27 de mayo de 2012

Euforia

Estás en un tren, después de unos días de los que preferirías no acordarte. 
Sumida en un mar de confusiones, en un no saber a dónde vas o de dónde vienes, empiezas a leer. Te dejas ubicar en el tiempo y el espacio que el libro te sugiere. Estás leyendo Samarcanda, de Amin Maalouf. Te dejas llevar, porque al fin y al cabo no te quedan más opciones para hacer esas siete horas un poco más amenas. 
Lees. 
Y, de repente, en la página cincuenta y dos, los encuentras. Lees sus nombres. Togrul Beg, Shagri Beg, Selyuq. Los conoces. Es más, los reconoces. Devoras los párrafos con avidez casi sin poder creerlo, deseando aprender lo que cuentan, lo que dicen. Y sorprendida, te das cuenta de que ya te sabes esa historia. Hablan de ellos, los selyuquíes. Salvajes, indomables, alocados, borrachos, valientes, "capaces de mezquindades y de gestos sublimes". 
Y los ves en lo alto de una colina, frente a Samarcanda, con los cabellos trenzados y adornados de colores, los caballos encabritados, con el sol en la espalda y toda la fuerza de su sangre galopando más deprisa que ellos. Libres. 
Y se te eriza todo el vello del cuerpo, mientras a través de tus auriculares Zeljko Joksimovi canta Nije Ljubav Stvar, una canción que en ese momento suena porque alguien ha querido que suena. Te remueve un escalofrío, se te empañan los ojos y sientes el corazón acelerarse, mientras en tu mente cabalgan los doscientos mil selyuquíes.
Después de estos días que prefieres olvidar, crees reconocer la euforia.
Más aún cuando, avanzando la historia y con la misma canción de fondo, reconoces a Nizam al-Mulk, a Hassan Sabbah y su secta de Asesinos, entre los que te encuentras a un tal Arrani que identificas enseguida con tu Avani ibn Tahir, reconoces a Malikxah y a la China Terken Jatún, a Omar Jayyám. Reconoces las ciudades de Isfahán, Nishapur, Balj, Merv, reconoces el Sha Rud... y Alamut. "La lección del águila".
Te invade la euforia, la alegría vaga de aquel que sabe, y con esa canción de fondo te emocionas porque, al menos un poquito, sientes esa fuerza dentro de ti. 

22 de mayo de 2012

At last

Hasta siempre, abuela.
Te quise, te quiero, te querré.


Y hay un amor salvando la luz, y ahí estás tú.

19 de mayo de 2012

Arábigo-fichas


Nombre: Laura
Apellidos: Castro Royo
Nombre árabe: Rewend
Pueblo/tribu: Selyuquí
Territorio: el Rum (península de Anatolia)
Referente histórico: Imad ed-Din Zanji (atabeg)
Color: azul (azraq)
Rama: Historia del arte


Nombre: Camilo
Apellidos: Álvarez de Morales Ruiz Matas
Nombre árabe: al-Mu‘alim
Pueblo/tribu: Andalusí
Territorio: al-Ándalus
Referente histórico: Ibn al-Jatib (médico)
Color: ?
Rama: Medicina


Nombre: Sherine
Apellidos: Saami
Nombre árabe: Sheryne
Pueblo/tribu: Mameluco
Territorio: Egipto
Referente histórico: Shayarat ad-Durr (sultana)
Color: blanco (bayd)
Rama: Traducción

17 de mayo de 2012

Karan entre bastidores II

(Ishys) ¡Oh, cielos, un dragón en el vaso!
(Bob) ¡Coño, un dragón!
(Kael) ¡Mreaow, un gran lagarto grande!
(Drako) ¡Anda, un yo!
(Aro de Plata) ¿¡Qué te han hecho, Jeffrey!?



Ways to see the glass.
We're "awesomist".

16 de mayo de 2012

Canciones de damas y dragones

Allí, lejos, pronto quiero estar. Correr libre, suelta y sola.
No paran de gruñirme, no paran de juzgarme. No queda más remedio, tengo que escaparme...


