Después de un éxito increíble e indiscutible por su intervención, la dama de verde le dedicó a Par unos momentos para contarle cómo se sentía, para compartir la emoción y celebrar juntas. Como cada vez desde que se conocieron. Pero Par sabía que, también como siempre, la dama se marcharía de vuelta a su Bosque y que tardaría un poco en dejarse ver otra vez por aquella fiesta tan concurrida y animada en que se estaba convirtiendo el Salón Azul.
Par lo sabía, pero le entristecía. Quería entenderlo, y lo intentaba con todas sus fuerzas. Pero no podía evitar echarla de menos cada vez que ella se marchaba, y deseaba poder convencerla de que su papel en aquella fiesta era necesaria como la lluvia en la sequía, tan beneficiosa para el alma como la sabiduría. Y sí, aquella metáfora la había sacado descaradamente de El Libro de los Reyes, su libro favorito.
Mientras caminaban de vuelta a la linde del Bosque, Par volvió a contarle, una vez más, que cuando la dama de verde se animase del todo y volviese al Salón Azul para quedarse, se rompería el techo. Ella se enterneció.
"No abuses, que estoy emotiva."
"Te estoy diciendo la verdad", insistió Par. Ella se rio.
"Pero si ya lo sé. Tú no me mientes nunca."
Par apretó los puños mientras la veía marcharse. Había llegado al límite que ella no podía cruzar, a la linde del Bosque. Con el corazón encogido observó las copas de los árboles y tuvo un escalofrío. Ya se había puesto el sol y el viento nocturno recorría la pradera con sus manos frías, desordenando el ambiente que tanto esfuerzo le había costado organizar al día. Vio sus cedros, aquellos árboles que la habían acogido en tantas ocasiones y que allí seguían, para cuando los necesitase. Y vio la silueta de la dama de verde recortada ante esos y otros tantos árboles.
Dentro de su pecho se encendió un cohete que subió rápidamente por la garganta y explotó en su boca. Par nunca pensaba mucho en lo que decía, no iba a empezar ahora.
"¡Oye!", le gritó. Ella se dio la vuelta. El viento se hizo más intenso y estuvo a punto de tirarle a Par las gafas al suelo. ¿Olía a tormenta? Junto a Par apareció un quebrantahuesos casi de inmediato y la cubrió con sus alas. Con un gañido, la apremió para que se marchasen. Pero ella tenía que hablar.
La dama de verde la miraba, esperando. Par cogió aire.
"Te echo mucho de menos en el Salón Azul", confesó, y ya no pudo parar. "Porque podrías hacerlo muy bien, y nunca te quedas del todo. Entiendo tus circunstancias, por supuesto. Pero..."
Sí, iba a llover. El trueno y el viento rugieron en el cielo. El quebrantahuesos agitó las alas. Sin embargo, la dama de verde no se movió. Aquel era su elemento. A Par se le empañaron los ojos.
"Pero quiero que sepas que yo nunca me voy a cansar de esperarte", siguió gritando. "El día que entres del todo, arrasarás. Ya pasó una vez, volverá a pasar. ¡Y lo sabes!"
Ella sonrió y el rayo iluminó por un segundo sus ojos, también húmedos. Par abrió los brazos.
"¡Yo siempre voy a estar ahí, esperándote!"
"¡Eso es lo más bonito que me has dicho!", le respondió ella, elevando la voz para hacerse oír en la tormenta, que ya arreciaba. Par quiso estrujarla en un abrazo, pero estaban demasiado lejos. No podría ser, no de momento. Pero pronto.
"¡Es la verdad! ¡Y tú lo sabes!", el quebrantahuesos le dio un golpe en la espalda, porque se estaban empapando. Antes de subir sobre su espalda para marcharse, Par lanzó una última exclamación: "¡Te quiero!"
"¡Y yo a ti, pájara!" respondió la dama de verde.
Claro que se querían. Llevaban queriéndose muchos años, y muchos más que vendrían. El quebrantahuesos levantó el vuelo y se perdió entre las nubes. Y mientras ascendían y la cara de Par se volvía una mezcla engorrosa de lluvia y lágrimas, soltó una carcajada al escuchar desde el suelo:
"¡Que llegue Navidad ya, por favor!"
¿Qué has venido a buscar, de tan lejos aquí?
Solo puedo ofrecerte una canción para intentar aliviar tu mal humor cuando ya no puedas más.
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