20 de septiembre de 2015

Mi libro favorito no es "La torre de los alquimistas"

Me llevo Alamut, de Vladimir Bartol, en la maleta sin que nadie lo sepa. Solo aquellos que estén leyendo estas líneas saben que me acabo de guardar ese libro, como si escondiera un gran tesoro, entre mi ropa y mi neceser. No quiero que nadie lo vea, y sin embargo quiero que todo el mundo sepa lo que significa esa historia para mí. Lo que de verdad quieren decir las páginas de Alamut cada vez que las leo. Me encantaría que todo el mundo supiera en qué se convirtió Avani para mí, cuando allá por octubre de 2011 terminé de leer la novela, en Granada, y sentí que no la había entendido. Pero me había enamorado perdidamente de ella. Sabía que guardaba muchos secretos que esperaban a ser desvelados por el tiempo. Que la edad y la experiencia harían que yo comprendiese mucho mejor todas y cada una de las cosas que suceden en la novela. 

Siempre he dicho que mi libro favorito era La torre de los alquimistas de Peter G. Barschart, pero creo que en realidad no podría elegir uno solo. Sucede lo mismo que con las canciones. Cada una representa un momento, un estado de ánimo e incluso un estado mental, unas circunstancias concretas que volvieron esa novela o esa canción especial e importante. No pueden pedirte que escojas tu canción favorita, o sí. Por lo menos, conmigo sería difícil, muy complicado. Sucede lo mismo con los libros. Yo escogí el de Barschart porque representó en mi vida el gran cambio, el pasar a leer "literatura de adultos", y a no entender un carajo, porque con once años qué demonios iba a entender una de lo que pasaba en La torre de los alquimistas. Yo llegué al final y se me desveló el misterio, pero me hicieron falta otras muchas lecturas para llegar a comprender a Edgar, a Adriane, incluso a la gilipollas de Suzanne. Sí, esa novela siempre será especial. 
Sin embargo, ahora que he tenido Alamut en las manos, se ha tambaleado mi seguridad en cuanto a cuál es mi libro favorito, y eso para mí es que se remueva algo tan básico como qué pasta de dientes prefiero, o a qué lado de las personas camino cuando voy por la calle. Los libros son parte fundamental de mi vida, las historias que cuentan, lo que me hacen vivir. No es, para nada, una cuestión baladí. Mi novela favorita es La torre de los alquimistas, me repito. Entonces miro de reojo la maleta y veo el color amarillo de mi edición de Salvat del libro de Bartol y me da un escalofrío. ¿Y si no lo es? 

He leído La torre de los alquimistas unas tres veces. Alamut, sin embargo, no la he vuelto a tocar desde aquel octubre de 2011. He vivido de su recuerdo y saqué de él aquello que más me fascinó, que es el personaje de Avani. Creé en mi cabeza una imagen que, en realidad, guardaba bastante fidelidad al personaje de Bartol, y funcioné con él durante cuatro años sin volver a molestarme en leer su historia. En entender con los ojos un poco más viejos lo que pasaba en el Nido del Águila. Solo había una cosa que recordaba clara, o eso creía: Avani tiene una cicatriz en la cabeza, desde el lado derecho del cuello, subiendo por detrás hasta casi la coronilla. Eso lo sabía. De hecho, es otro de los motivos por los que lleva turbante. Pero mis devaneos literarios y algunas personas que se los leen me preguntaron sobre esa herida. ¿Quién se la había hecho? ¿Por qué? ¿Cómo? Y parpadeé muchas veces, incrédula. No me acordaba. Solo sabía, como mis lectores, que Avani había sufrido la droga y la secta de los Asesinos, que había sufrido al Viejo de la Montaña, y que su cuerpo y su alma guardaban muchas secuelas. Pero que había sobrevivido. Ahora, lo de la cabeza, ¿cómo había sido? No podía no recordarlo.
Por eso volví a coger el libro de Vladimir Bartol, porque estaba preparando otro episodio de las aventuras de Avani junto a al-Ahmar y necesitaba el nombre de alguien. De una mujer, esa única mujer que se había cortado las venas después de descubrir, junto a Avani, lo que en realidad estaba sucediendo en Alamût. Pero se habían amado como yo creo que pocas personas se amaron en las páginas de un libro. Regresé a sus páginas y me leí el final; un final que de todas maneras conocía, y encontré tantas cosas que lloré. Un par de lágrimas tontas, qué le voy a hacer. Ya digo que me emociono con las historias, más con esta. 
Avani ibn Tahir es iraní, es persa. Entre las páginas de Alamût encontré a Ferdowsi, a Rostam y a Sohrab. Descubrí que Avani tenía solo veinte años cuando salió del Nido del Águila, con más heridas bajo la piel que sobre ella. Me enteré de que cuando Ferdowsi acabó el Shah-nameh, Avani ni siquiera había nacido. Encontré a Hassan, al Viejo, y toda su filosofía. Lo que había realmente detrás de aquella secta de Asesinos, sobre los que tantísimo se ha escrito y tan falso, tan incoherente. Releí con velocidad algunas partes, me encontré con Djafar, Sulaimán y Yusuf, los amigos de Avani, aquellos que desgraciadamente no acabaron nada bien. Me encontré con Elburz, que es el monte Alborz, y con el castillo excavado en la roca que realmente era Alamut. Me encontré con los selyuquíes y los selyuquíes del Rûm, con la poesía de Omar Khayyam, con la medicina y los guerreros del desierto que me hicieron empezar a interesarme por los árabes y por Oriente. 

