de mí sin el apoyo de los de siempre. 






Cosas que tienen que ver, ahora suena: 
Vida gris. Noches, llantos, luces frente a mí. ¿Y qué importa dónde vaya? ¡Di que yo era un loco! ¡Di que estaba ciego! ¡Nunca digas que me quedé atrás!

23 de agosto de 2014

Aquello que me hubiesen dicho

The sun always sets, the moon always falls. It feels like the end, just pay no mind at all. 
Keep on rolling, rolling.
Life must go on. 



Tengo miedo. Mucho más del que creí que podría acumular. Es como si viese las noches de llantos, las de echar de menos, los momentos de impotencia y de querer tirarlo todo por la ventana, de volver atrás sin mirar aquello que me puedo estar dejando delante. Las veo, y me entran escalofríos. Pienso "uf... me van a doler". La sensación se parece al frío. 
Voy a tener ganas de rendirme. Voy a maldecir cientos de veces el momento en que a mí se me ocurrió salir de mi país y mi cultura (probablemente cuando lleve ocho días seguidos lloviendo y yo no pueda salir de casa). Me voy a cagar en todo lo cagable. Ya lo sé.
Pero también sé que si no me marcho, me arrepentiré toda la vida. 

Me abrazaré a mí misma cuando os eche de menos, y desde lo alto del London Eye mis ojos llenos de lágrimas alcanzarán la Torre de la Vela. 



The sun always sets, the moon always falls. It feels like the end, just pay no mind at all. 
Keep on rolling, rolling.
Life must go on. 

Veo al albino despidiéndose de mí. Menos mal que Avani y al-Ahmar se quedarán siempre conmigo. 