¡Un mundo sin verjas! Vivir sin miedo, soltar la fuerza que hay en mí. 
No quiero barreras, ¡sacadme de aquí!
A un mundo sin más fronteras es de veras donde quiero ir.


No quiero más reglas, bastantes ya cumplí. Un mundo sin verjas yo lo quiero para mí.
¡Un mundo sin verjas, al fin!
Sólo ansío libertad.



Es gracioso que me imagine a Aro de Plata, en su fantasía, volando libre alrededor del castillo de una dama que canta, y cuando canta, le recuerda toda la fuerza que transmiten sus canciones. 
Por otra parte, muchas de las frases puedo ponerlas en boca de Thiago. Las subrayadas, para ser concreta.
Es una historia mucho más compleja de lo que parece.

15 de mayo de 2012

En el pellejo de Arslan

Yo soy la cabeza.
Pero de otro turco.



Basta.

He mele no Silver Ring

Es como si hubiera una humareda encima de su cabeza, que muestra un recuerdo, un sueño. Quizá las dos cosas. Con la música de los tambores, ella cae en trance y se duerme, pero los demás pueden ver exactamente las imágenes que pasan por su mente. 

Hay una playa. No se sabe si atardece o anochece, pero la luz es tornasolada como la piel de sus escamas. Se refleja en ella, haciéndola parecer de bronce. Qué paradoja. Le brillan las pupilas cuando ve el mar. Echa una mirada extasiada para atrás, compartiendo su felicidad, como si no pudiera creerlo. No está sola. Le acompaña una figura encapuchada, que ante su cara de reptil sorprendido se encoge de hombros, le señala el horizonte donde está el sol, la invita a disfrutarlo. 
Ella ruge, levanta la cola y echa a correr por la orilla. Las olas le salpican las patas, mojan su alegría. Las salta, da vueltas sobre sí misma, planea sobre la arena, rueda con una explosión de felicidad. El olor a sal, el sonido de las gaviotas y del mar, todo se adhiere a su cuerpo y en un momento cierra los ojos. No quiere que se le olvide, nunca.
El encapuchado sonríe, con ternura, y se sienta en la arena, para verla jugar. Ella se pone derecha y corre a su lado. Le hace un par de mimos, le golpea la espalda con el hocico. Al principio él se niega, no va a levantarse, pero el dragón es tan fuerte que casi lo tumba de boca en las suaves dunas. Se pone de pie, le da una patada a la arena para salpicarla, pero ella salta con una carcajada. Corre hacia la orilla y él, contagiado de felicidad, va detrás de ella. Entonces, el dragón sí se siente en el culmen de la dicha.
Juegan juntos, corren y saltan, parece que no pasa el tiempo. El sol sigue emitiendo la misma maravillosa luz tornasol. El dragón le empuja, él intenta escaparse, se tropiezan y se levantan, se salpican agua. Son felices, porque alguien quiere dejarles un rato. Un momento eterno al lado del mar. 
Las olas rompen con más fuerza cuando él levanta el brazo. Sabe que puede, y alza paredes saladas de hasta tres metros, sólo para ella. Ruge de contento, él se ríe. Qué pocas veces se escucha esa melodía entre paredes de piedra. Todo es lo que debe ser. 
Entonces, con un rayo de sol, el cuerpo del dragón estalla en luz anaranjada. Como un nuevo sol sobre la arena. Sopla el viento, un viento que le quita la capucha al chico; se tapa para que ese resplandor no le ciegue. El dragón se levanta en el aire, echa la cabeza para atrás y ruge. Cuando baja al suelo, ya no es un dragón, sino una joven de cabello negro, rizado, y ojos verdes. Sus pendientes plateados relucen con el sol, que sigue quieto. 
Se miran un momento, y esta vez es ella quien se encoge de hombros, con una carcajada. Él hace amago de volver a cubrirse con la capucha, pero las manos de ella lo detienen. Arque la ceja y él deja caer los brazos. levanta las palmas, está bien, le dice con los ojos. Y ella rompe a reír, haciéndole sentir la persona más afortunada del mundo. 
Corren otra vez por la arena, con el mar estallando con su alegría, siguen jugando a saltar las olas, cogidos de la mano. Ruedan por la arena y hacen lo imposible por que el otro no se levante, se salpican otra vez, se ríen. Aún así, con otra forma y con esas quemaduras, siguen siendo felices. Muy felices. Ninguno sabe por qué. 
Se detienen en la orilla, jadeando, uno al lado del otro. Él se apoya en las rodillas para recuperar el aliento. Ella extiende los brazos y ruge, como buenamente le permite su humana garganta. Él rompe a reír y se acerca un poco más. Ella se da la vuelta, se queda frente a él y sonríe. Sus ojos verdes brillan tanto como el sol. Él acaricia su cara sin cicatrices, sin marcas, y bucea en esas pupilas; es como si no vieran el estigma que a él le mancha la piel. No lo ve. No le importa. Desde luego, es el más feliz del mundo en este momento. El más feliz. 
Ella se ríe otra vez, incapaz de mantener la seriedad durante unos minutos, y se cogen muy fuerte de las manos. Juntan frente con frente y se miran, con los ojos más brillantes que el propio sol. Les duelen los músculos de sonreír, ¿no habrá otra manera de expresar esta alegría? ¿Algo más grande, más intenso? Todo su cuerpo es felicidad. Felicidad, qué bonito nombre tienes. 
Él ladea levemente la cabeza, ella entrecierra los ojos. A un centímetro de que sus labios se junten, todo se esfuma. 
Porque, al final, sólo era una humareda encima de su cabeza. Un recuerdo, un sueño. Quizá las dos cosas. 

