31 de marzo de 2012

Para Sulaimane Mezzouji


"[...]—¿Por qué me salvaste la vida? —susurré —. ¿Por qué me recogiste?
—Morías —dijo, en un profundo suspiro —. No… no dejarte morir. No podía. Ella no hubiera permitido. Ella es vida. Yo no seré muerte.
Sus palabras tuvieron un doble efecto en mí. Por un lado, me conmovieron. Nos habían enseñado a sacrificarnos por el último de los cristianos que habitara en Tierra Santa, a derramar toda nuestra sangre en nombre de Dios y de Cristo, en nombre de sus  hijos que vivían bajo el yugo musulmán. Pero nunca nos enseñaron a sacrificarnos por nadie más que no fuéramos nosotros. No por un mercenario. Ni por un infiel.
Por otro lado, sus palabras me llenaron de culpa. Sus ojos también eran culpables. Durante un segundo, nos miramos el uno al otro. Éramos guerreros. Éramos soldados. Nuestras manos estaban endurecidas por el acero y el cuero. Y nuestras caras, manchadas de sangre. Ojos Fieros y yo sabíamos perfectamente quiénes éramos. Éramos muerte."
Simurgh, la historia de un Cruzado
L. C. R.



Qué gracia. Cuando lo escribí, no me imaginaba de verdad compartiendo galletas, el mundo, el sentimiento, los vicios, el conocimiento y dos tortugas con un musulmán. 

30 de marzo de 2012

Esto es volver

Señoras, focalicen su atención en el helado.
Y, a ser posible, no abracen un cadáver.

29 de marzo de 2012

Con una espátula

Empecé a quererte de verdad cuando dejó de importarme el tiempo. Y así nos va. Somos los supervivientes, cogidos a una tabla, después de un naufragio, porque aunque estrechos, sabemos que cabemos los dos. A nuestro alrededor, se dispersan los restos del desastre de una tormenta que, a saber por qué, azota a otras personas que van en pareja. Se han partido las tablas y se han hundido, se han separado, se han ido cada uno por su lado o se han echado para estar más cómodos.
Y tú y yo, tomate y cebolla, seguimos estrechos y abrazados, haciendo del miedo una broma para que deje de asustarnos. 

¿Qué le está pasando al amor, dónde se ha ido?
A lo largo de este año, le están pasando cosas muy raras. Y, no obstante, no quiero dejarte. Te quiero aquí, conmigo. Un compañero que quiero. Siento que he empezado a quererte de verdad ahora. Igual porque no te tengo siempre. O igual, convencida estoy, porque me he dado cuenta de que te tendré vaya a donde vaya. Es importante saberlo. 
Entra en aquello de madurar, de crecer. Para estropearse, siempre queda tiempo. Mientras tanto, quiero que te quedes conmigo, y ya no me da miedo que esto se pueda acabar. Ninguno queremos que se termine, así que no hay de qué preocuparse. 
Te quiero. Mucho, además. 
Mi hortera. Porque, aunque hortera, mío.






"La confianza mutua es el nudo que soporta todas las presiones."
(Joaquín Llorente)

28 de marzo de 2012

Despiértame si estás ahí fuera

Crecer es darte cuenta de que ya no vas a ser famosa de golpe y porrazo, de que no vas a resultar una gran estrella por algo que empezaste a hacer ayer, y descubrir que ya no te importa. Que el esgrima, montar a caballo, bailar, son sólo aficiones, y que tampoco vas a vivir de ello, porque no le dedicas esfuerzo. Que de repente pretendes algo más humilde, como encontrar una pareja, tener una familia, viajar y conocer otras culturas, hacerte miembro o socio de una ONG, tener un trabajo para llegar a fin de mes y seguir estudiando algo que te apasiona. Que después de un día desastroso y pesado tienes que pensar lo que vas a cenar, y acordarte de descongelar la carne para el día siguiente. Que tienes que poner y quitar lavadoras, limpiar y escribir una lista de la compra sin demasiadas guarradas.

El tiempo que llevo viviendo con leones me ha cambiado mucho. Bastante, diría yo. Me he dado cuenta de que he crecido. He crecido, y me encantaría decir que he aprendido al humildad. La humildad de decir que no quiero que mis historias lleguen al best-seller; con un ejemplar en una librería, sería más que suficiente. Que no quiero ser mundialmente conocida por nada, porque me basta con que la gente que quiero me conozca bien, y de verdad. 
Es gente humilde la que me inspira. Gente que vale muchísimo la pena, desde doctores en medicina árabe, médicos en Madrid o Requena, estudiantes de Bachillerato con las ideas poco claras, estudiantes universitarias que escriben en un blog, futuros periodistas que no saben qué harán con su vida al año que viene. Gente humilde, pero que podría presumir de un millón de cosas. No lo hacen, y quiero ser como ellos. 