20 de agosto de 2014

El albino V

La chica apretó la ropa de al-Ahmar, manchada de sangre, y le entraron escalofríos por lo caliente que estaba. Avani se quedó quieto. El joven albino dio un silbido y los pájaros aterrizaron frente a él. Les acarició la cabeza y pareció estar susurrándoles en un lenguaje que ninguno supo entender. Volvió sus ojos pálidos hacia ellos, con aprensión.
—¡Deprisa! —repitió, tensando los hombros. Ella se encogió. Al-Ahmar respiraba con pesadez; soltó un par de toses. Zal extendió los brazos—. Tráelo aquí.
Avani apartó a la chica con toda la delicadeza que le permitió su nerviosismo. Con mucho cuidado, cogió a al-Ahmar por debajo de los hombros para arrastrarlo hasta donde estaba el albino. Él dio una zancada y agarró al nasrí por las piernas, provocándole un mareo a Avani por el poco cuidado que puso. Sin hacer ningún caso de las miradas aterradas del filósofo, Zal acomodó al sultán en la espalda de uno de sus hermanos, atándolo con una soga al cuello del pájaro. Al-Ahmar soltó un quejido.
—Avani… —tosió—, tengo frío...
El filósofo le cogió la mano y le pasó los dedos por la frente. Estaba helado. La temperatura de su cuerpo se escapaba muy deprisa. Avani se mordió los labios. Cuando alzó la vista, se encontró con la mirada directa del albino.
—No es solo una costilla rota —dijo, y tomó al pajarillo de la cabeza. Lo acarició y siguió hablándole.
El filósofo siguió apretando los dedos de al-Ahmar, como si aquello fuese a solucionar algo. Lo miró un momento; estaba calado hasta los huesos, y la mancha oscura en la tela del improvisado vendaje cada vez era más ancha. Esa respiración tan fuerte no era sino mala señal. Le vino el frío, el agotamiento y el dolor en todo el cuerpo, de pronto. Habían estado muy cerca de no contarlo ninguno.
Sintió la presencia tiritona de la chica a su lado.
—¿Qué va a pasar, Avani?
Inmediatamente el filósofo cambió su expresión. Rodeó con el brazo el cuerpo empapado de ella y sonrió.
—Se pondrá bien. Este verraco a sobrevivido a cosas peores. Lo que pasa es que el frío… lo pone un poco más difícil —dijo, y quiso creerlo—. No te preocupes, habibatī. El Rojo estará bien.
El albino se colocó a su lado y lanzó el brazo a la izquierda.
—Vosotros dos ahí —ordenó, y señaló a otro de los pájaros. A Avani se le cayó el alma a los pies.
—¿Cómo ahí? ¿Qué demon…?
—Ahí —rugió Zal, y un trueno llenó de efectismo y poder su voz, que de por sí ya era grave. Todo blanco, recortado contra la negrura de la tormenta y goteando la llovizna que aún permanecía, daba pavor. Miedo de verdad. La chica y el filósofo estrecharon el abrazo. Ella sintió que los ojos grises del albino la evitaban; solo miraban a Avani—. Ahora.
Dicho esto, de un salto subió a la espalda de la tercera cría de Simurgh. La que quedaba libre se colocó junto a los dos abrazados, los miró con sus ojos enormes, que eran el cielo tranquilo de una noche de verano. Ellos, aunque no tenían idea de qué hacer, decidieron en silencio confiar, dejarse llevar. Pocas opciones más les quedaban. Igual que sobre un caballo, Avani montó a horcajadas en la espalda del pájaro y colocó a la chica delante de él, haciendo un cinturón con un brazo y agarrándose a las plumas con el otro. Ella le acarició los dedos con cariño; era muy divertido que un habitante del Nido del Águila padeciese de vértigo. Fue un alivio en aquella marejada de tensión.
—Avani… —susurró. Él percibió el temblor de su voz y de su cuerpo—. Dime la verdad —le pidió. El filósofo suspiró y miró hacia el cielo—. Ya he visto esos ojos antes. Esos con los que has mirado a al-Ahmar. Dime qué le pasa.
El albino comprobó desde su montura que el sultán nasrí estuviese bien sujeto a la espalda de su hermano. El despegue era inminente, así que Avani tragó saliva e intentó ser rápido.
—La costilla rota ha provocado una hemorragia externa muy grande, pero temo que también haya una interna. Con el vendaje espero que la herida coagule y al-Ahmar esté a salvo pronto, por el propio funcionamiento de nuestro cuerpo. Pero está muy frío, y si de verdad está sangrando por dentro, esa costilla puede haberle perforado un órgano. Si eso pasa y la herida no coagula…
El pájaro aleteó. Ella hundió las uñas en la piel del filósofo.
—¿Qué…? —lloriqueó.
El albino dio un silbido. Avani suspiró.
—Que las cosas se vuelven complicadas para Muhammad.
Los tres polluelos dieron un salto a la vez. El filósofo soltó un grito aterrado y dejó a la chica sin respiración. Temió haber arrancado alguna pluma del pájaro, pero se esforzó en no mirar abajo y aguantar las ganas de vomitar. Ella hundió la barbilla y apretó muy fuerte los labios, los dedos que se agarraban al cuello del ave y los que se cerraban alrededor de la mano de Avani. La lluvia y las lágrimas fueron un solo líquido, movido por el viento. Delante de ellos, Zal era una estela blanca, la luz que los guiaba.
El frío no tardó en congelarles hasta las pestañas. La lluvia que los había calado se transformó en una capa de escarcha que los hizo temblar violentamente. El vuelo de los pájaros no era especialmente alto, pero ninguno de los pasajeros tuvo ánimo de apreciarlo. Las nubes seguían siendo negras a su alrededor, los truenos lejanos retumbaban entre las paredes de roca. Avani y la chica se encogieron hasta hacerse un pequeño bulto congelado. El frío los adormeció y disminuyó el dolor.
Los tres pájaros pasaron una altísima pared de roca que rodeaba una masa de agua que parecía no tener fin ni principio. Cuando se posaron sobre la tierra, empezaron a abrirse claros en los nubarrones. Avani bajó, muy mareado, y se fue a vomitar detrás de unos matojos. La chica prácticamente se tiró al suelo desde la espalda del polluelo. Vio cómo sus manos se apoyaban en una superficie terrosa y oscura, casi negra. Una roca muy porosa. Se hizo un ovillo en el suelo; estaba helada. Las alas del pájaro la cubrieron, de repente, para darle calor. Alzó la barbilla y se vio la cara en aquellos ojos tan negros. Le entraron ganas de irse a vomitar con Avani, se mareó aún más. Sus ojos mortales no podían mirar de frente a la inmensidad de un ave divina. Soltó un gimoteo y hundió la cabeza entre las manos.
Zal saltó al suelo y cortó las cuerdas que sujetaban a al-Ahmar. Avani acudió tropezando y muy pálido. Con la cabeza, el albino le indicó a dónde tenían que llevarlo. Le soltó las piernas, dejó caer el arco y regresó corriendo junto a los pájaros. La chica se arrodilló junto al nasrí y le sostuvo la cabeza en su regazo. Su barba pelirroja estaba llena de cristalitos que se derretían muy deprisa. El sultán entreabrió los ojos y esbozó una media sonrisa.
—En verdad Dios es grande… —farfulló.
Solo entonces el filósofo y la muchacha alzaron la cabeza, para encontrar su corazón encogido y sus pulmones detenidos, por un segundo.
La masa de agua ante ellos era puro color negro, como carbón, ónice, kohl derretido que se agitaba, furioso. Pero esa oscuridad estaba salpicada de puntos brillantes, cadenas luminosas que relucían y destellaban como si fuesen diamantes. Las montañas de alrededor eran una corona inmensa, que conectaba agua, tierra y cielo. Los destellos los sobrecogieron, los rugidos de las olas les provocaron escalofríos.
—¿Son estrellas…? —susurró Avani.
La chica contuvo el aire y apenas se escuchó su voz decir:
—Vorukasha…

5 de agosto de 2014

Y nuestro viaje nunca acabará

Ni una lágrima por mí, ¡yo sigo en pie!
Si es verdad que tenemos un destino, ¡es todo mío!
No hay elección cuando caminas mi sendero. ¡Y escucharás mi voz!

La vieja lámpara de aquella aldea sigue diciendo nuestro nombre. Y el sonido del norte me hace echar de menos cuando conquistábamos los mares sin movernos de la playa.