14 de mayo de 2012

Las cosas de Avani XI

ö

"Mira, una cara sorprendida."
"O una 't marbouta'...", dice mi Avani ibn Tahir interior.

13 de mayo de 2012

Rewend

Han cambiado muchas cosas desde la última vez que me puse a reflexionar.
Ha cambiado el hecho, por ejemplo, de que ya no me quedaré con mocárabes y leones, sino que volveré al mar y a los buñuelos de calabaza, por un año. Académicamente no es lo que más me complace, pero mi interior sabe que es la elección correcta. Por muchas personas, pero sobre todo por mí. Mi hermano de sangre, lagarto ofuscado, decía que no querían influir para nada en mi decisión, y eso es algo que también me ha dicho otra gente. Nadie quiere interferir en mi decisión y eso es algo que me ha sorprendido. Todos me echan de menos, todos quieren que vuelva... pero estarían dispuestos a mandar a paseo el sentimiento si al final yo elegía quedarme, porque sería importante para mí. Es más, ninguno estalló de felicidad al principio, sino que con cauta alegría todo el mundo preguntó si estaba segura, si era lo que de verdad quería, si, si, si... Después ya vinieron la felicidad y los mensajes contentos. 
Quiero volver a casa, si es que tengo una casa. Cosas que tienen que ver, cuando estudias fuera siempre preguntan "de dónde eres". Es cómico, pero yo digo que soy de Levante simplemente por el hecho de que nací allí. No me siento de allí. Ni de aquí. A decir verdad, no me siento de ninguna parte. Será por lo de volar. No tengo sentimiento arraigado a una tierra, a un olor, a un sitio. Y a veces no estoy segura de que eso sea bueno. Por ejemplo, no es que extrañe mi tierra; extraño mi casa, mi gente. Podrían estar en cualquier otra ciudad, que mi nostalgia sería la misma. Otro ejemplo, sigo soñando con la casa en la que viví once o doce años, porque fue mi cobijo y mi alegría mientras fuera de sus paredes todo era hostil. No me siento de aquel pueblo, pero me siento muy de aquella casa, que me vio empezar a escribir. Ejemplos varios. Sé que cuando me vaya echaré de menos la Escuela, porque me siento de ella y del maestro que allí trabaja; y echaré de menos Traductores por la misriya que me da clases y me enseña a hablar en otra lengua. Y echaré de menos mi ventana al monasterio, mis atardeceres y mis paredes con fotos. Echaré de menos el último bastión de al-Ándalus, pero no me sentiré de él. Tampoco me siento de la ciudad de los fuegos artificiales. 
A veces pienso en mi otra compañera, la gata-esfinge, y concluyo que soy mucho más nómada que ella. Soy Rewend. Soy una palabra en turco moderno que describe a una persona sin raíces ni destino. Mi gata, viajera y curiosa, es gata-fallera, y ama su fiesta, todo lo que implica y sus vestidos. Tiene ese sentimiento de identidad con una tradición, se siente fallera y lo envidio. Además, por tener ya casi tiene una casa propia, que las hay con suerte. 
