29 de agosto de 2014

Mabrouk

Sí, ya tengo la tesina impresa. Y me he dado cuenta de que la introducción es mala, mala, mala. Con avaricia. Es terrible de verdad. Pero me hace gracia. Guardo la esperanza de que, como es lo primero que van a leer, al tribunal se le olvidará rápido y se acordará de las conclusiones. Que, además de más bonitas, tienen Old Village Lanterne, que siempre le da un toque elegante. 

Pero ya está. Qué bello el escalofrío de ver materializado tantos meses de esfuerzo. Ahora no puedo dejar de pasar las páginas y pensar "madre mía, ¿pero todo esto lo he escrito yo?".
Qué hubiera sido de mí sin el apoyo de los de siempre. 






Cosas que tienen que ver, ahora suena: 
Vida gris. Noches, llantos, luces frente a mí. ¿Y qué importa dónde vaya? ¡Di que yo era un loco! ¡Di que estaba ciego! ¡Nunca digas que me quedé atrás!

23 de agosto de 2014

Aquello que me hubiesen dicho

The sun always sets, the moon always falls. It feels like the end, just pay no mind at all. 
Keep on rolling, rolling.
Life must go on. 



Tengo miedo. Mucho más del que creí que podría acumular. Es como si viese las noches de llantos, las de echar de menos, los momentos de impotencia y de querer tirarlo todo por la ventana, de volver atrás sin mirar aquello que me puedo estar dejando delante. Las veo, y me entran escalofríos. Pienso "uf... me van a doler". La sensación se parece al frío. 
Voy a tener ganas de rendirme. Voy a maldecir cientos de veces el momento en que a mí se me ocurrió salir de mi país y mi cultura (probablemente cuando lleve ocho días seguidos lloviendo y yo no pueda salir de casa). Me voy a cagar en todo lo cagable. Ya lo sé.
Pero también sé que si no me marcho, me arrepentiré toda la vida. 

Me abrazaré a mí misma cuando os eche de menos, y desde lo alto del London Eye mis ojos llenos de lágrimas alcanzarán la Torre de la Vela. 



The sun always sets, the moon always falls. It feels like the end, just pay no mind at all. 
Keep on rolling, rolling.
Life must go on. 

Veo al albino despidiéndose de mí. Menos mal que Avani y al-Ahmar se quedarán siempre conmigo. 