Te echo de menos, Andrés. 

4 de agosto de 2014

Yo concluyo que II

Estudiar a Simurgh ha sido también el descubrimiento de muchos otros campos de investigación: historia, filosofía, religión, arte. Todo concentrado en un territorio, Persia, que durante muchos siglos fue el sol de un sistema establecido en Oriente, donde se gestaron una cultura y unas formas de entender el mundo únicas. Este trabajo ha permitido conocer recovecos de la historia que, tal vez, de otra manera no se hubieran aparecido en el camino. Desde las mismas bases del zoroastrismo, con sus puentes tendidos hacia la religión védica, pasando por la tradición poética de Persia y su complejísima historia política, la cultura de los ilkhanes y la poderosa influencia de la China imperial, hasta la iluminación de manuscritos y la concepción del instante y el espacio en ellos.
Simurgh ha abierto el camino hacia la especialización y la investigación en el territorio de la iranología, sin cerrar por ello los horizontes de su propia importancia científica. Porque, a pesar de todo, el trabajo acerca de esta ave fantástica no está terminado. Quedan todavía hipótesis que probar y matizaciones que hacer, especialmente desde el punto de vista filológico. Por ejemplo, y como se mencionaba al inicio de estas páginas, la evolución del término mərəgō saēnō hasta sēnmuwr y simurgh todavía merece estudio y atención. Del mismo modo, quedaría pendiente investigar esa repentina reincorporación del gran pájaro a los versos del «Libro de los Reyes» de Ferdowsī. ¿Es que acaso aparecía también en las fuentes que el poeta utilizó para componer su Shah-nameh? Esta y otras preguntas aguardan su respuesta. 
El estudio monográfico de una figura como Simurgh ha resultado revelador en muchos aspectos, al mismo tiempo que innegablemente bello. Trabajar sobre la personificación de un pájaro que está al mismo nivel que Yazdan, una criatura venerada y reverenciada de tal manera por los hombres, ha derramado un poco más de luz sobre cómo el alma y la fe de los seres humanos se desarrolló. Porque al fin y al cabo, la mitología no son imaginaciones o relatos puntuales, sino que encierran la verdadera naturaleza de una civilización y su particular visión del mundo.
Un mundo en el que la fuerza superior de la Naturaleza, un pájaro emperatriz, tuvo cabida desde el principio. Proporcionando la vida, sacudiendo las semillas que poblarían la tierra o trayendo las lluvias que les permitirían crecer; protegiendo a aquellos marcados por la diferencia, como el príncipe albino; aconsejando con la sabiduría de Dios y siendo la única criatura capaz de otorgar su gloria. La lectura de lo que realmente significó y significa Simurgh, lo profundo de su esencia, deberá buscarla el lector.



Nada podrá detener tu vuelo.

Fly straight and true, o my arrow. The day of destiny comes, I'll follow the path only Faith knows.
Fowards to glory, my Sister. Today our hearts beat as one, when hope is the faintest of whispers.

1 de agosto de 2014

El primero de los pájaros

«El primero de los pájaros, el Sen fue creado.»



En qué momento se me ocurrió salir corriendo detrás de ti, no me acuerdo. Sí recuerdo cuándo te conocí, hace cosa de cuatro años, y con cuatro lecturas malas y rápidas de Wikipedia y dos blogs con colores chillones (ante todo, información contrastada) ya creí saberlo absolutamente todo de ti. Y si algo no sabía, me lo inventaba. Total, como siempre, ¿a quién iba a importarle? Mi especialidad siempre ha sido irme por los caminos que todo el mundo evita coger, porque son, hablando mal y pronto, raros de cojones. ¿A quién iba a importarle una gallina de colores estampada en las teselas de una pared? A nadie. Bueno, en realidad le importó a las contadas personas a las que yo les di la tabarra con mi alocada, ambiciosa, "gran" idea. Esas personas que puedo contar con los dedos de una mano, y me sobran tres. Yo creía que lo sabía todo. Y aún así, en lugar de gritarlo a los cuatro vientos (como hubiera sido lo habitual), lo que hice fue callarme y esconderte. Porque aquella "gran" idea se convirtió en una "gran" parte de mi propio ser. Y tuve miedo de que alguien pudiese hacerle daño. Así que no dije nada.

Y de repente, porque sí, apareces con tu esplendor cuatro años después, en un cruzada de cables que me sugiere que, por qué no, puede ser interesante escribir un artículo de veinte páginas sobre Simurgh. Yo, que pensaba que lo sabía todo. No tenía ni idea. Ni idea de ti. Cada palabra que leía (esta vez de fuentes contrastadas de verdad) me hacía darme cuenta de que estaba sumida en una selva oscura, en la que apenas entraba la luz. Por encima de las copas, por encima de las nubes, volabas tú. Y con un escalofrío lo supe; quería correr detrás de ti. Correr, arrastrarme y alejarme de Occidente para buscarte a ti en el corazón perdido de Oriente. Conocerte de verdad, saber quién eras, en lugar de imaginármelo o inventarlo. Así que corrí. Y lo primero que pasó fue que me di en toda la cara con el tronco de un árbol. 