Pero yo no. Yo soy Rewend. Rewend, con el único apego al aire y al mar. Al mar, porque de verdad lo amo. He vuelto a verlo, he pasado tres días con él, y he descubierto cuánto lo echaba de menos, cuánto me transmite. Es precioso, lo mire desde donde lo mire (admite alguna matización, en la ciudad levantina a la que vuelvo el mar deja que desear). Pero aparte de la masa salada y el viento que le pasa por encima, yo no soy de ningún sitio. Y es este año cuando me he dado cuenta. Porque quiero volver a Levante, pero no quiero quedarme allí. Quiero seguir volando, y lo de establecerme no lo contemplo. No de momento, vaya. 
Sir Dan es otro enamorado de su tierra. Ése si es un hombre de raíces, de cultura, de cariño por su tradición personal. Envidio ese amor, esa ternura, pero no estoy segura de querer tenerla. Al menos, no de momento. 
Volveré para quedarme un año, y ya veremos qué es de mí dentro de dos. Por fantasear, he estado curioseando sobre una de las mejores universidades de Boston, y me he imaginado que por un segundo pudiese acceder a sus estudios. Trabajo duro tengo por delante. Y tendré que trabajar bastante más. 
Va a ser agradable volver y tenerlos cerca. Poder salir de fiesta, a pasear, a vivir, simplemente. Lo comentaba a varias personas; los estudios no son mi vida, no son mi cien por cien, sólo es una parte. Y para desmontar académicamente dos universidades, prefiero hacer las cosas como el resto y empezar a cambiar dentro de doce meses. Ya veremos, porque dentro de un año estaré "en tren" de colgarme una banda y recibir un papel que diga que sé algo sobre la Historia del Arte. Me entra pánico de pensarlo, qué voy a saber. Nada de nada. 
Sé que cada vez que pienso en la palabra "rewend", más de ella me siento. Soy una hija perdida de los selyuquíes del Rum en pleno siglo XXI, buscando mi desierto y mi caballo y encontrando parte de mi identidad en los dos pendientes que llevo en la oreja derecha. 



Cuando nadie me ve, puedo ser o no ser. Cuando nadie me ve pongo el mundo al revés. Cuando nadie me ve, ¡no me limita la piel!



Supongo que he conectado con mi gente afín tarde. Pero tampoco es un problema. Podré viajar para ir a verlos. Berlinés, ni imaginas qué vacía me dejaste cuando te fuiste. Me he juntado con gente parecida a mí, tanto en edad como en mentalidad, porque dentro de nada entramos al mercado laboral y "rewends" aparte, hay que empezar a plantearse qué utilidad nos dará de comer. Yo no tengo ni idea. Ninguna. Mi cabeza todavía está a pájaros, a gaviotas de la costa del Rum. El conocimiento es tan amplio que no sé por dónde voy a empezar a delimitarlo. Es un serio problema, espero lo solucionaré estos meses, o se me comerá el tiempo. Si es que existe.
Más cosas que tienen que ver, recuerdo que mi dama me pidió que escribiese cosas bonitas. Me perdonará la reflexión, desde esa cueva mental donde contemplo el mundo. Aliviaré la carga intelectual diciendo que mi habitación de verdad parecía una cueva. Ahora tiene más aspecto de habitación. 
Habrá que dejar las reflexiones para ponerse a trabajar. Vienen los exámenes, esos maravillosos trámites entre la nota y el estudiante. Ya nos pondremos filosóficos otro día. 



