9 de mayo de 2013

De aquí a la eternidad

Parece increíble pero sí, después de cuatro años (cinco para mí) se termina todo. Todo, y esta vez de verdad. Nada de pasar un paréntesis de sol y playa para volver a encontrarse dos o tres meses después. No. Esta vez va en serio. Definitivamente, se terminó. Nada de matrículas, nada de historias de papeles que no aparecen (crucemos los dedos, que ganamos la batalla pero no la guerra), nada de créditos, de materias aleatorias, de exámenes o de apuntes en reprografía. Se terminó de verdad, después de cinco años. Fin. 
Al borde, a pocos instantes del final, vuelvo la vista para acordarme de ellos. Será un día extraño sin su presencia. Sin sus estupideces, sus dramas, sus planes de boda, sus borracheras, sus fotos, sus vídeos, sus reflexiones mirando las nubes, sus tardes al sol, sus encuentros, sus comidas. Todo en ellos me ha estado acompañando a lo largo de cuatro años. Cuatro, que los he pasado yendo y viniendo, encontrando el lugar para mí dentro de la Historia del Arte. Pena que haya tenido que dar con él cuando se acaba todo esto.
¿Pena? ¿Acabar? 
No, nada de eso. Ninguna pena puede caber en mí ahora mismo. No hay otro sentimiento que no sea la felicidad. Socialmente hablando, ha resultado un poco como siempre. Las circunstancias y mi propio corazón me hicieron volar de aquí para allá. Circunstancias, porque nunca puedes evitar conocer a gente. El corazón, porque tampoco me apetecía quererla en exceso. Él ya tenía un grupo de la universidad, y no era en Historia del Arte. Mi interior ya tenía unos colegas de la uni, un grupo lo suficientemente grande como para ser considerado grupo, lo suficientemente unido como para poder decir que éramos todos amigos, de verdad. A día de hoy, siguen siendo mi mayor logro y uno de mis mayores tesoros. Ellos no podían ser sustituidos por personas nuevas. Era imposible. Aparte, tampoco es que yo estuviera muy por la labor. Cosas que pasan. De manera que me dediqué a sobrevivir como podía, a intentar adaptarme a nueva gente y a vincularme a ellos de alguna manera. Y qué mal me salió. Nunca se me ha dado bien conectar con las personas, y cuando creí que lo estaba haciendo, cuando parecía que de verdad podía funcionar, Dios vino a decirme que no era buena idea, y como soy cabezona porque soy del sur, tuvo que pegarme un tiro para que entrase en razón. La bala me acertó de pleno en el estómago porque, a la hora de la verdad (y debido a algún que otro pormenor de la vida), la gente con la que yo supuestamente iba con todo, como solía ir, desapareció. Se esfumó, nunca más se supo. Di el paso, planté tienda en el sur y como palomillas se marcharon. Y ahí me quedé, sin lamentar excesivamente la pérdida, obvio. Conservaba a los que quería y eso era lo importante. 
Conservo al que quiero. Tú, mi pianista, mi pícaro, mi chico de la universidad, el que sí ha estado a mi lado desde primero hasta cuarto, con el que tengo tanto y al que le debo la vida y unos cuantos euros en gasolina. Nos hicimos amigos y seguimos siendo amigos, y mira que estuvimos bastante más separados de lo que estuve de la gente que, en teoría, "me quería mucho". Tú me lo dices poco, pero qué alegría cuando me lo dices. Qué alegría, qué buen día, qué bonito tenerte. 
Sin olvidar la gran y acelerada aportación al escenario, obvio. Qué mala suerte conoceros al final. Si dejo que me venza la nostalgia, imagino tantas cosas que podríamos haber hecho juntos. Pero nunca es tarde, ¡porque la dicha es mejor que buena! Además, qué demonios, aquí no se está acabando nada. 

De acuerdo, sí. Fin de una etapa, fin de un momento de la vida. Perfecto. No puedo esperar a que termine. Tengo tantas ganas de saltar al vacío, de volar, volar, volar sin más ataduras, hacia dónde sea, pero siempre con las mejillas tatuadas. Shams wa Qamar, en el corazón. Rewend fii Rûm en el alma. He aprendido tanto, y me he dado cuenta de que sé tan poco. Puedo decir, sinceridad en la mano, que soy una de las personas más afortunadas del mundo. Amo mi carrera, soy una gran enamorada de lo que aporta, de lo que enseña, de lo que enriquece. Y, en concreto, tengo una pasión. Una que huele a sal, a azahar, a agua fresca, a desierto. Los admiro y los devoro casi con ansiedad. Pasará mucho tiempo hasta que pueda dedicarme exclusivamente a ellos, lo sé, pero no me importa. Están aquí, siempre. Shams wa Qamar, me acompañan allá donde voy. Últimamente más que nunca, porque tengo al hijo de los Banu Nasr en la estepa de mi cabeza, dando gritos que no me dejan dormir. He conocido la pasión y la conservo. Sé lo que quiero. Y hacia allí voy. 
Sin embargo, no todo han sido hamsas y alfombras. He descubierto mundos que nunca pensé que conocería. Me han enseñado a abrir la mente, a comprender, a observar y a mirar más allá, a buscar siempre un por qué, a entender y amar la mano que dejó el testimonio que a nosotros nos da disciplina. He recorrido, mejor o peor, toda la historia del hombre y he visto sus maravillas, me he sentado a contemplarlas y a leerlas. Algunas me lo han hecho pasar regular y otras simplemente las odio, pero ahí están. Dentro de mí, las semillas crecen. Si brotarán o no, eso lo veremos en los siguientes capítulos. De momento, no vamos a rechazarlas, que todo puede llegar a ser útil. 

¿Y ahora, qué? 
Nada de acabar. Lo bueno está a punto, a punto de empezar. Por fin, abandonar ese apéndice del instituto y salir, conocer otras personas y otros maestros, empaparse de conocimiento, vivir. Aunque echaré de menos ciertas cosas. Humana soy, la nostalgia es inevitable. Voy a echar de menos el capuccino de las dos y media, hora perfecta para cambiar drama por carcajadas. Voy a echar de menos los úteros con corona y los apuntes con dibujos. Echaré de menos los sándwiches mixtos de la facultad, que una es muy humana. Voy a echar de menos preparar juntos los exámenes y los cafés en vasos de fallera. Echaré de menos poner a parir a la gente como única vocación en esta vida. Voy a echar de menos la guitarra y las canciones de las siete y media de la tarde, esa hora en la que el cerebro dice "hasta aquí hemos llegado, dejemos de fingir que estamos haciendo algo". 



Se acaba, de acuerdo. Que se acabe. Que se acabe y no vuelva más porque, sabiendo lo que sé ahora y conociendo a quien conozco, no lo repetiría. Al menos, no de la forma en que lo viví. Intentaría que fuese diferente. Pero como la historia se escribe hacia delante y no hacia detrás, centrémonos en las copas, en brindar por lo que somos y porque, simbólicamente, mañana estaremos graduados en Historia del Arte.

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