Nadie me dijo que ibas a ser tan complicada de seguir. Ahora, casi al final del camino, empiezo a preguntarme qué fue lo que me impulsó a elegirte a ti. Aunque, en realidad, casi puedo decir que fuiste tú la que me escogió a mí. La que me dejó verte y aprenderte. Tengo que redactar unas conclusiones acerca de lo que hice. Tengo que escribir una introducción que te justifique. No sé cómo hacerlo, porque tampoco estoy segura de saberlo. No lo sé. Porque, otra vez, ¿a quién va a importarle? Si solo supieras lo confundida que estoy. No es desazón o tristeza, es simple y llana confusión. No tengo respuesta para esas preguntas. ¿Qué es lo que he hecho? ¿Por qué lo he hecho? ¿Qué aporta lo que he hecho? ¡Y yo qué sé! Yo solo sé que quise salir corriendo detrás de ti, como una loca, porque quería reunir la información suficiente para que fueras co-protagonista de mi novela histórica más ambiciosa, que se llamaba "Simurgh" y que hablaba de los Cruzados. ¡La Cruzada! ¿Te lo puedes creer? ¿Le digo a esta gente la verdad? ¿Les cuento qué pensé cuando te conocí? ¡Y yo qué sé!



«Lleva mis plumas contigo, así vivirás siempre bajo mi protección, porque te crié bajo mis alas con mis propios hijos. Si cualquier adversidad se te presenta, si se encuentran lo bueno y lo enfermo, lanza una de mis plumas al fuego, y mi gloria aparecerá ante ti en el acto. Iré a ti bajo el aspecto de una nube oscura y te traeré de vuelta aquí y a salvo».



No tengo idea de cómo saldré del paso ni lo que escribiré. Lo que sé es que aquí, a los pies del Monte Alborz, en tu presencia, no me arrepiento de nada. Me he arrepentido, es verdad, me he lamentado mil veces de mi elección por no ser "académica" o (jodida y puta y maldita palabra) "normal". Pero no me arrepentía de ti; me arrepentía del mundo al que tenía que presentarte, de las cabezas cuadradas que me mirarán con la ceja arquead y me preguntarán "señorita, pero usted... ¿qué pretendía?". Y egoístamente me entraba el miedo, el miedo a que mi amor propio y mi ego fuesen apedreados delante del resto. Porque no, no soy (jodida y puta y maldita palabra) "normal". Y tú tampoco. Como tampoco lo fue al-Ahmar en su momento, como nunca lo será Avani (al que, por cierto, he podido dedicar un par de frases dentro de la tesina). No lo somos. Pero es nuestra propia naturaleza, nuestra propia identidad. Qué vamos a hacerle, si fuimos concebidos extraños en una tierra de (jodida y puta y maldita palabra) "normalidad". 
Pues volar. Volar y nada más.



«Simurgh se despidió de Zal, abrazándolo como si fueran trama y urdimbre de una misma tela.»



Gracias por enseñarme que sigo teniendo alas en la espalda. Gracias por hacerme crecer tanto como he crecido. Todo te lo debo a ti, y a las pocas personas (pero increíblemente importantes) que creyeron que yo era capaz, que tú y yo juntas éramos posibles, y que importaba una mierda lo que las cabezas cuadradas pudiesen opinar. Porque tú eres grande. Eres emperatriz, eres reina, eres Farr. Y con tus ojos de infinito, me miraste. Y con tus alas dadoras de vida, me acogiste, como trama y urdimbre de una misma tela.



Ha sido divertido. Lo repetiría mil veces.

23 de julio de 2014

Prefiguraciones

Wise men choose death before war. 
Wiser men choose not to be born. 



Angel, Ángelus o Anheru, no importa. Esta noche he soñado que tenía sus alas, sus cuernos y hasta su voz ronca, de esas atascadas en el fondo de la garganta. Y que era roja, como sus escamas y su sangre. Tal vez por derramar demasiada es que ella se volvió de este color. No había sangre en mi sueño, solo otros compañeros animales y mi gigantesca metedura de pata. 

El nombre de la dragona solo llegué a saberlo al final del todo. No importaba que no tuviese nombre, ni que fuera cruel, despiadada y mezquina. Su compañero humano no podía defenderse, porque estaba mudo. A mí me daba igual. Ella me fascinaba. 



You are the first and the last of your kind to know my name.

