20 de septiembre de 2020

La directassa

Ayer me quedé hablando cinco horas (y posiblemente varios minutos más) con Morenza y con Ejade, y les quiero abrazar la cabeza. Entre ayer por la tarde-noche y esta mañana he terminado de "amadrinar" a los niños de la Kelasikoteki y también les quiero abrazar la cabeza, porque es que hay que ser muy lindo para ser tan lindo. Ni mi perra se alegra tanto de ver que simplemente asomo la nariz en cualquier parte. Esta mañana el Mudarres se ha colocado en el nombre su nuevo mote persa porque le encanta. Y me ha hecho ilusión. Y le quiero abrazar la cabeza. Anoche arrastré a Bob y a Princesa al inicio de una nueva aventura rolera que sé que les va a encantar. A Bob sabía que lo tenía medio convencido, pero me hizo feliz también haber mandado, casi de una colleja, a Princesa a la reunión de ayer. Y aunque no se pudiese quedar las cinco horas, al menos rompió esa barrera tan absurda de "no querer molestar". Sabía que no se iba a arrepentir de saltársela. 

Hace días que María de las Angustias no me escribe y me da igual. Aguilar ha tardado lo que Aguilar tarda de media, pero dijo que quería verme. Becca vuelve el domingo que viene. Clare me ha estado haciendo de porteadora y Alexa me escribió hace dos noches, llorando, y cuando se calmó un poco me dijo que yo le había salvado la vida. 
No recuerdo haberlo hecho. 

Tengo una maravillosa familia de bacha que crece sin parar, no sé de dónde han salido. Pero me hace feliz. Los directos de las Termópilas fueron exageradamente bien y City of Brass me está encantando, porque Ali es un azizam de la vida. Y sí, también le quiero abrazar la cabeza. Aunque probablemente tuviera que subirme a una silla para hacerlo. 

Todo este montón de cosas es para decir que estoy bien. Sorprendentemente, teniendo en cuenta que hace dos lustros que no toco la tesis, que Yaza me está mirando con cara de no entender este abandono y que llevo dos semanas sin poder salir de casa. Pero estoy bien. Khubam. De verdad. Estoy bien, estoy tranquila y estoy contenta. Y no esperaba estarlo, porque soy una dramas y una agorera. Estoy bien ahora, después de tener un día malísimo e ir a llorarle a la Titi porque me quería morir. Estoy bien ahora, estoy tranquila y estoy contenta. 

Quería reflexionar sobre las sorpresas de mi vida. Ayer, mientras veía cómo mágicamente pasaban las horas, me acordé del pasado. Esa conversación y todos los temas que tocamos (todos, que dio hasta miedo) me recordaron momentos de otros años, cuando mi realidad era bien diferente, cuando aún no hablaba persa. Cuando ni siquiera existía Simurgh en mi vida. Me entró cierta nostalgia de las amistades que murieron en el camino. Me duró poco, en realidad. Porque en corazón y en mi estómago, el del, que le dicen los iraníes, me acordé de Raúl. Me acordé de que, sin esperarlo para nada, Irán me dio un hermano. Y pensé en las otras sorpresas de este año. En la Princesa, en Morenza, en Ejade, en las Niñas Kratos. Y pensé que no sé por qué cojones me quieren tanto, pero el caso es que lo hacen. 
Como con Alexa, no recuerdo haber hecho nada por ellos. No recuerdo haber hecho nada y, sin embargo, ahí están. No solo disfrutan de mi compañía, sino que la buscan. Y apenas me conocen, no conocen esas partes de mí que harían huir al más valiente, pero no les hace falta. 
Ese amor tan sincero me enterneció y me recordó que siempre es momento para continuar sorprendiéndose. Que siempre habrá personas que aparezcan cuando menos las esperamos y nos llenarán de luz, sin pedir nada a cambio. Cuánto se van a quedar, no tengo ni idea. Pero la risa sincera de Ejade con la chorrada de las patatas, el brillo en los ojos de Morenza cuando le dije que quería que fuese mi master, incluso las lágrimas de la Princesa después de haber visto Your Name. Todo eso se me posó en las manos como una pequeña mariposa. Y ahí sigue. 



Qué demonios he hecho para merecer tanto amor, me pregunto en el acantilado de mi mente, mientras el viento del mar me despeina un pelo bastante más abundante del que en realidad tengo. 
Entonces me llevo la taza de té a los labios y simplemente sonrío. 

Porque estoy bien, estoy tranquila y estoy contenta. 



Luego mi cerebro se pone gamberro y me estropea la escena con Los hoyuelos, pero debo reconocer que me hace muchísima gracia y me pongo a cantar. Porque soy idiota. 

¿Cuántos años tienes? ¡No me digas que te has perdido!
Me siento sucio por dentro, pero nunca arrepentido. 

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