20 de agosto de 2014

El albino V

La chica apretó la ropa de al-Ahmar, manchada de sangre, y le entraron escalofríos por lo caliente que estaba. Avani se quedó quieto. El joven albino dio un silbido y los pájaros aterrizaron frente a él. Les acarició la cabeza y pareció estar susurrándoles en un lenguaje que ninguno supo entender. Volvió sus ojos pálidos hacia ellos, con aprensión.
—¡Deprisa! —repitió, tensando los hombros. Ella se encogió. Al-Ahmar respiraba con pesadez; soltó un par de toses. Zal extendió los brazos—. Tráelo aquí.
Avani apartó a la chica con toda la delicadeza que le permitió su nerviosismo. Con mucho cuidado, cogió a al-Ahmar por debajo de los hombros para arrastrarlo hasta donde estaba el albino. Él dio una zancada y agarró al nasrí por las piernas, provocándole un mareo a Avani por el poco cuidado que puso. Sin hacer ningún caso de las miradas aterradas del filósofo, Zal acomodó al sultán en la espalda de uno de sus hermanos, atándolo con una soga al cuello del pájaro. Al-Ahmar soltó un quejido.
—Avani… —tosió—, tengo frío...
El filósofo le cogió la mano y le pasó los dedos por la frente. Estaba helado. La temperatura de su cuerpo se escapaba muy deprisa. Avani se mordió los labios. Cuando alzó la vista, se encontró con la mirada directa del albino.
—No es solo una costilla rota —dijo, y tomó al pajarillo de la cabeza. Lo acarició y siguió hablándole.
El filósofo siguió apretando los dedos de al-Ahmar, como si aquello fuese a solucionar algo. Lo miró un momento; estaba calado hasta los huesos, y la mancha oscura en la tela del improvisado vendaje cada vez era más ancha. Esa respiración tan fuerte no era sino mala señal. Le vino el frío, el agotamiento y el dolor en todo el cuerpo, de pronto. Habían estado muy cerca de no contarlo ninguno.
Sintió la presencia tiritona de la chica a su lado.
—¿Qué va a pasar, Avani?
Inmediatamente el filósofo cambió su expresión. Rodeó con el brazo el cuerpo empapado de ella y sonrió.
—Se pondrá bien. Este verraco a sobrevivido a cosas peores. Lo que pasa es que el frío… lo pone un poco más difícil —dijo, y quiso creerlo—. No te preocupes, habibatī. El Rojo estará bien.
El albino se colocó a su lado y lanzó el brazo a la izquierda.
—Vosotros dos ahí —ordenó, y señaló a otro de los pájaros. A Avani se le cayó el alma a los pies.
—¿Cómo ahí? ¿Qué demon…?
—Ahí —rugió Zal, y un trueno llenó de efectismo y poder su voz, que de por sí ya era grave. Todo blanco, recortado contra la negrura de la tormenta y goteando la llovizna que aún permanecía, daba pavor. Miedo de verdad. La chica y el filósofo estrecharon el abrazo. Ella sintió que los ojos grises del albino la evitaban; solo miraban a Avani—. Ahora.
Dicho esto, de un salto subió a la espalda de la tercera cría de Simurgh. La que quedaba libre se colocó junto a los dos abrazados, los miró con sus ojos enormes, que eran el cielo tranquilo de una noche de verano. Ellos, aunque no tenían idea de qué hacer, decidieron en silencio confiar, dejarse llevar. Pocas opciones más les quedaban. Igual que sobre un caballo, Avani montó a horcajadas en la espalda del pájaro y colocó a la chica delante de él, haciendo un cinturón con un brazo y agarrándose a las plumas con el otro. Ella le acarició los dedos con cariño; era muy divertido que un habitante del Nido del Águila padeciese de vértigo. Fue un alivio en aquella marejada de tensión.
—Avani… —susurró. Él percibió el temblor de su voz y de su cuerpo—. Dime la verdad —le pidió. El filósofo suspiró y miró hacia el cielo—. Ya he visto esos ojos antes. Esos con los que has mirado a al-Ahmar. Dime qué le pasa.