Hoy no voy a pensar ni a esperar a nadie. No me apetece. 



Cosas que tienen que ver, ¿por qué "aro de plata"? La explicación es tierna. Y ni mi dama ni mi gata lo saben, va siendo hora de explicarles. El apodo empezó en inglés, Silver Ring. ¿Por qué? Por los pendientes que llevo en la oreja, los dos. ¿Por qué Silver? Por Long John Silver. ¿Por qué? Porque amo el mar, y los piratas. ¿Por qué la plata? Porque era su metal. ¿Por qué un aro? Porque ellos también lo llevaban. Porque cada vez que cruzaban el Cabo de Hornos vivos, tenían derecho a orinar al viento, permanecer cubiertos ante un rey y a perforarse la oreja. ¿Por qué los piratas? Bueno, sólo hay que ver de qué va vestida Aro de Plata. 
Es un tributo. Sin mucho misterio, pero al fin y al cabo es mi tributo. Ah, ¿y por qué tres? Eso ya es más complicado y lo explicaremos otro día. 

12 de mayo de 2012

Atentamente, un tuerto

"Como le pongas la mano encima, te aseguro que desearás ser tuerto como yo para ver sólo la mitad de las desgracias que le voy a hacer a tu cuerpo."

E. Zálatta

8 de mayo de 2012

Momento revelación 4

Cuando le presté atención a esta canción por primera vez, iba caminando cerca de Puerta Elvira, y no me acuerdo exactamente hacia dónde iba. Muy posiblemente hacia Traductores, lo que me hace pensar en un par de cosas que tengo pendientes de escribir.
Acababa de descargar este disco, y todas las canciones me parecían geniales. Llegó esta, y simplemente fue una iluminación. Una respuesta al enigma. Ellos tres siempre habían estado juntos... ¿pero cómo se conocieron?

(¡Oh, cometa, baja ya!) 
Un kamikaze sobre mí.
(¡Y salí ilesa!)
Mi melodía de medianoche.




Y una noche de tormenta eléctrica, con esta canción de fondo, la dama interrumpió su lectura cuando un dragón de ojos verdes se estrelló contra su tejado, después de volar en círculos sobre el castillo. Un dragón. Ella estaba convencida de que no quedaban. Además, era un cachorro. Cuando la miró a los ojos, vio que estaba tan asustado como ella.
Así que decidió acogerla. Cuál fue la sorpresa de su amante cuando, al regresar, se encontró con un hermano de sangre de pocos años. No podían dejar al cachorro solo. Lo cuidarían. 
Todo fue bien hasta que, una mañana, el cuerpo del dragón se había transformado en el de una mujer. Y a Aro de Plata no le quedó otro remedio que hablar, confiar en ellos y contarles lo que estaba pasando.
A partir de ahí, todo fueron huidas.
Y lo demás, está por escribir.