9 de julio de 2014

6 de julio de 2014

El albino IV

Avani se puso tenso.
—¿Qué ruido? —musitó, pero el sonido de un trueno se tragó su voz. La tormenta era inminente. Sobre sus cabezas, nubes negras se empujaban las unas a las otras, peleando por un lugar en el cielo. Pero aparte de eso, no se escuchó nada más.
Al-Ahmar no se movió; sus oídos esperaban y sus pupilas buscaban. La chica tuvo un mal presentimiento. Sin embargo, no se escuchó otra cosa que los truenos. Avani suspiró e hizo ademán de seguir andando.
—Será mejor que nos movam…
No terminó la frase, cuando un violento temblor sacudió la tierra. Los hizo tambalearse a los tres, removió las mismas entrañas de la montaña. La tierra se agitó como si estuviese viva, intentando retener una fuerza salvaje. Los tres cayeron al suelo. La chica se clavó las piedras en las palmas, Avani dio de costado contra una roca, al-Ahmar consiguió agarrarse a la pared para no perder el equilibrio. No les dio tiempo a preguntarse a gritos qué estaba pasando.
Un rayo iluminó la repentina oscuridad que los envolvía, y lo siguió un terrible trueno. El suelo continuaba agitándose.
Entonces apareció en el cielo. Una figura gigante, negra como una nube más, pero que avanzaba hacia ellos a una velocidad alarmante. Los rayos y los truenos se multiplicaron, la lluvia empezó a caer como si el mismo mar se estuviese derramando desde arriba. No tardaron mucho en estar calados. Pudieron diferenciar que agitaba unas descomunales alas, y que dos luces encendidas eran los ojos que los miraban.
La criatura hizo un giro en el aire y ascendió. El temblor cesó un instante, y la chica se puso de pie. Avani y al-Ahmar se quedaron petrificados ante aquella bestia gigante. Tenía la forma de un pájaro, pero de ninguno que ellos pudieran identificar. Era enorme como la misma montaña, negro como las nubes que descargaban rabiosas. Ella los sacó del ensimismamiento de un grito aterrorizado:
—¡Corred! ¡Corred, corred, corred!
La bestia abrió su enorme pico serrado y dejó escapar un grito que los paralizó y mordió por dentro todos sus músculos. Instintivamente, se llevaron las manos a los oídos y rodaron con un nuevo temblor de la tierra. Sus gritos fueron cubiertos por más truenos. La lluvia les congeló los huesos. Por un momento, temieron que se ahogaban por todo el aire que se había escapado de su garganta y el agua que les caía encima.
Al-Ahmar hincó una rodilla en la tierra, levantó a Avani de un tirón y agarró a la muchacha por la cintura. Empezaron a correr los tres en dirección sur, pero perdieron la orientación a los pocos pasos. Simplemente huían.
De repente, el pájaro cargó. Cayó sobre ellos como un meteoro. Afortunadamente chocó contra la ladera de la montaña, pero el temblor que esto provocó bastó para separarlos de nuevo. Avani y la muchacha fueron a dar contra unas enormes piedras que formaban un recoveco. El filósofo no se lo pensó, y se arrastró tras ellas con la chica. Tragó saliva y sintió el sabor de la sangre en los labios, mezclado con la lluvia. Ella le clavó las uñas en la muñeca.
—¿Y al-Ahmar? ¿¡Dónde está!?
Avani sacó la cabeza y casi estampó la de ella contra la roca, para que se mantuviese escondida. Buscó al nasrí con los ojos desorbitados, pero con la lluvia y la oscuridad era imposible ver nada. Tampoco había rastro de aquel monstruo.
Al-Ahmar apareció recortado contra la tromba de agua. Cuando el filósofo sentía una bocanada de alivio en su corazón y ya alzaba el brazo para indicarle dónde estaban, el pájaro dio un nuevo grito. Los tres se retorcieron de dolor, y la criatura localizó al nasrí. Se le echó encima con las alas abiertas. Él tuvo tiempo de desenvainar la jineta y hundirla en una de sus garras. Tres garras en cada pata. Solo tres.
El monstruo aleteó; aquel rasguño era imperceptible. Soltó un nuevo alarido y atrapó a al-Ahmar con las garras. Lo alzó en el aire y lo aprisionó contra la pared de piedra. Presionó y el nasrí gritó de dolor. Avani no pudo evitarlo y salió de su escondite.
—¡Muhammad! —como una flecha pasó por su lado la chica, corriendo en dirección al monstruo—. ¿¡Qué haces!? ¡¡Ven aquí!!
La criatura escuchó los gritos y volvió su cabeza descomunal. Dejó caer al sultán, que dio contra el suelo como un fardo de paja. La chica se quedó congelada ante aquella mirada de rayos y fuego. Avani tampoco fue capaz de moverse.
El pájaro desplegó sus enormes alas y una cortina de rayos cruzaron el cielo como serpientes enfurecidas. Los truenos sacudieron la tierra y abrieron grietas en las rocas. La muchacha cayó de rodillas y vio cómo el monstruo echaba el pecho hacia atrás, dispuesto a cargar. Se echó los brazos sobre la cabeza y tensó todo su cuerpo contra el suelo.
Avani dio de bruces contra la tierra cuando intentó correr a su lado. Entonces una estela multicolor cruzó por delante de los ojos del pájaro. Y otra. Y otra. Tres luces de mil colores empezaron a rodear su cabeza, sus alas, a molestarlo como moscas. El monstruo dio picotazos al aire como si quisiera comérselas, agitó la cabeza. El filósofo escuchó un trino familiar y levantó la vista hacia el vientre de las nubes. Tres hermosos pájaros intentaban distraer a la descomunal bestia, mientras que a lomos de uno de ellos una melena blanca se agitaba.
El albino saltó de la espalda de uno de sus hermanos y cayó de pie frente a la muchacha aovillada, con los ojos enrojecidos y una flecha en dirección a la frente del pájaro monstruoso. Este clavó sus ojos encendidos en los iris grises del arquero, con una expresión que aterrorizaría las pesadillas de todos los mortales. Avani fue incapaz de seguir mirando, pero tampoco tuvo voluntad para apartar la vista.
Por un momento, solo se escuchó el ruido de la lluvia cayendo contra la tierra.
Ante el silencio, la chica se atrevió a separar los brazos. Contuvo un grito. Delante de ella, Zal apuntaba con la misma fiereza al pájaro igual que lo había hecho antes con ellos tres. No había miedo, no había un temblor en su cuerpo. Estaba totalmente decidido a soltar la saeta si el ave no se marchaba. Las gotas de lluvia resbalaban por el arco y por sus dedos blancos. Las gotas de lluvia empapaban su melena y las dos plumas de Simurgh que la adornaban.
Finalmente, el monstruo abrió las alas y dio otro de sus hirientes aullidos, que retorció de dolor al filósofo y a la muchacha, pero que no consiguió que Zal pestañeara o se quebrase. De hecho, estiró un poco más el brazo, amenazador. Sus tres hermanos revoloteaban sobre su cabeza, formando un círculo protector. El pájaro gigantesco se agitó entero, se sucedieron los truenos y los rayos, pero finalmente barrió el suelo con sus alas negras y se alejó volando. Zal aún tardó en bajar el arco; hasta que la terrible figura no se perdió entre las nubes no movió un músculo.
Entonces relajó todos los músculos y soltó todo el aire que tenía retenido. Uno de sus hermanos bajó a hacerle mimos. El albino se dio la vuelta; él y la chica se quedaron mirando unos segundos sin decir nada. Un intenso intercambio emocional. Duró muy poco. Ella se puso de pie y corrió junto a al-Ahmar.
A su lado ya estaba Avani, que lo palpaba. El sultán respiraba pesadamente.
—Háblame, shaqiqy. ¿Dónde duele? Sujétale la cabeza, habibaty —le indicó a la chica cuando se dejó caer en el suelo.
Al-Ahmar esbozó una sonrisa forzosamente.
—Te sangra la frente, shaqiqy
—¿Duele? —repitió Avani, apretando su costado. Al-Ahmar hizo una mueca y asintió—. No es nada; una costilla rota. Voy a inmovilizarte, aguanta un poco.
De un tirón, Avani se deshizo el turbante. La cicatriz que trepaba por su nuca hasta casi la coronilla brilló como si estuviese cosida en hilo de plata. Empezó a vendar el vientre de al-Ahmar mientras la chica los miraba a ambos, sin saber muy bien qué hacer.
—Está sangrando mucho… —susurró, con la voz quebrada. Avani no contestó; lo sabía.
Se giraron los dos cuando el albino se colocó a su espalda. Respiraba muy deprisa. Tragó saliva antes de hacerles un gesto con la cabeza.
—Venid. Deprisa.