El albino comprobó desde su montura que el sultán nasrí estuviese bien sujeto a la espalda de su hermano. El despegue era inminente, así que Avani tragó saliva e intentó ser rápido.
—La costilla rota ha provocado una hemorragia externa muy grande, pero temo que también haya una interna. Con el vendaje espero que la herida coagule y al-Ahmar esté a salvo pronto, por el propio funcionamiento de nuestro cuerpo. Pero está muy frío, y si de verdad está sangrando por dentro, esa costilla puede haberle perforado un órgano. Si eso pasa y la herida no coagula…
El pájaro aleteó. Ella hundió las uñas en la piel del filósofo.
—¿Qué…? —lloriqueó.
El albino dio un silbido. Avani suspiró.
—Que las cosas se vuelven complicadas para Muhammad.
Los tres polluelos dieron un salto a la vez. El filósofo soltó un grito aterrado y dejó a la chica sin respiración. Temió haber arrancado alguna pluma del pájaro, pero se esforzó en no mirar abajo y aguantar las ganas de vomitar. Ella hundió la barbilla y apretó muy fuerte los labios, los dedos que se agarraban al cuello del ave y los que se cerraban alrededor de la mano de Avani. La lluvia y las lágrimas fueron un solo líquido, movido por el viento. Delante de ellos, Zal era una estela blanca, la luz que los guiaba.
El frío no tardó en congelarles hasta las pestañas. La lluvia que los había calado se transformó en una capa de escarcha que los hizo temblar violentamente. El vuelo de los pájaros no era especialmente alto, pero ninguno de los pasajeros tuvo ánimo de apreciarlo. Las nubes seguían siendo negras a su alrededor, los truenos lejanos retumbaban entre las paredes de roca. Avani y la chica se encogieron hasta hacerse un pequeño bulto congelado. El frío los adormeció y disminuyó el dolor.
Los tres pájaros pasaron una altísima pared de roca que rodeaba una masa de agua que parecía no tener fin ni principio. Cuando se posaron sobre la tierra, empezaron a abrirse claros en los nubarrones. Avani bajó, muy mareado, y se fue a vomitar detrás de unos matojos. La chica prácticamente se tiró al suelo desde la espalda del polluelo. Vio cómo sus manos se apoyaban en una superficie terrosa y oscura, casi negra. Una roca muy porosa. Se hizo un ovillo en el suelo; estaba helada. Las alas del pájaro la cubrieron, de repente, para darle calor. Alzó la barbilla y se vio la cara en aquellos ojos tan negros. Le entraron ganas de irse a vomitar con Avani, se mareó aún más. Sus ojos mortales no podían mirar de frente a la inmensidad de un ave divina. Soltó un gimoteo y hundió la cabeza entre las manos.
Zal saltó al suelo y cortó las cuerdas que sujetaban a al-Ahmar. Avani acudió tropezando y muy pálido. Con la cabeza, el albino le indicó a dónde tenían que llevarlo. Le soltó las piernas, dejó caer el arco y regresó corriendo junto a los pájaros. La chica se arrodilló junto al nasrí y le sostuvo la cabeza en su regazo. Su barba pelirroja estaba llena de cristalitos que se derretían muy deprisa. El sultán entreabrió los ojos y esbozó una media sonrisa.
—En verdad Dios es grande… —farfulló.
Solo entonces el filósofo y la muchacha alzaron la cabeza, para encontrar su corazón encogido y sus pulmones detenidos, por un segundo.
La masa de agua ante ellos era puro color negro, como carbón, ónice, kohl derretido que se agitaba, furioso. Pero esa oscuridad estaba salpicada de puntos brillantes, cadenas luminosas que relucían y destellaban como si fuesen diamantes. Las montañas de alrededor eran una corona inmensa, que conectaba agua, tierra y cielo. Los destellos los sobrecogieron, los rugidos de las olas les provocaron escalofríos.
—¿Son estrellas…? —susurró Avani.
La chica contuvo el aire y apenas se escuchó su voz decir:
—Vorukasha…

