6 de marzo de 2013

Amor digital


"La mirada de Semión se había vuelto dura como los peñascos que coronaban aquellas montañas. Fría, como la nieve por la que Ilia había estado jugando. Severa, como la de cualquier hermano mayor. Él, en un principio, no se dejó amedrentar. Esbozó una media sonrisa, se encogió de hombros.
—¿Qué? —su hermano no cambió la expresión. Ilia bajó los brazos, se sentó correctamente y bajó la cabeza, todavía con un atisbo de rebeldía en los ojos—. Lo siento, Semión.
—No quiero pensar que emborracharte de sangre te ha vuelto un imbécil —siseó su hermano. El buen oído de Ilia no perdió ni una de sus palabras, por quedas que fueran—. ¿En qué estabas pensando? Te vi. Y si yo te vi, pudo verte más gente. ¿No tienes cabeza? ¿Quieres acabar colgado del portal de algún paleto de pueblo, como gran trofeo del invierno, y calentar sus malolientes pies con tu pelo?
—Hay más lobos por aquí, брат… —Semión alzó la palma para interrumpirle.
—No pronuncies esa palabra —plegó los labios y suspiró, intentando no mostrar lo airado que estaba—. Le prometí a tu madre, el Señor la tenga en Su gloria, que te devolvería con los tuyos. Acepté a cruzar la maldita estepa y toda Europa, con tal de llevarte a casa, al lugar que perteneces. Sabe Dios que accedí a dejarte correr por la noche, porque soy consciente de lo que eres… Pero basta ya. Contrólate, Ilia. Contrólate, o todos mis esfuerzos habrán sido en vano. No servirá nada si te atrapan o si organizas una carnicería. Como las últimas veces…
—¡Es instinto! —saltó el joven.
Semión golpeó la mesa.
—¡No necesitas carne humana para vivir!
Ilia repasó el perfil de sus dientes con la lengua. Su hermano se dejó caer en el respaldo de la silla, se frotó los ojos y estuvo un rato callado. Ilia sentía el sabor de la sangre todavía en la boca; no era sangre humana. Pero tampoco hacía mucho que la había probado.
El joven rubio se puso las gafas, dispuesto a seguir con su lectura.
—Nos vamos en cuanto termines. Mira, ahí te traen el banquete que has pedido. Quiero ver que roes hasta el último hueso, no irás a dejar en mal lugar a mi persona. Bébete el vino entero, si quieres. Pero en cuanto hayas comido, dejamos el pueblo."




En realidad lo quiero más de lo que su propia creadora imagina. Y quiero pensar, en mi inevitable egocentrismo, que todo el amor que le tenía (tengo) hacía que mis palabras sonasen hasta bien, y fuera quizá un placer leerlas.





Me conformo con haber vivido, con haberos conocido. Recordar bien lo que os digo. 

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