7 de mayo de 2012

Karan entre bastidores I

Era una apacible tarde de primavera, con el sol calentando las flores y las barrigas de los lagartos, la brisa meciendo la hierba y las cortinas del lujoso castillo. Todo invitaba a tenderse y disfrutar de la tranquilidad, un buen libro, quizá una ligera merienda a base de galletas de espelta con un finísimo té jazmín traído del mismo corazón de Arabia. Todo calma, sosiego, paz. 
Pero Ishys, sabiamente, dejó el libro a un lado, buscó en uno de los cajones más cercanos y sacó dos pequeñas bolitas de algodón. Con sus finas yemas trazó círculos, hasta moldearlos perfectamente, para después introducirlos en sus oídos. Y, muy resuelta, volvió a tenderse en el sillón, en medio del inmenso salón. 
En el lado derecho, Kael se colocó un perol de cobre en la cabeza, con los pertinentes agujeros para los cuernos. Los ojos le hacían chiribitas, se relamía los bigotes y agitaba la cola con excitación.
En el lado izquierdo del salón, Aro de Plata movía las alas y rascaba en el suelo de piedra con la zarpa, con las pupilas a punto de estallar y el humo saliendo de las fosas nasales. Con la dificultad imaginable, la Dahara había conseguido encasquetarle al dragón una marmita vieja en la cabeza, que daba tumbos y rebotaba contra los cuernos que le atravesaban la panza de metal. 
Y entonces, como todo es fantasía en esta vida, empezó a sonar Iron Man de Black Sabbath. 
Ishys levantó una ceja, y la nariz por encima de su libro, para observar a sus queridos animales. Volvió a la lectura.
Tranquilidad, con aquellas dos, y un cuerno. 
Kael meneó el trasero.
¿Preparada?
El dragón levantó la cabeza para dejar salir un rugido, que aumentó la adrenalina. La Dahara se relamió.
¡Ishys, atenta!
¡Ishys, míranos! -rugió Aro de Plata.
Tenéis toda mi atención, niñas -repuso la dama, sin hacer amago de interrumpir su lectura. Pasó una página con total calma. 
El dragón hundió las garras en el suelo. Kael levantó el brazo y empuñó una fregona, con la parte húmeda hacia delante.
-¡Al ataqueeeeeeeeeeeeee! -su berrido se unió con el aullido alocado del dragón. 
Y echaron a correr. La una hacia la otra. Sin parar. 
El choque fue tan brutal que la mujer-irbis salió disparada hacia el techo. No tuvo fuerza suficiente para frenar al dragón, que siguió corriendo. Kael voló por los aires, soltó un grito y bufó, se agarró con las uñas a los tapices de la pared y los rasgó enteros. Con uno de los cuernos rompió la cola de milano de una de las estanterías, que cayó al suelo con un estruendo. Ella volvió a salir despedida, propulsada por la viga donde se había quedado sentada. La olla de su cabeza también voló. Con un maullido agudísimo, se precipitó contra el suelo. 
Aro de Plata, incapaz de detener su alocada carrera, dio con la cabeza en la pared, la marmita se hizo añicos y retumbaron todas las paredes del salón. La lámpara cedió en sus juntas, se destrozó contra la alfombra y llovieron trozos de diminuto cristal. El dragón había abierto un hueco en la pared, pasándose a la de al lado. Todo se llenó de polvo y de piedras, que caían en la cabeza del dragón, aturdido por el choque. Se derrumbó en el suelo, con los ojos dando vueltas. 
La Dahara salió temblando de debajo de uno de los listones de madera, el dragón agitó la cabeza para despejarse. Se miraron a los ojos, y después miraron el desastre que habían organizado. Por último, se volvieron hacia la elegante dama, que seguía leyendo como si no hubiera pasado nada. 
-¡No estabas mirando!
-Por su puesto que sí, queridas -replicó ella, quitándose los tapones y volviendo a su libro-. Os he prestado toda mi atención. 
-No es verd... -Kael no pudo terminar la frase, porque Aro de Plata se lanzó sobre ella con un rugido. Se revolcaron entre los escombros, hechas un amasijo de escamas y pelos. 
En ese precios instante, Drako entró por la puerta.
Levantó las palmas de las manos.
-¿Pero qué demonios...? -y la olla que Kael llevaba en la cabeza, que se había quedado colgada de un estante, le fue a caer en la cabeza. Maldijo en todos los idiomas, y fue derecho al sillón donde su preciosa amante seguía leyendo-. ¿Esto es necesario? -preguntó, airado, señalando el desastre.
-Las niñas tienen que hacer ejercicio -respondió Ishys, muy digna-. Ello requiere su parte animal. Es la base de una buena salud.
-Ya, ¿pero tiene que ser en el salón?
-¿Tienes algún problema con mi modo de educar a las niñas?
Drako se dio la vuelta y salió, con los ojos en blanco y los brazos en alto.
-¿Es que puedo tenerlo?



6 de mayo de 2012

Tipo de hojalata

¡Oh, qué grandísima canción!

Chaaaa-naaaa-na-na-na, chana-nana-nanana-na-na-na.

5 de mayo de 2012

"El rey de la lluvia"

Si los sueños son como películas, entonces los recuerdos son películas de fantasmas.