5 de agosto de 2014

Y nuestro viaje nunca acabará

Ni una lágrima por mí, ¡yo sigo en pie!
Si es verdad que tenemos un destino, ¡es todo mío!
No hay elección cuando caminas mi sendero. ¡Y escucharás mi voz!

La vieja lámpara de aquella aldea sigue diciendo nuestro nombre. Y el sonido del norte me hace echar de menos cuando conquistábamos los mares sin movernos de la playa.

Te echo de menos, Andrés. 

4 de agosto de 2014

Yo concluyo que II

Estudiar a Simurgh ha sido también el descubrimiento de muchos otros campos de investigación: historia, filosofía, religión, arte. Todo concentrado en un territorio, Persia, que durante muchos siglos fue el sol de un sistema establecido en Oriente, donde se gestaron una cultura y unas formas de entender el mundo únicas. Este trabajo ha permitido conocer recovecos de la historia que, tal vez, de otra manera no se hubieran aparecido en el camino. Desde las mismas bases del zoroastrismo, con sus puentes tendidos hacia la religión védica, pasando por la tradición poética de Persia y su complejísima historia política, la cultura de los ilkhanes y la poderosa influencia de la China imperial, hasta la iluminación de manuscritos y la concepción del instante y el espacio en ellos.
Simurgh ha abierto el camino hacia la especialización y la investigación en el territorio de la iranología, sin cerrar por ello los horizontes de su propia importancia científica. Porque, a pesar de todo, el trabajo acerca de esta ave fantástica no está terminado. Quedan todavía hipótesis que probar y matizaciones que hacer, especialmente desde el punto de vista filológico. Por ejemplo, y como se mencionaba al inicio de estas páginas, la evolución del término mərəgō saēnō hasta sēnmuwr y simurgh todavía merece estudio y atención. Del mismo modo, quedaría pendiente investigar esa repentina reincorporación del gran pájaro a los versos del «Libro de los Reyes» de Ferdowsī. ¿Es que acaso aparecía también en las fuentes que el poeta utilizó para componer su Shah-nameh? Esta y otras preguntas aguardan su respuesta. 
El estudio monográfico de una figura como Simurgh ha resultado revelador en muchos aspectos, al mismo tiempo que innegablemente bello. Trabajar sobre la personificación de un pájaro que está al mismo nivel que Yazdan, una criatura venerada y reverenciada de tal manera por los hombres, ha derramado un poco más de luz sobre cómo el alma y la fe de los seres humanos se desarrolló. Porque al fin y al cabo, la mitología no son imaginaciones o relatos puntuales, sino que encierran la verdadera naturaleza de una civilización y su particular visión del mundo.
Un mundo en el que la fuerza superior de la Naturaleza, un pájaro emperatriz, tuvo cabida desde el principio. Proporcionando la vida, sacudiendo las semillas que poblarían la tierra o trayendo las lluvias que les permitirían crecer; protegiendo a aquellos marcados por la diferencia, como el príncipe albino; aconsejando con la sabiduría de Dios y siendo la única criatura capaz de otorgar su gloria. La lectura de lo que realmente significó y significa Simurgh, lo profundo de su esencia, deberá buscarla el lector.



Nada podrá detener tu vuelo.

Fly straight and true, o my arrow. The day of destiny comes, I'll follow the path only Faith knows.
Fowards to glory, my Sister. Today our hearts beat as one, when hope is the faintest of whispers.

1 de agosto de 2014

El primero de los pájaros

«El primero de los pájaros, el Sen fue creado.»



En qué momento se me ocurrió salir corriendo detrás de ti, no me acuerdo. Sí recuerdo cuándo te conocí, hace cosa de cuatro años, y con cuatro lecturas malas y rápidas de Wikipedia y dos blogs con colores chillones (ante todo, información contrastada) ya creí saberlo absolutamente todo de ti. Y si algo no sabía, me lo inventaba. Total, como siempre, ¿a quién iba a importarle? Mi especialidad siempre ha sido irme por los caminos que todo el mundo evita coger, porque son, hablando mal y pronto, raros de cojones. ¿A quién iba a importarle una gallina de colores estampada en las teselas de una pared? A nadie. Bueno, en realidad le importó a las contadas personas a las que yo les di la tabarra con mi alocada, ambiciosa, "gran" idea. Esas personas que puedo contar con los dedos de una mano, y me sobran tres. Yo creía que lo sabía todo. Y aún así, en lugar de gritarlo a los cuatro vientos (como hubiera sido lo habitual), lo que hice fue callarme y esconderte. Porque aquella "gran" idea se convirtió en una "gran" parte de mi propio ser. Y tuve miedo de que alguien pudiese hacerle daño. Así que no dije nada.

Y de repente, porque sí, apareces con tu esplendor cuatro años después, en un cruzada de cables que me sugiere que, por qué no, puede ser interesante escribir un artículo de veinte páginas sobre Simurgh. Yo, que pensaba que lo sabía todo. No tenía ni idea. Ni idea de ti. Cada palabra que leía (esta vez de fuentes contrastadas de verdad) me hacía darme cuenta de que estaba sumida en una selva oscura, en la que apenas entraba la luz. Por encima de las copas, por encima de las nubes, volabas tú. Y con un escalofrío lo supe; quería correr detrás de ti. Correr, arrastrarme y alejarme de Occidente para buscarte a ti en el corazón perdido de Oriente. Conocerte de verdad, saber quién eras, en lugar de imaginármelo o inventarlo. Así que corrí. Y lo primero que pasó fue que me di en toda la cara con el tronco de un árbol. 

