16 de diciembre de 2012

Contra viento y marea

No me gusta tu novia. Creo que necesitas una nueva. 



Comer yogurt a las once de la noche en la cocina me recuerda, vagamente, a Granada. Digo, porque allí estaba sola, hacía frío y lo que tenía delante era un monasterio, no un bar. 



Mi alma lloró por la caída de los hombres. Derramó lágrimas cuando escuchó la brutalidad en una sala pequeña, cuando las paredes se agrietaron y tres larguísimas cabelleras desataron el infierno. Lloré, porque necesitaba su energía demoníaca, y a poco me estallan las venas de tanta que recibí. Simplemente increíble. Y tú. Tú, en medio de todo. Te vi allí detrás, rodeado por el humo y el disco de oro, sentado en tu trono de tambores y con los ojos negros refulgiendo de gloria. Y supe que ahí, en aquel trono, debías permanecer para siempre, que era tu lugar y tu momento, y que era la persona más feliz del mundo por compartir una parte contigo, parte tan importante de tu mundo. No sólo el retumbar de los altavoces, los desgarros de garganta o los molinos de viento, sino mucho más. A tus amigos, a tu corazón, a tu alma. Hasta los discos que quise vender. 
Gracias. Gracias a ti por ser tan magnífico, tan oscuro y tan infernal. Gracias a tus compañeros por despertar en mí la emoción y hacerme llorar como una cría. Gracias a tus compañeros por recibirme con una lluvia de abrazos y un "te hemos echado de menos". Gracias a ti, increíble, de fuego y humo, de piel y de metal, de carbón y carne. 
Estás hecho para mí, desde el momento en que un gilipollas con suerte me acercó a la boca del Averno. Estoy hecha para sentarme a tu lado en el trono, para cuidar de tu alma y llenarla de alegría, para llorar contigo lágrimas de azufre, para rugir contigo las noches que haga falta, para amar lo que tú ames y odiar lo que tú odies, para glorificar lo que consigas y derrumbar lo que no te deje avanzar.
Estoy orgullosa, orgullosísima, de haber asistido al espectáculo de la Caída de los Hombres. 





Nadie debería nunca ser esclavo de los pensamientos en su cabeza.





Cosas que tienen que ver, días que hoy me recuerdan que el sexo en un coche siempre tiene su morbo, que sería una perfecta vendedora de CDs, que sigo ligando aunque tenga pareja, que los idiotas siempre tendremos nuestro sitio en todas partes, que no voy a reírme porque tampoco puedo llorar, que si tengo que caminar contra viento y marea, no vaya sola.
Cojamos aire. 

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