Crecer es darte cuenta de que tus padres siguieron teniendo sexo después de nacer tú. Crecer es darte cuenta de que quieres una persona contigo para toda la vida. Crecer es pensar qué harás dentro de unos años para pagarte una casa, y empezar a pensar los nombres que llevarán tus hijos. Crecer es caer en la cuenta de que nada se consigue sin esfuerzo. 
Esfuerzo. Hemos crecido en una cultura de lo instantáneo. Automático, inmediato, añade una buena canción. Lo queremos todo en el momento, en el ahora, en el cortocircuito que nos provoca la iluminación. Cuando, en realidad, todo es esfuerzo y trabajo, sudor y volver muchas horas a lo mismo. Dedicarle tiempo, dedicarle tus minutos, para conseguir algo que realmente valga la pena. Porque, cuando lo consigues, sabe Dios lo delicioso de la recompensa. Te sientes orgulloso de tu trabajo y descubres que hay gente que lo valora, que se ha fijado en él y que lo aprecia. A nadie le gusta trabajar, seamos sinceros, pero hay que hacerlo. No seamos vagos.
Los edificios que tanto admiro no se levantaron en el fin de semana que el arquitecto los imaginó. A través de ellos puede sentirse ese esfuerzo y las vidas que hubo detrás. Esforzarse, ¿por qué nos costará tanto? Quiero aprender a que no me cueste, y en eso tengo el mejor modelo en mis padres. Tiene poco que ver, pero en ellos está el ejemplo, el camino a seguir. Porque todas las cosas de las que disfruto no cayeron de un árbol, porque si quiero mantener ese nivel tendré que trabajar tanto o más que ellos (teniendo en cuenta lo complicado de la Historia del Arte) para conseguirlo. Aprenderé, porque tengo el firme propósito de aprender.

Crecer es cambiar. Crecer es humildad y es trabajo. Es empezar a pensar con la cabeza fría, a darte cuenta de que ya no estamos para tonterías, porque la universidad se acaba y después está el mundo. Crecer es buscar becas, másters, cualquier lugar que valga para seguir adelante con lo que has soñado. 
A veces es un poco frustrante, porque los medios sólo muestran cierto tipo de gente con éxito. Gente que se gana la vida con música, vídeos o cosas parecidas. Pensamos que todos podemos ser así con chasquear los dedos. Mami-loba hace 'chas' y aparece a tu lado. Pero no. Detrás de eso hay mucho, mucho trabajo. No hay nada que venga enseguida, a no ser que se tenga mucha suerte. ¿Fama? Crecer es darte cuenta de que no la necesitas, de que con que una sola persona te diga lo mucho que le gustó tu historia, es más que suficiente. Antes buscaba con avidez, para ser conocida; ahora intento buscar para compartir. 

Crecer es darte cuenta de que, cuanto más estudias, menos sabes. Caer en la cuenta de que, en realidad, no sabes nada de nada, ni una centésima parte de lo que podrías abarcar. Y tener las ganas, por supuesto, no de abarcarlo todo, sino de que te lo cuenten. Crecer es escuchar más y hablar un poco menos.

He crecido. Me he hecho grande, o eso quiero pensar. Me ha cambiado el estar aquí, ha cambiado hasta el modo que tengo de pensar en mi pareja y en mi hermano, dos hombres muy importantes. También la forma de pensar en mis amigos, y en mi familia. En mi carrera, por supuesto. No hay nada como la independencia para caer en la cuenta de muchas cosas. Además, he aprendido a observar. Observar a la gente para aprender, tanto lo que quiero como lo que no quiero. Es algo complicado, pero la verdad es que está muy bien. Observo, y luego intento aplicar lo que aprendo. Aunque a veces me sale del revés. Gajes del oficio.








Cosas que tienen que ver... y otras leyendas urbanas.

27 de marzo de 2012

Las cosas de Avani VIII

¡Mamá, papá está herido! (1927)
"¿Pero qué se fumaba esta gente?", tuerce el morro mi Avani ibn Tahir interior, con los títulos de los cuadros de Yves Tanguy, y con los cuadros en general. 