Nadie me dijo que ibas a ser tan complicada de seguir. Ahora, casi al final del camino, empiezo a preguntarme qué fue lo que me impulsó a elegirte a ti. Aunque, en realidad, casi puedo decir que fuiste tú la que me escogió a mí. La que me dejó verte y aprenderte. Tengo que redactar unas conclusiones acerca de lo que hice. Tengo que escribir una introducción que te justifique. No sé cómo hacerlo, porque tampoco estoy segura de saberlo. No lo sé. Porque, otra vez, ¿a quién va a importarle? Si solo supieras lo confundida que estoy. No es desazón o tristeza, es simple y llana confusión. No tengo respuesta para esas preguntas. ¿Qué es lo que he hecho? ¿Por qué lo he hecho? ¿Qué aporta lo que he hecho? ¡Y yo qué sé! Yo solo sé que quise salir corriendo detrás de ti, como una loca, porque quería reunir la información suficiente para que fueras co-protagonista de mi novela histórica más ambiciosa, que se llamaba "Simurgh" y que hablaba de los Cruzados. ¡La Cruzada! ¿Te lo puedes creer? ¿Le digo a esta gente la verdad? ¿Les cuento qué pensé cuando te conocí? ¡Y yo qué sé!



«Lleva mis plumas contigo, así vivirás siempre bajo mi protección, porque te crié bajo mis alas con mis propios hijos. Si cualquier adversidad se te presenta, si se encuentran lo bueno y lo enfermo, lanza una de mis plumas al fuego, y mi gloria aparecerá ante ti en el acto. Iré a ti bajo el aspecto de una nube oscura y te traeré de vuelta aquí y a salvo».



No tengo idea de cómo saldré del paso ni lo que escribiré. Lo que sé es que aquí, a los pies del Monte Alborz, en tu presencia, no me arrepiento de nada. Me he arrepentido, es verdad, me he lamentado mil veces de mi elección por no ser "académica" o (jodida y puta y maldita palabra) "normal". Pero no me arrepentía de ti; me arrepentía del mundo al que tenía que presentarte, de las cabezas cuadradas que me mirarán con la ceja arquead y me preguntarán "señorita, pero usted... ¿qué pretendía?". Y egoístamente me entraba el miedo, el miedo a que mi amor propio y mi ego fuesen apedreados delante del resto. Porque no, no soy (jodida y puta y maldita palabra) "normal". Y tú tampoco. Como tampoco lo fue al-Ahmar en su momento, como nunca lo será Avani (al que, por cierto, he podido dedicar un par de frases dentro de la tesina). No lo somos. Pero es nuestra propia naturaleza, nuestra propia identidad. Qué vamos a hacerle, si fuimos concebidos extraños en una tierra de (jodida y puta y maldita palabra) "normalidad". 
Pues volar. Volar y nada más.



«Simurgh se despidió de Zal, abrazándolo como si fueran trama y urdimbre de una misma tela.»



Gracias por enseñarme que sigo teniendo alas en la espalda. Gracias por hacerme crecer tanto como he crecido. Todo te lo debo a ti, y a las pocas personas (pero increíblemente importantes) que creyeron que yo era capaz, que tú y yo juntas éramos posibles, y que importaba una mierda lo que las cabezas cuadradas pudiesen opinar. Porque tú eres grande. Eres emperatriz, eres reina, eres Farr. Y con tus ojos de infinito, me miraste. Y con tus alas dadoras de vida, me acogiste, como trama y urdimbre de una misma tela.



Ha sido divertido. Lo repetiría mil veces.