5 de mayo de 2013

Bangarang


«El cuarto de Nerva estaba a reventar de libros y mapas, pergaminos hechos ex profeso para venderlos como antiguos a pardillos como él, flores desecadas, maquetas de animales y dragones. Había dragones por todas partes. Sultán meneó una oreja; aficiones de niño pequeño en un estudiante de matrícula.
Subió de un salto a la silla y observó el escritorio. Estaba casi oculto por montañas de apuntes, más libros y de dibujos. Dragones, otra vez. El gato bufó y los observó con una ceja arqueada. Siempre se repetía el mismo dragón. Con la cabeza en V por los cuernos, ojos enormes y brillantes, las alas adheridas a las patas delanteras y la larga cola. Parecían siluetas. O sombras. No tenían ningún tipo de detalle. Sólo estaban pintados todos de negro, y los ojos eran amarillos o azules. Parecían, desde luego, sombras proyectadas en una pared.
Se apartó de los garabatos con aire digno. Dragones. Vaya una cosa para obsesionarse. Además, ni siquiera eran blancos. De hecho, creía recordar que eran los bichos vivientes más alejados del blanco que existían. Negros, totalmente negros. Y ahora a ese descerebrado estudiante le fascinaban. Era para matarlo.»



El día que tenga tiempo, el día que tenga tiempo, el Negro le partirá los huesos al Blanco. Igual al Blanco le da por llorar. Pero luego será bonito, claro. Porque recordemos que esta historia salió del chica-conoce-chico, chica-se-enamora-del-chico-pero-el-chico-no-porque-vive-en-otro-planeta. Lo que pasa es que a mí nunca me han gustado las cosas sencillas. 
Gata, Dama, Patata y Nirwen, por ustedes va. Que sois fans desde los inicios. Juro que haré algo decente con esto. 

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