28 de septiembre de 2020

Shir-e Khodah

Ahora los libros cuentan mi vida. 
Para la historia fui un perdedor. 
Un pillo sin futuro, un tunante, 
un pobre ladrón.  


Lo que me fascina Ali no es ni medio normal. Si no estuviese tan bañado en ideología y en sangre, escribiría doce novelas sobre él. Sobre su caballo, incluso sobre Buraq, coronándose como el rey de los sacrificios y el más noble de los corazones. Repartiendo hostias como panes de pueblo, también, porque Dios no te da un zulfaqar para que te lo cuelgues al cuello como hago yo, sino para que lo uses. De verdad, que maravillosa es la mitología de la Shía. 

Y qué mar de lágrimas. 

Un día me animo, lo juro. Me animo y me pongo a escribir épica basada en este mundo, que me da tanta vida y me encoge tanto el corazón. Mientras tanto, que Ali siga corriendo por la estepa de mi cabeza. Porque no, allí no hay desierto, y no le hace falta el yelmo. Solo el caballo, la tela verde al cuello a modo de bufanda y los kilómetros y kilómetros bajo el Cielo Azul.

Corre, pequeño león. 
Enséñales qué es eso a lo que llaman libertad. 


Pero luché contra la miseria
de un siglo de oro que se olvidó

que lo que no te mata te hace fuerte y pule el corazón. 

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