26 de diciembre de 2011

Las cosas de Avani II

"Así les iba... y así les va", piensa mi Avani Ibn Tahi interior sobre los musulmanes.

17 de diciembre de 2011

Momento revelación 2

He escuchado esta canción cientos de veces, porque desde que salió la película y me enamoré de la banda sonora, mi iPod la ha reproducido bastante. Siempre me gustó su ritmo pausado, su tranquilidad, y las escenas de la película que me recordaba. Unas escenas llenas de amor. Pero hoy, de repente, me he parado a escuchar la letra. A escucharla de verdad. A obviar que está dentro de una película y pensar que está dentro de mi vida.

Un escalofrío me ha recorrido entera. De la punta de los dedos al centro del ombligo, que es donde dicen los orientales que está nuestra alma.




"No puedo creerme que estos momentos lleguen. Es increíble que estemos solos. Hay mucho por decir y por hacer, es imposible no sentirse abrumado. ¿Me perdonarás si me siento de esta manera? Porque acabamos de conocernos... dime que está bien.
Coge este sentimiento... hazlo crecer... Nunca dejes... nunca dejes que se marche.

No dejes que se vayan las cosas en las que crees.
Tú me diste algo en lo que creer.
No dejes que se marche este momento.
Desprenderme de este momento...
No dejes que se marchen las cosas que sientes.
No puedo explicar las cosas que siento.
No dejes que se vaya.
No. Nunca dejaré que se vaya.

Ahora... ¿te importaría si desnudo mi alma? Si me armo de valor y te digo que eres preciosa. Porque aquí hay algo que no puedo explicar. Me siento naufragando en una lluvia torrencial. Haces enloquecer a mis sentidos, y no puedo resistir tu dulce... dulce sonrisa.
Así que coge este sentimiento... hazlo crecer... y nunca, nunca dejes que se marche.

He esperado toda mi vida para hacer que este momento fuera perfecto. Sentirte aquí simplemente llena la noche. Así que... veamos... Vamos.
Abrázame muy fuerte."




Es tan bello... tan increíble... sentirse así.

14 de diciembre de 2011

Las cosas de Avani I

"Si es que somos todos tan simpáticos...", piensa mi Avani Ibn Tahir interior.

12 de diciembre de 2011

Me enveneno sola

Tengo miedo a sentir.
A sentir y a todas, todas sus consecuencias.





¿Cómo puede se un dragón tan cobarde?
Los que se reconocen cobardes son, dicen por ahí, los más valientes. Al cuerno, yo no soy valiente, lo que pasa es que lo parezco. La maldita bendita apariencia. Las alas, los dientes, esas cosas. Pero no, no creo que sea una persona con especial valor. Lo normal, lo estándar, lo justo para seguir dando un paso tras otro. La gente que me conoce (un poco) dice que sí, que no diga tonterías, que soy una de las personas más valientes que conocen. Yo no lo creo. Ni es falsa modestia, ni autocompasión ni giliflautadas parecidas. Es que no lo pienso, y punto. Como tampoco pienso que sea rubia, es así de sencillo.
Así que, por regla de tres, si no soy valiente soy una cobarde. Y eso sí, eso sí que lo creo.
Podría darme igual, soltarme el pelo y vivir desinteresadamente, olvidarme de todo y de todos para dejarme de idioteces y de quebraderos de cabeza. Podría hacerlo, y no sería yo; pero me preocuparía menos.





"Piensa menos y siente más", ojo con esa afirmación, que es peligrosa.
¿Qué estoy haciendo?





No importa. Deja de importar cuando recuerdo que siempre tendré al Demonio velando por mí. Se envenena y me enveneno, y entonces nos buscamos porque ambos somos el antídoto infectado. Siempre, siempre, siempre viene a mí para descansar sus agarrotados hombros. Y yo siempre puedo recostar la cabeza en ellos, por doloridos que estén. Anoche aulló y removió la tierra entera con su quejido lastimero. Y yo lo escuché; intento estar atenta a lo que pueda necesitar.
Si le tengo a mi lado, si pienso en él, todo es diferente y un poco más... diabólico. Pero es más fácil. Aunque ahora se haga cuesta arriba, porque estamos lejos. Dentro de poco estaremos juntos. No soporto escuchar que está triste, porque si el Príncipe de las Tinieblas sufre, es que pocas cosas quedan que merezcan la pena.
Pero también es verdad que mi voz, de tonta e idiota, consigue hacerle sonreír. Reír incluso. A veces pienso que nos queremos tanto porque yo soy un ser de fuego y él es el Fuego. Y que se divierte conmigo, su pequeña marioneta estúpida que tiene poca idea de la vida, pero mucha idea de todo lo que le quiere. Anoche volvimos a divertirnos juntos y eso no tiene precio. Eso me dio fuerzas, porque esta semana está siendo una locura emocional y sólo estamos a lunes. Es como arrastrar la cola por la Scala Regia del Vaticano. Y a él le pasa lo mismo.
Nos envenenamos solos.
Pero cuando estemos juntos, nos pondremos bien. Estoy más que segura. Llevamos cuatro años comprobando que esta terapia de la ponzoña conjunta es bastante efectiva.

6 de diciembre de 2011

Superdetective en Granada y un chichón

En mi Alhambra...





Ha estado aquí una persona que amo.
Me ha dejado la marca de un bote de espuma de afeitar, dibujada en la pila del baño. Quedan unos cuantos pelos sobre las sábanas y me ha desaparecido un calcetín negro, que tomé prestado de mi hermano sin darme cuenta. En mi habitación vuelvo a ser uno.