26 de marzo de 2012

Río abajo, y me daré la vuelta

Cosas que no te imaginas haciendo, se pueden contar a puñados. Con un ejercicio mental, es fácil ubicar tu cara y tu cuerpo en la acción; pero vamos, que no lo crees posible dentro del marco de tu vida. Pues a veces tu propio cerebro, tu propio cuerpo, te sorprenden. Muy agradablemente. 

Nunca me hubiera imaginado a mí misma subida a unos esquís y bajando por una pendiente de nieve, sola, con la nieve golpeándome la cara, un traje de lunares de colores y unas orejas de panda que cumplieron maravillosamente su función. Y todo porque, en esta vida, es muy recomendable estar disponible a todo tipo de experiencias. Vamos a subir a la Sierra, ¿te vienes? ¿Por qué no? Seguro que será divertido. Vaya que sí lo fue. Fue divertidísimo, y las consecuencias dolorosas las estoy sintiendo ahora, en mis gemelos (que ya no existen, se han convertido en leyenda). 
Me gusta esquiar, me gusta mucho. La adrenalina es casi indescriptible, es fuerza, es sentir el frío de la tierra, es deslizarte por ella casi pidiendo permiso, recorriendo la montaña con los pies. Es como patinar, me dijo un agradable maestro, y me di cuenta de que no era tan complicado. A pesar de que casi me mato al descender por el Río. Un río congelado que se convierte en pista cuando nieva. De categoría azul, que para ser el primer día no está nada mal. Mientras bajaba, cada poco me daba la vuelta para ver lo que había hecho. Y daba un grito. "¡No me lo creo que lo haya hecho! ¡No me lo creo!"

Hacía falta poco para alegrarme tanto. Sobre todo, porque en mis tierras levantinas la nieve no se lleva, y cuando di un salto del telesilla y me detuve bajo el cielo negro, alcé la vista y vi los copos cayendo a mi alrededor y sobre mi nariz. Por dentro, me reía. Felicidad pura. Nevaba. Estaba nevando. La última bajada en verde y la hice nevando. Y casi a ciegas, porque la nieve me empañó las gafas, pero fue genial. El propio cuerpo se te descontrola segundos antes de frenar, aparece el miedo, la tensión, como si fueras a llegar a tiempo de clavar la cuña. Pero lo consigues, respiras hondo y tu corazón rebota entre las costillas con alocada felicidad.

"Los sueños no se hacen polvo", dice Adam Young. Tampoco se hacen nieve, me quiero reír yo. Nieve, nieve blanca encima y debajo de mí. Y la montaña, la imponente montaña, mi familia surfeando el hielo a mi lado, musiquilla dentro de mí y una voz que me dice "lo tienes, Drenk, ya lo tienes".

Quizá lo mejor de esquiar es que el año que viene podré volver con el tomate, y bajaremos los dos juntos. Lo eché muchísimo de menos, y casi me sentí culpable, porque él adora bajar pendientes sobre tabla, y este invierno no pudo. No pasa nada, el siguiente invierno será más frío, habrá más nieve y lo pasaremos mejor los dos juntos. Me imagino el cuadro y me sale reírme. De un salto, de un quiebro, de un giro, de caer los dos sobre la nieve, y "otra, otra, la última". Digamos que volver con él es algo que tengo que hacer. Prometido. Igual que le prometí a mis primos que esquiaría el año siguiente.
Llevaré mis orejas de panda. Mamá, es el mejor regalo que me hiciste estas Navidades.








Cosas que tienen que ver, hoy estoy extraña. Intento acordarme de las cosas que viví y no lamentarme de las que no hice, pero me cuesta un poco. Tengo la extraña sensación de que por aquí pinto poco. Serán las ganas que tengo de volver a casa. Mañana, en unas horas, ya, esto se me ha pasado.

Mis destrozadas piernas y yo nos arrastramos a la ducha, mientras sigo escuchando todas las cosas que son brillantes y bonitas.

22 de marzo de 2012

Todas las cosas brillantes y bonitas

Hay cosas que nunca cambian y cosas que cambian cada dos por tres. Repentinamente. 
Esto empieza a ser un pseudo-desastre, porque acabaremos por no saber qué hacer con las personas. Es lo que tiene ser una cebolla y un tomate. Sí, soy una cebolla. Y tú un tomate. Y parece que quieren hacer fritada con nosotros. No lo conseguirán. Eso faltaba. Vamos, hombre.