5 de julio de 2014

Ya soy mayor

Algo he perdido y algo gané. Algo que yo no sé explicar muy bien qué es. 
Quizás un sueño que por otro cambié. Y alguna foto que quité de la pared.



Me estoy haciendo mayor. En doce horas lo he notado. 
Pero lo mejor de hacerse mayor es que los de siempre se están haciendo mayores conmigo. A mi lado, como siempre. Y no hay nada mejor que eso. 
Gracias. 

2 de julio de 2014

Īlkhānato

¿Quién iba a decirme que uno de los motivos que provocó el despliegue militar de los mongoles hacia el Oeste fue, precisamente, el creciente poder que se estaba gestando en la fortaleza de los Asesinos de Alamût? 

—Increíble. Tú estuviste allí.
—Casi estuve allí. Para cuando llegaron los mongoles, hacía unos meses que me había marchado. Llego a permanecer y no lo cuento. 
—Impresionante. ¡Estás en todas partes! Es creer o reventar.
—Yo prefiero creer. 

26 de junio de 2014

Fenghuang

Las lágrimas de biblioteca no serán las más ridículas, pero desde luego entran en el top-5. 
Lágrimas, porque eres bella y yo te he encontrado. Porque fuiste hermosa y bella, concebida por la sabiduría más profunda y el conocimiento más elevado, y te alzaste sobre todas las nubes para convertirte en tormenta. Me mojé con tu lluvia y ahora te veo en todas partes. Fuiste luz y faro en la oscuridad de mis noches, cuando corría detrás de ti en una selva imposible. 
Y hoy de repente apareciste, porque aunque inalcanzable, también eres magnánima, y me concediste el regalo de saber quién eres, de dónde vienes y cómo otros te vieron. 
He podido verte.
He podido encontrarte.
Y sí, claro que he llorado.
Cómo no llorar ante el único animal que mira con los mismos ojos de Dios.



Gracias.





When Nature sleeps, She dreams. 