Aquí está nublado, pero en mi cabeza truena. Los rayos del Caribe, de Livinstong, vienen a reventar el suelo con su eléctrica lengua, el viento va de un lado para otro y bambolea mis alas como hacía con las velas del Maybelle, en mar abierto. En una tormenta que nosotros provocamos. No hay olas, pero podrán formarse en cualquier momento, y me tragarán. Entonces, recuerdo mi precioso barco (porque ya está claro que es mío y que a Ari le pertenece la Perla Negra), y recuerdo cómo se sostuvo en la superficie de las olas con valentía, mientras otros petroleros y pesqueros se hundían y daban la vuelta, engullidos por el mar. Mi barco resistió, yo resistiré. 
Me pongo derecha, levanto la cabeza y busco. Sé perfectamente qué estoy buscando, qué he venido a hacer en este inhóspito paisaje. No las veo. Corro (volar con este tiempo es liarse una soga al gaznate y apretar), y las busco, con desesperación. Sé que están perdidas en la misma tormenta que yo. No las veo, porque están lejos, pero no desistiré. Seguiré buscando, seguiré llamando desde el sur; vale la pena. 
Aunque el tiempo quiera convencerme de lo contrario.



He estado aquí antes y sé que merezco un poquito más.



A pesar de que está oscuro, la luz de los rayos me hace verlas al final de la estepa. Están solas, cada una en un extremo. No me ven, mi me oyen. Están mojadas y encogidas, envueltas en sus miedos y en sus preocupaciones. Como Antón, puedo ver el torbellino, el vórtice negro sobre sus cabezas. Me alarmo y miro hacia arriba, hacia mi propia cabeza. Efectivamente, allí está. Negro como el carbón, humo en espiral que gira con violencia y que, con los otros dos, provoca esta horrible tormenta. Estaba claro desde el principio, somos nosotras. 
Las veo deambular, como almas en pena, como peregrinos perdidos. Intentando levantar la cabeza para el resto del mundo, fingiendo como siempre que lo tienen todo controlado. A mí no pueden mentirme, porque conmigo se confiesan. Yo veo la cara que oculta la máscara. Yo veo el caro maquillaje, corrido por las lágrimas y por la lluvia. Veo el pelo sucio y mojado de gato, los pañuelos de colores pegados al ojo de la humedad. Y aunque es imposible verse a uno mismo, siento el pelo negro pegado al cuello, y el agua que va resbalando por las escamas. 
Las tres estamos perdidas en la tormenta. Las tres necesitamos que las otras dos hagan algo, porque se nos han acabado las ideas. 
Ah, no. Ni hablar.
Las fosas nasales se abren, y el belfo se pliega para enseñar los colmillos.
Ninguna tormenta le toca los cojones a un dragón.



"En medio del agua no se puede llorar".





Rujo. Y ese ruido puede, por un momento, contra los truenos. Rujo y me levanto, abro las alas aunque sea desquiciado y las agito, para que me vean. Se dan la vuelta y me observan. Aunque sabemos que siempre estamos juntas, parece que me vieran por primera vez. 
Yo no estoy para tonterías. Soy un dragón muy enfadado. 
Rujo, ladro y las llamo de todas las maneras que se me ocurren. Me levanto, porque estoy orgullosa de lo que soy y de lo que son ellas. No vamos a dejarnos vencer por una tormenta. Yo, no. No voy a dejarles. Si les faltan fuerzas para combatir, yo pelearé por ellas. Soy grande, puedo hacerlo. Las cobijaré bajo mis alas. Podría decirse que en este momento las odio; si caemos todas, si no podemos sostenernos, estamos perdidas. Las odio por dejarse vencer. Ellas son mujeres guerreras, son luchadoras, y odio verlas caer. Odio que se dejen.
No podemos rendirnos ahora. No queda nada, absolutamente nada para la plena libertad. ¿Cómo vamos a lloriquearle a la vida y a temerla? ¿Ahora? No. No podemos. No seré yo quien las deje caer. 
No puedo acercarme, porque la parte de realidad que queda en mí no me deja. Pero se lo transmito con los ojos, con las alas, con la voz que puedo hacer oír en esta tempestad. No tenemos motivos para provocarnos tormentas interiores. No podemos dejar que nuestras flaquezas se vuelvan torbellinos, que llueva sobre nosotras mismas. No cavemos nuestras propias tumbas. Podemos con esto, con todo, con más. Siempre hemos podido, siempre podemos. 
Porque ya hemos empezado a ser para siempre, ¿verdad? Pues para siempre nos tendremos. Que no se nos olvide. 
El vórtice de mi cabeza chirría, y parece que quiere romper el cielo. Las miro con amor, con ternura, con confianza. Es cuanto quiero transmitirles. Y, finalmente, sonrío. Porque si ellas no pueden, yo sonreiré por las tres. Soportaré la lluvia para que a ellas no les moje, y cuando se sequen un poco saldrán a combatirla conmigo. Pueden hacerlo, sé que pueden. 
Estoy muy orgullosa de lo que son. 