Báilame por tangos...





Ha estado muy bien, por unos días, ser yo de nuevo. Ser completamente yo. Sin preocuparme de lo que decir o de cómo actuar, ni siquiera de cómo moverme. Si quería un abrazo, lo daba y lo tenía, podía hablar de todo sin problemas, podía compartir y recordar cosas que habían pasado, podía debatir complejos líos internos y chorradas banales sin fuste. Podía ser yo con las alas abiertas, de par en par, todo lo larga que soy. He sido yo otra vez, y ya lo iba necesitando. Parece ser que, una vez al mes, necesito que aviven mi fuego interior.

Ahora estoy comiendo chucherías y me acuerdo de caminar de su brazo bajo luces de Navidad. Le echo de menos, y sólo hace ocho horas que no está aquí. Echo de menos sus mil y un tipos de risa, echo de menos que se interese por la idioteces que digo, echo de menos la manera de calmar mis temores y mis nervios, tan única, que tiene. Me encantaría darme la vuelta y descubrir que estos minutos frente al ordenador sólo han sido eso, minutos, para consultar cualquier detalle, y que puedo volver a sus brazos para acurrucarme como he hecho estas pasadas noches.
Pero encima de mi cama sólo hay pliegues revueltos, una mochila y una sonrisa con un solo ojo.

Me ha devuelto a mi naturalidad y al sentirme querida. No dudo ni por un momento de que me quiere, porque eso se nota. Se enfadaría conmigo, porque tengo las manos congeladas. Ahora todavía será más difícil que se calienten.
Echo de menos su perfil a la luz de una vela y sus dedos jugando con las curvas de mi cuerpo como una montaña rusa. Si cierro los ojos todavía tengo en el párpado el dibujo de sus ojos negros. Por ahí fuera, en el pasillo, se está riendo alguien. A mí no me hace mucha gracia; quizá mañana sí, pero no hoy. Se ha ido, y las paredes se me caen encima. Desde el autobús, no me ha dejado llorar, y probablemente no salga una lágrima de mis ojos, pero dentro de mí llueve. No me gusta la lluvia. Sigo comiendo gominolas, casi por inercia; como si así pudiera recordarle mejor.

Hoy he vuelto a pasear por las mismas calles que recorrí con él, pero ya no eran iguales. Ni las mismas luces, ni el mismo frío, ni la misma ciudad. Granada se ha quedado vacía y sola, igual que yo, porque se ha ido. En mi cabeza se repiten todos los momentos que hemos pasado juntos, miro y remiro las fotos, las entradas que están en mi corcho, su regalo de cumpleaños, las cosas que compré yendo con él. Y es que le echo muchísimo de menos. Tanto que parece que me duele más el resfriado. No encuentro las medicinas porque tampoco me apetece buscarlas; prefiero que se me pase la enfermedad sola, que mi cuerpo la asimile y se deshaga de ella. Como esta tristeza.
Me animan como pueden las notas de una guitarra flamenca. Tengo que apuntar en el calendario las cosas que hicimos y tengo miedo de no recordarlas todas. Tengo miedo de que no se haya encontrado a gusto o que esos pequeños roces que tuvimos hagan una herida. Temo no haberle cuidado más, sido más amable o mejor persona, temo haber sido egoísta o pesada. Porque quiero que recuerde estos días como regalos que alguien ha querido hacernos, como una promesa o una confirmación de que lo nuestro no es imposible aunque estemos lejos, una alineación de planetas que nos ha reunido en una ciudad tan lejos de casa.





Granaína de colores...





Nos hemos hecho fotos preciosas. Hay algunas muy divertidas y algunas simplemente muy bonitas. Gracias por devolverme a la vida al venir. Le necesitaba y ha venido, de alguna manera estoy segura de que sabía que le necesitaba. Necesitaba fuerza, valor, cariño y dormir abrazada a una de las verdades de mi vida. Quería sentir, otra vez, que estaba en casa. Ese refugio donde siempre puedo volver. Las conversaciones por teléfono nunca son suficientes, y después de que se fuera he hablado con otra gente a la que echo también de menos, a muerte casi. Pero no han estado aquí, no han compartido mis pasiones y mis calles, lo que es ahora mi nueva perspectiva. Él sí. Ha venido y ha aprendido, ha conocido de mi mano mi nueva vida y no ha dejado de animarme a que continúe aquí, porque fue mi decisión y es lo mejor.
Esta noche, mi decisión me pesa. Es como un bloque a mis espaldas. Tengo las alas tendidas en el suelo, porque después de unos días volando tan alto, tan intensamente, ahora están agotadas. Si me parece escuchar ruidos en los cuartos de al lado, me pongo un poquito peor. Ya no hay nadie. Ni en mi cuarto, ni en el de al lado. Mi cuarto se ha transformado en una cueva para un solo dragón, en un refugio en el que siguen sonando los acordes de una guitarra flamenca.
Gracias por hacerme volar otra vez y recargarme de energía. Sin mi gente, se me caen las paredes de la habitación. Y esta noche, sin él, será una de las noches más tristes. Espero caer rendida de sueño y no pensar que ya no rozaré su espalda de madrugada, que no lo veré al despertar y que no podré tener su voz con sólo decir "oye..."





Y sentir la escarcha en mis venas. Es el fuego que quema. Curaré mis heridas con cien años de vida.





Esta noche estoy triste. Esta noche echo de menos. Porque antes estuvo aquí una persona que amo.