19 de septiembre de 2012

Matando mil dragones por mí

Hace poco circulaba por la red una imagen bastante cómica, que parafraseando a Tulio en Road To The Dorado, decía que la gente suele tener una vocecita que más o menos aconseja cuándo retirarse a tiempo. El chiste visual en cuestión se mofaba replicando que muchas personas tienen un unicornio muy feliz ocupando ese puesto; un unicornio que dice "wiiiii". 





Con conversaciones a tres bandas como en la que participé ayer, me di cuenta de que la gente tiende a sentirse sola. Sola y triste. Es un mal egoísta y típico de nuestro Primer Mundo, tan bien abastecido. Más de una vez he comentado que, para conocer el placer, debemos conocer el dolor, y parte de mi teoría es que lo introducimos en nuestras vidas con aspectos que son, en realidad, irrelevantes. Desplantes amorosos, agobios electrónicos y encontronazos con las amistades. ¿No podríamos hacer las cosas más fáciles? ¿Más sencillas?
Si alguien no aporta nada bueno, nada productivo, nada respetable a tu vida, ¿por qué conservarlo? ¿Qué tipo de hipocresía aristocrática estamos manteniendo? Y digo aristocrática porque, aunque nos las demos de evolucionados y "modernos", seguimos siendo una gran corte de rumores, conjeturas, trapicheos y caras ocultas. Sin ir más lejos, en mi círculo de amistades virtuales está incluida más de una persona a la que, francamente, detesto. Pero ahí está. Dentro de un apartado que, lo pone claramente, se llama "amigos". ¿Amigos? Ni considero que entre esas personas y yo exista la amistad y nada haré por que así sea. ¿Qué me impide borrarlos de esa lista, mandarlos llanamente al carajo porque ni yo les intereso ni ellos me interesan a mí? Quizá el temor a algún tipo de rechazo, de encontronazo social. ¿Y qué? ¿Sería tan grave? "Las garrulas me marginan, me voy a mi casa a llorar."
Yo también soy hipócrita, falsa y convenida. Como todo el mundo. Digamos que necesitamos esa parte de rumor, del gossip británico, que nos dé vidilla. Y aquí enlazo con esa persona que ayer, triste, buscó consuelo en otra muchacha y en mí, porque parte de ese chismorreo la había afectado considerablemente. Y ni siquiera tenía que ver directamente con ella. Pero ahí estaba. Kate Fox hace una reflexión bastante interesante sobre este chismorreo (entendido no siempre como despectivo, que de todo hay que salvar una parte) en Watching The English, libro que altamente recomiendo. Se aprende mucho de las relaciones sociales, ya no sólo de las británicas, sino de las propias. Cosas que tienen que ver.



Las vidas de la gente están vacías y son aburridas, y hace falta introducir parte de vidas ajenas para divertirse un poco. Somos aristócratas en pequeñas cortes repartidas por nuestro barrio, nuestra facultad, nuestro antiguo colegio, nuestro lugar de trabajo. Y nos encanta hablar de las personas; ya sea para bien como para mal. El tema que ha llevado a escribir estos párrafos era el habla-para-mal, por supuesto. Nunca ha dado problemas que una gente elogie a otra gente.
Contactos de internet, realmente os detesto. Pero no tengo el aplomo, la franqueza conmigo misma, los cojones de sacaros de lo que, al fin y al cabo, es una parte de mi intimidad, porque soy una 'primermundista' cagada de un rechazo social y un aislamiento bestial por vuestra parte. "Las garrulas me marginan, me voy a mi casa a llorar." Y eso, querido unicornio interior que dice "wiiii", es asqueroso. Me repugna de mí misma, porque no soy franca. Por lo tanto, no puedo pedir a otra gente que lo sea. It's a catch-22 situation
No obstante, e hinchada por este sentimiento agresivo y aguerrido, probablemente proceda a eliminar a dos o tres, que no es que me toquen especialmente las narices, pero ni siquiera mantengo una conversación con ellos a menudo. Así que adiós. Lo que me lleva a pensar que, si no lo he hecho antes, es porque hacerlo de tarde en tarde, de vez en cuando, conlleva una pequeña, estúpida pero reconfortante sensación de triunfo. Eliminar contactos es como una victoria personal hacia la franqueza con una misma. 
Eso se echa en falta. En general.



En medio del baile de máscaras todo es precioso hasta que una cae en la cuenta de que los disfraces no son el vestido habitual de las personas que nos rodean, que no siempre habrá música y lámparas de araña (estoy pensando en una mezcla entre Versalles y Labyrinth), y que lo que las personas que nos rodean tienen en la cara son, efectivamente, máscaras. Entonces, es cuando una se siente sola; la desilusión de la realidad. Las cosas no son así habitualmente. 
Lo más probable es que la persona que contactó ayer conmigo en busca de consuelo fuera víctima de este ataque de realismo. Y dejó de hacerle gracia bailar. La comprendo, y por eso espero haberla animado correctamente. Claro que la comprendo, cualquiera lo haría. Cualquier persona, incluso esas que ignoro y detesto, conoce la sensación de sentirse solo en medio de un mar de gente. Es un tema bastante manido en las canciones. 
No obstante, ¿solos? ¿No es, de nuevo, un ataque de egocentrismo popular? (Un día hablaré del egoísmo, le tengo ganas). No estamos solos, qué vamos a estarlo. Ocurre que nos gusta sentirnos solos para llamar la atención. Yo me siento sola y, cuando me doy cuenta, es como tener un baile de máscaras en mi interior. Y prometo que me dan ganas de romperme la cara, por niñata, por consentida y por egocéntrica. 
No estamos solos. Para nada. Siempre, siempre, siempre tenemos a alguien. Es algo que tenemos que reforzar cada día; ejercicio mental, por Dios. Si esta chica triste hubiera estado de verdad sola, no habría hablado con nosotras. Nosotras no estaríamos. De modo que no está "tan" sola. Y yo, egocéntricamente hablando, tampoco estoy sola. Nunca.
Ayer me di cuenta. Ayer, y durante toda esta semana. Tengo muchas personas, la mayoría ni siquiera había caído en que de verdad "estaban". Soy un ente sociable. ¿A qué se deberá?
Guardaremos la incógnita para otra ocasión.





"Las garrulas me marginan. Me voy a mi casa a llorar." 

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