Este periodo de cambio no ha resultado tan terrible (para nada) y no puedo permitirme lamentarme como una ameba pululante en un rincón. Tengo demasiados destinos delante de mis narices. En menos de cuarenta y ocho horas, espero, me voy a esquiar. Bueno, quizá fuera más adecuado decir que voy a "culear" en familia. Nunca sabes cuánto puedes necesitar a una familia que, al fin y al cabo, tampoco es que sea cercana. No sé qué lazos nos unen, pero está bien. Me hicieron recordar que tengo un mote, "Lalua", porque de pequeña decía que me llamaba así. Un encanto, así de adorable era y así me he quedado. Subiré a la Sierra Nevada y mataré de envidia a mi pequeño tomate. Ojalá pudiera venir, porque le vendría francamente bien. Veremos, veremos. El próximo invierno, lo prometo. Me da no sé qué adelantar que me voy, porque realmente tengo ganas y como luego no suba me voy a sentir muy idiota. En fin, esto es mío y hago lo que me sale del codo.
En dos semanas, estaré en Praga con mis colegas. Oh, mis grandísimos colegas. Va a ser nuestro viaje, el viaje de nuestra vida, porque estaremos todos juntos y probablemente lloraremos al final. Después de esos días, ninguno sabemos si nos volveremos a encontrar. En verano, claro. Pero... ¿y después? ¿Quién nos garantiza, quién nos asegura? Nadie, salvo nosotros mismos, podemos asegurar que estaremos juntos. Aunque unos pululen por el otro lado del Atlántico y otros se queden en tierra de Levante. La duda es algo que me motiva a manteneros a mi lado. Malditos calvos, lisiados y gordas, no os vayáis. Nunca os vayáis de mi vida. Quiero que vengáis a mi boda, jodíos, a emborracharme. Porque no hay nada más denigrante que una novia borracha. Seré yo. Por vosotros.
Igual, si todo sale bien y el estado quiere pagarme una cantidad respetable, este verano estoy en Boston. Boston. ¿Te imaginas, yo en Boston? Muero. En Boston. Es decir, a cuatro horas de NY, en EEUU de verdad. Muero. No puedo creerlo. Es que no, no es posible. Me dará un ataque como pase, ahí lo dejo. Me compraré una camiseta de los Celtics y hablaré inglés. 
En verano siempre sale algo. Quiero ir a Madrid a ver a otra de mis familias, y a un canario. Me gustaría mucho visitar Córdoba y Sevilla, pero dudo que me dejen hacerlo sola. Y me encantaría irme a algún sitio con mi tomate. El año que viene podremos ir a Módena y a Perugia, y a Berlín, y a Uruguay. ¿Cómo puedo estar triste? Con lo que me gusta viajar, y todos los destinos que tengo delante. 

Las personas no soportan ver otras personas felices. Es la conclusión que he sacado. Eso, y que los amigos están para apoyar las jodiendas importantes. Porque a mi alrededor flotan ciertas grandes putadas, que ya veremos cómo acaban. Allí estaré, ellos estuvieron conmigo. Veremos, veremos. Espero que, al menos una, resulte ser falsa alarma. Prefiero no pensarlo, que se me ponen las tripas de bufanda.
Mira que pasa, y que pasa veces, y que lo sabemos. Pero hasta que no te toca de cerca, de cerca, de cerca... Todavía estoy en shock. Y hasta dentro de una semana, por lo menos, no se me pasa. Ay, Dios. Si es que somos todos gilipollas. Y tú, maldito psicólogo, el que más.

Vayamos a la Ciudad de los Búhos, que tienen nuevas noticias que darme. Esta vez, me hablan de todas las cosas brillantes y bonitas. Qué razón tienen. Porque mi mundo es brillante y bonito.





Cosas que tienen que ver, me he comprado galletas con canela, y un amigo de Tetuán bebía con ellas té de canela, a la luz de mi velita de canela. Como decía mi hermano Drako, la vida es redundar.

10 de marzo de 2012

Dónde vas, cara-libro.

—Eres un sol.
—¿Y tú una luna?
—Claro. Por eso me inventé al StarCatcher.