4 de mayo de 2012

Marra ojra

Tienes que ser algo así como una estación de radio.


Está claro que hoy, lo que es hoy, no era mi día. Pero tampoco me ha desanimado tanto como pensaba, así que una vez más me sorprende lo estoica que puedo llegar a ser. Estoica, yo, qué gracia; un par de veces reprendo a un cristiano por serlo. 
Me ha dado por pensar, por imaginar dragones volando por todas partes, y por reflexionar con música. Sólo quedan dos meses en tierras musulmanas, y me doy cuenta de la incertidumbre que supone. No sé si volveré. Mi reacción es el miedo; quisiera volver, quisiera besar cada mañana el viento de la Nevada, quisiera que las únicas que me vean llorar sean las piedras que levantan Comares. Pero no estoy segura, y nadie es capaz de asegurar o prometer una decisión. Se ha pasado rápido, no sabría decirlo. No ha sido rápido, tampoco lento. Simplemente, se ha pasado. 
He aprendido poco de la gente que me ha rodeado, eso sí es verdad. Ha sido más un encuentro conmigo misma. Una manera de aprenderme. Porque si tengo que sacar conclusiones del personal de que me he rodeado, prefiero callarme, que me dan ganas de llorar. Soy muy triste para esas cosas. Mejor quedarse con lo que ya tenía, que siempre es mejor el malo conocido. La púa es que me he comido otros tantos malos y de frente, yo que soy tan inteligente. 
Si me preguntasen ahora, ahora mismo, diría que no estoy segura de querer quedarme. Porque a nivel personal harían falta muchas, muchas cosas. Lo veré por el lado positivo. Si al final no permanezco al sur del islam, tendré la gran certeza de que aquello de lo que me he enamorado no se moverá del sitio. Porque la única posible razón para volver se repliega hacia tierras cristianas, así que...

Si fueras pequeña, dormirías en un malvavisco. Yo me lo comería. 

Cosas que tienen que ver, está claro que los piratas siempre han marcado un punto de inflexión en mi vida literaria, por decirlo de alguna manera. La prueba infalible es la indumentaria de Aro de Plata. Eso, y que en la mayoría de historias que he escrito o que he planeado aparecía algún tipo de barco. Qué lástima que, en realidad, no sepa nada de piratas.
Me ronda la cabeza, fruto de las últimas jornadas bucaneras, un personaje que estaba casi olvidado, porque el hilo argumental era bastante pésimo. Pero a él le quería. Se llamaba Eneas Zálatta, era un pirata que capitaneaba el Tigris, donde cada uno de los nombres de la tripulación tenía un por qué muy explícito. El Tigris tenía un gemelo, el Eúfrates, pero se hundió. Había por ahí una vieja que quería mucho a Zálatta, una Nenneke de este vagabundo que venía a ser algo así como un Sparrow personal, pero con mucho menos 'merchandaising'.
Ya veré qué hago contigo. 









Más cosas que tienen que ver, se me han acabado las cosas que decir. Sólo quería escribir una entrada con ese título. Valía cualquier cosa.