25 de junio de 2014

La señal (momento revelación 20)

Si hasta al-Ahmar era un pájaro de presa, quizá es que los tres fuisteis mi señal.
Porque 'Aran', ese lugar de donde venía el hombre sabio, es una villa que está al pie del monte Alborz, en Irán. 



I got two strong arms, blessings of Babylon. With time to carry on and try. For sins and false alarms, so to America, the brave, wise man say...

Near a tree by a river there's a hole on the ground where an old man of Aran goes around and around. And his mind is a beacon in the veil of the night.
For a strange kind of fashion there's a wrong and a right.
He'll never, never fight over you.

I got plans for us, nights in the scullery and days, instead of me. I only know what to discuss of for anything but the light.
Wise men fighting over you.
It's not me you see. Pieces of valentine with just a song of mine. To keep from burning history... seasons of gasoline and gold
Wise men fold. 

Near a tree by a river there's a hole on the ground where an old man of Aran goes around and around. And his mind is a beacon in the veil of the night.
For a strange kind of fashion there's a wrong and a right.
He'll never, never fight over you.

I got time to kill, sly looks on corridors without a plan of yours. 
A black bird sings on bluebird hill, thanks to the calling of the wild wise man's child. 

23 de junio de 2014

Vulture

'Nasr' en árabe significa 'buitre'. Un enorme pájaro de presa.
¿Qué eras tú, entonces, ibn Nasr?