8 de marzo de 2012

Viendo pasar las gaviotas

Está visto que en estas paredes cartujiles sólo estoy para poner la oreja a los demás y ser su maldito pañuelo de mocos. Estoy pringada de verde hasta la frente, y aún me quedan fuerzas encima para poner buena cara. ¿Amabilidad? ¡Y un cuerno, es que a mí me parieron imbécil!
Me parece increíble la capacidad de la gente para evadir cualquier problema que no le afecte directamente. Porque claro, cuando algún tipo de bache hace acto de presencia en mi camino, me doy la vuelta y se han esfumado todos, nube de polvo (marca ACME) incluida. Coño, qué rapidez; casi compiten conmigo en la velocidad en que yo voy a echarles una mano. Que me aspen, rayos y centellas, mierda en general.
La gente es egoísta, y eso es algo contra lo que mis padres no me enseñaron a lidiar. No puedo, me supera y me enfada, muchas veces no se imaginan hasta qué punto. Es que no puedo, no puedo y no puedo. No hay mejor manera de expresarlo. Me parto los tímpanos y las pocas neuronas que tengo escuchando sus gilipolleces, porque la mayoría de las veces sólo son banalidades exageradas, las escucho y las comprendo, y encima todavía tengo algo de decencia en elaborar un consejo, una ayuda o cualquier otra cosa que los ayude a estar un pelín mejor de lo que estaban antes.
Qué demonios, muchas veces no tiene ni que ver con problemas concretos. Simplemente, con conversaciones normales, o que la gente tacharía de normales, porque lo que yo hago básicamente es escuchar cómo exponen sus verdades y callarme como una ramera barata; no sirve de nada elaborar una opinión, parece que son ataques personales, se ofenden y entonces me ataco yo. Y entre ataque y ataque, se me lleva la corriente. El día que me harte les romperé el tablero en la cabeza, porque tengo ya muchas ganas de encontrarme con ese/a gilipollas que ha creado este juego de "amistades", en el que siempre me toca perder.
Alucinante que, con todo lo que hemos pasado aquí, tenga que ir a buscar apoyo a gente que tengo a setecientos kilómetros, porque nadie sabe darme una respuesta en un radio de setecientos metros. Y al carajo con la diferencia de edad, que no es una excusa.
Mi favorita es aquella que reza "no puedo ayudarte, porque yo no sé de esto, a mí no me ha pasado", y levantan los brazos mientras hacen mutis por el foro. Claro, como mi padre se murió siendo yo una cría, mi hermano pasa droga, voy fatal en los estudios, me siento fea y mi familia es un jodido desastre, yo comprendo perfectamente lo que les ocurre, porque lo he vivido. Todas y cada una de las experiencias. Oh, sí, por supuesto. Todas.
Anonadada me hallo.
Y cabreada, muy cabreada. No se imaginan, señores y señoras, hasta qué extremos, porque el detallito de ayer ya fue la guinda del pastel. Por quedarme treinta y cinco minutos en el frío granadino (que no es que sea precisamente suave), tengo la rodilla derecha hecha un puto desastre, como una carraca vieja. Además, me morí de la vergüenza por tener a una persona esperando conmigo, y a otras cuatro durante los veinte minutos anteriores. La responsable sabía, porque sabía, que aquella cita era importante para mí. Y aún así, oh, qué despiste. Pues con tus olvidos te vas elegantemente a la mierda. Puede que no supiera que era realmente importante, claro... porque como no me escucha y en verdad le daba lo mismo, para qué. Esto es espectacular.
No tengo apoyos, y los que suponía que tenía se tambalean en una dudosa estructura de madera quemada. En fin. Sentada en el límite, como siempre, mientras me doy cuenta de que soy un poco más imbécil, y que no aprendo. No aprendo, así me dé ciento veintitrés veces contra la misma pared. A ver si mi cerebro reacciona, carajo, que me empiezan a doler las veces que me he partido la crisma.

Buf. Mucha mala leche acumulada en unos pocos párrafos. Pero no puedo, no puedo más con ese egoísmo que tiene comido el corazón de la gente. Lo que más me toca las narices es que la gente en la que puedo confiar está lejos, muy lejos de aquí.
Terapia musical y un poco de árabe, seguro que lo arreglan. Calma y sangre fría. Y, por favor, maldito dragón agilipollado, aprende de una vez, o nos costará el corazón y los nervios.














Cosas que tienen que ver, no puedo creerme que de verdad te hayas ido...

5 de marzo de 2012

Momento revelación 3

Sálvame. Yo no puedo más, porque me está pasando otra vez. He tenido esta pesadilla antes, y sé cómo acaba.