19 de junio de 2014

El albino III

El grito eufórico de la chica rebotó en las paredes de las montañas. Su eco pareció enmudecer a aquel sonido. Volvió la calma y el silencio, como si en ese rincón remoto del mundo no hubiese pasado nada. El rumor del Shah Rud llegaba de lejos, de vez en cuando un guijarro rodaba por la pendiente. Pero nada más.
Al-Ahmar clavó la punta de la jineta en la tierra y la hizo girar sobre sí misma. Apoyó la otra mano en la cadera y resopló.
—Bueno. ¿Y ahora qué hacemos? ¿Vamos detrás? —preguntó, señalando con la cabeza el lugar por donde había desaparecido el albino con los tres polluelos. Avani siguió sus ojos y después arqueó la ceja.
—¿Quieres escalarlo?
—¿Por qué no? —el nasrí se encogió de hombros—. Es la única manera de seguirlos que se me ocurre.
—No podemos seguirlos —dijo la chica. Los dos musulmanes la miraron. Ella se apartó el pelo de la cara, sorbió por la nariz y suspiró profundamente. La emoción del instante anterior parecía haberse esfumado casi por completo, o eso le pareció a Avani. La chica se ajustó la capa a los hombros y también alzó la mirada—. La cima del Alborz no puede alcanzarla ningún mortal.
—¿Y cómo sube nuestro pálido amigo? —insistió al-Ahmar. No acogía demasiado bien que le dijesen que no podía hacer alguna cosa. Ella sonrió; una sonrisa dulce y teñida de tristeza. O quizá de resignación.
—Lo suben sus hermanos. O la propia Simurgh.
—¿Entonces hemos llegado hasta aquí para darnos la vuelta?
—¿Así de interesante es tu aportación? —lo interrumpió Avani, que no podía soportar aquella expresión en los ojos verdes de la joven—. Ya que nuestra propia cultura te la trae al fresco, me encargaré de recordarte uno de nuestros hadithes: «que tus palabras sean mejores que tus silencios».
El nasrí se apoyó el filo de la jineta en el hombro y arrugó el entrecejo, contrariado por aquella repentina reacción.
—¿Quieres decirme algo, ulema? —farfulló, pronunciando la última palabra con cara de asco.
Na’am*, ¡que te calles!
—No empecéis —los cortó la chica de golpe. Se volvió y les dirigió una mirada divertida —. Me tenéis harta.
—Pues tú no lo tienes viviendo en tu propia casa… —sonrió al-Ahmar, y le guiñó un ojo. Avani obvió totalmente el comentario y le puso a la muchacha la mano en el hombro.
—¿Estás bien? —ella asintió. El filósofo también sonrió—. Esto es un asunto totalmente tuyo. Haremos como nos digas y cuando nos digas. Para eso decidimos acompañarte.
Al-Ahmar alzó la cabeza.
—Por lo pronto, sería recomendable que buscásemos un sitio a cubierto —envainó la espada e hizo crujir las vértebras del cuello—. Va a llover.
La chica dio un respingo.
—¿A llover…? —susurró, tan bajo que ni ella misma pudo escucharse.
Avani intercambió una mirada con al-Ahmar, después dirigió los ojos al camino por el que habían venido y finalmente a las alturas. Tuvo que admitir que el sultán tenía razón; el cielo se estaba oscureciendo y la niebla se estaba espesando.
Lo sorprendió un repentino abrazo de la muchacha.
—¡Estoy bien! De verdad —le dedicó una enorme sonrisa —. No creas que esto ha sido una decepción. Al fin y al cabo, ni que hubiésemos venido a cazarla.
El filósofo se rió con suavidad y le devolvió el abrazo.
Volvieron sobre sus pasos, y hasta que no terminaron de atravesar el estrecho paso de piedra, ninguno habló. Finalmente, al-Ahmar rompió el silencio.
—¿Por qué está aquí ese niño? Podría hacer mil chistes sobre lo alejado de la civilización que está este sitio, pero se encuentran también muchos salvajes tras las murallas de una ciudad. Yo entre ellos —Avani asintió con efusividad—. Pero, ahora hablando en serio… ¿qué hace aquí?
El filósofo se apoyó en la pared y dejó que fuese ella quien respondiese.
—En realidad es como tú —dijo, y le dio un cariñoso golpe en el hombro—. Es un príncipe.
—¿Que el degenerado ese es un príncipe? —repitió el nasrí, señalando con el pulgar hacia detrás —. Pues le hace falta una dosis importante de calma en ese cuerpo tan blanco.
—Tampoco es que tú seas el culmen del autocontrol —comentó Avani.
Al-Ahmar lo fulminó con la mirada y este se la sostuvo. Ella simplemente los ignoró.
—Es el hijo del rey Sam —explicó, mientras bajaba unos metros muy despacio—. Estaba desesperado por tener descendencia, y finalmente su consejo de sabios le anunció que su esposa estaba embarazada. Pero cuando nació ese niño, mandó que lo llevasen lo más lejos que pudiesen. Supongo que el Alborz era la opción perfecta.
—Como para muchas otras cosas —apuntó Avani, y ella le sacó la lengua.
Al-Ahmar dio un salto para salvar un desnivel y les tendió la mano para ayudarlos a cruzar.
—¿Por qué?
—Por el pelo —el nasrí abrió mucho los ojos, con icredulidad. Ella se señaló la cabeza y se encogió de hombros—. Al ser blanco, pensaron que podía ser algún tipo de marca demoníaca. Como si el niño hubiese nacido maldito. Así que se deshicieron de él.
—¿Y lo trajeron aquí? —insistió al-Ahmar—. ¿Qué tiempo tenía ese niño?
—Ocho días —contestó la chica, con naturalidad. Con demasiada naturalidad, para el gusto del sultán—. Quizá dos o tres más.
Avani pasó por delante de él y siguió caminando. El nasrí se quedó clavado en el sitio, sin poder dar un paso. Sus dos compañeros se volvieron. La turbación había invadido sus ojos claros. Era totalmente incapaz de concebir algo así. Negó con la cabeza, como preguntando a las piedras del suelo. Avani sintió que el corazón se le encogía cuando la voz profunda de ibn Nasr dijo:
—¿Qué tipo de padre… sería capaz de algo así? —el filósofo suspiró. Fue como si viese dentro de la cabeza de su amigo. Estaba pensando en Muhammad, su propio hijo. Y con nostalgia recordó la expresión de al-Ahmar cuando lo sostuvo en brazos por primera vez. Se enorgulleció, aunque no dijo nada; aquella era la compasión de un sultán—. No hace falta que sea padre, ¿qué clase de hombre es capaz de abandonar en el monte a una criatura? Dios mío, estamos hablando de un bebé de días…
—El mismo que hace un momento te estaba apuntando con una flecha, sadiqy** —bromeó Avani, en un intento de disipar la tensión. Pero el nasrí no pareció escucharlo. Les dirigió una mirada que los removió por dentro; la pura expresión de la misericordia.
—¿Y su madre…?
La chica se dio cuenta de que no tenía respuesta para eso. Avani tampoco.
—Probablemente se quedase destrozada —murmuró—. Eso, si consiguió no morirse de tristeza.
—Su madre está viva —los tranquilizó ella. Caminó hasta al-Ahmar y lo cogió con cariño del brazo—. Aunque no imagino por lo que ha tenido que pasar.
—Sí… Que drama, ¿no? —el sultán volvió a ser el de antes y esbozó una sonrisa—. Estar impaciente por darle a tu señor un heredero, y cuando lo consigues… te dicen que está defectuoso. No debe de ser lo más agradable del mundo. Hay mucho esfuerzo en concebir un crío.
Ella soltó una carcajada. Avani puso los ojos en blanco, pero también estaba sonriendo.
—Y yo que creía que te había dado un repentino ataque de cordura. Está claro que no puedes pedir imposibles a Dios —sacudió la mano, como para espantar las palabras de al-Ahmar.
El nasrí pasó a su lado y le dio un golpe, cariñoso pero brusco, en el hombro. El filósofo casi se fue al suelo.
Ohebuka aydan, shaqiqy***.
—Del monte tenía que ser —protestó el filósofo, mientras se colocaba bien el turbante—. ¡Bruto!
Ella se tapó la boca con la mano, pero siguió riéndose. Pero de pronto al-Ahmar giró el tronco, y sus ojos escrutaron el cielo. Se hizo el silencio. Avani conocía esa mirada.
—¿Qué ocurre? —se atrevió a preguntar.
Los ojos claros del nasrí emitieron un brillo inquieto.
—No me ha gustado ese ruido.



* Sí / ** Amigo mío / *** Yo también te quiero, hermano mío.