Cooper. Un genio, como siempre.

4 de marzo de 2012

No me gustan los domingos

Soy una depuradora. Absorbo el agua turbia, le doy vueltas en la tripa y, cuando la escupo, ya se puede beber. No con agua, pero siento que soy una depuradora de aire. He tenido la confirmación de esto mismo justo delante de mis narices, hace apenas media hora. Un amigo que estudia Psicología le ha hecho una fingida-seria sesión a una amiga que estudia CAV. Yo me he sentado a mirar. Ya no se trata del victimismo al pensar "nadie me hace caso", ni poner cara de mártir y perder la vista en la distancia; a la mierda con eso. Se trata de que estaban en mi habitación, no en ninguna de las suyas, con mi música puesta, al lado de mis fotos, y que yo estaba en un rincón. Ni idea de si será egocéntrico, pero erraría al pensar que no ha sido determinante. Mi cuarto tiene un aire que mucha gente quiere respirar, y sería bello pensar que soy yo misma quien produce ese aire.





"Una más, y te prometo que me voy a casa."





Trago, trago, trago, trago, trago, y trago, hasta que llega el punto en que el agua se me sale por las orejas. Tengo que estar hasta graciosa, cuando abro los ojos, despliego los brazos y las alas y por dentro pienso "¡un momento, que no puedo tragar más!". No es una queja. Lo hago porque quiero, siempre porque quiero. Muchas veces, después, me piden que yo me desahogue con ellos, que ahora ellos serán la depuradora. Pero no saben. Bien porque no les sale, bien porque yo tampoco es que me deje. A mí no me sale. Pégame, insúltame, decía el psicólogo. Para qué, pensaba yo, con la ceja arqueada, si es que no quiero. No me nace.
En mi cabeza ya sonaba una canción de tendencias zorriles. Me gusta que la gente tenga aire puro para respirar y agua clara para beber. Pero tampoco puedo pretender que devorar toda esa tristeza, ansiedad, miedo, rabia, enfado, ira, desconsuelo, incertidumbre, melancolía, me dejen sin efecto. Es como darse un atracón de comida en mal estado para que ninguno de tus amigos la pruebe, y le siente mal. Un poco de mareo, al menos, como mínimo, te da. A veces es más físico de lo que parece, he llegado a marearme de verdad.
Estoy cansada de ser una depuradora, muchas veces. Me harta. Me harta porque es humano, y mi parte humana pesa mucho en este cuerpo de dragón. Es pesado. Es pesado, porque en este nuevo mundo en el que vivo es como si estuviese al cargo de la felicidad de la gente que me rodea. Oh, querida, baja del pedestal, no eres tan importante. ¿Cómo que no? He pensado mil veces en dejarlo. Pero si yo no les depurase el aire... ¿qué respirarían? Encontrarían otras maneras, seguro que sí. La mía, sin embargo, les gusta. Qué harían sin mi aire y sin mi agua. Sabían vivir sin ellos antes de conocerme, claro que sí, pero ahora los han encontrado y los quieren, porque les hacen felices. A mí también me hace muy feliz verlos felices, quizá por eso no dejo de sentarme a escucharlos y entenderlos. Porque, si dejase de hacerlo, tampoco sería yo. Es mi naturaleza.
No obstante, en tardes como la de hoy, pesa. Porque tampoco sé de dónde ha salido esa bilis negra que ahora me ronda por la cabeza. Las zorras ayudan, como siempre. Mi ordenador parece saber que las necesito, porque a pesar de estar el reproductor en aleatorio, solo salen canciones suyas. Gracias, pequeña manzana blanca, me estás ayudando.





"Una canción más y ya soy libre."





Me necesitan y eso es lo bonito de la amistad. A cada uno se le necesita por una cosa, tiene un don especial que aportar, un toque, una habilidad. La mía, depurar. Hacer feliz, o ayudarles a serlo. Pero es cansado, claro. No iba a ser todo un camino de rosas. Y hoy estoy cansada. Podría pedir ayuda, claro. No mucha gente sabe cómo ayudarme.
Pero hay alguien que sí.
No voy a llamarlo.
¿Por qué? Ni idea.
Simplemente no voy a hacerlo.
Me quedo en mi cueva, viendo atardecer, y pensando que "nací con alas, así que tengo que irme."
Mañana seguro que se me ha pasado. Me curo deprisa.
Y yo siempre estoy bien.
Maldita cruz.