Hallé tantas cosas tan importantes para mí que me di cuenta de una verdad: La torre de los alquimistas no es mi libro favorito. No. Alamut, de Vladimir Bartol, es mi libro favorito. Casi diría que Avani es mi libro favorito, porque pude y puedo leer en él tantas cosas como, casi, en mí misma. Releyendo el final, el clímax que alcanza el personaje se me antojó exageradamente familiar. Me di cuenta de que Avani no solo tiene esa cicatriz en la cabeza, que se la hacen los propios fedayines de Alamût, sino que en Isfahán le dan una paliza que está a punto de matarlo. Que en Shiraz lo torturan y le destrozan la espalda. Que tiene una cicatriz horrible en la mano izquierda porque casi se la cortan por la mitad, para que nunca más pueda escribir; entonces se vuelve diestro, porque pierde movilidad en los dos últimos dedos izquierdos. Que le enseñan allí cómo colocarse un turbante en veinte segundos, y que le coge el gusto a despertarse con el sol y a bañarse con agua fría. Que Avani ya se sabía la mitad del Corán cuando entró al servicio del Viejo de la Montaña y que monta a caballo, tira con arco y maneja espada y lanza como el más hábil de los guerreros. Que le gusta la música y que en sus ratos libres escribe poesía. Que el primer verso que recita es: "si yo tuviera alas, como el pájaro deidad..."

En mi alma, ese pájaro es Simurgh. 

Avani es muy, muy parecido a mí. Yo soy muy parecida a Avani. O mi alma, aquel último secreto, aquella última esencia y la más importante, son Avani. Avani es persa y poeta, Avani vive en el Alborz, Avani es un guerrero y un poeta, un filósofo. Avani se ríe y hace bromas pesadas, llora y sufre por amor y amistad. Se plantea los mismos cimientos de su existencia y siente que está perdido muy a menudo, se recupera, nace de nuevo y nunca se rinde. Cuenta con sus amigos y busca, siempre, saber más, un poco más, una pequeña gota de esa fuente eterna del conocimiento. Nunca se conforma con lo que tiene en el momento, viaja y se mueve para explorar el mundo, monta a caballo y no se cae. Discute de libertad, que es su regalo más preciado, y solo la consigue después de sufrir tanto física como psicológicamente. A Avani nadie lo quiere al principio, Avani es un portento en los estudios. Cuando leo de Avani, es como leer de mí misma. Y quizá por eso lo quiera tanto, porque representa una de las últimas certezas de mi vida, y muchas otras verdades que ya han sido, que pasaron. 

No estoy segura, tendría que volver a leerlo, pero Avani puede perfectamente haberse leído el Shah-nameh. Y a mí eso me significa tanto, tantísimo...

Voy a tener que volver a leerte, ahora que soy un poquito más vieja y un poquito más sabia. Y probablemente lo entenderé casi todo, o por lo menos entenderé muchas más cosas que la primera vez. Se juntarán la experiencia y la Historia que ahora se supone que conozco mejor. Me beberé sus páginas y entenderé por qué es importante que la historia empiece con Halima y acabe con Hassan, y que Avani ocupe el grueso del medio para completar la tríada. Comprenderé, espero, mucho más que comprendí hace cuatro años. 

Entonces podré afirmar que Alamut es mi libro favorito. Porque ningún otro de todos los que he leído me ha entregado un regalo tan grande como es Avani. No es solo un personaje, un amigo imaginario que yo creo tener en la cabeza. Avani es un reflejo de gran parte de mi vida, que es Persia pero no sabe vivir sin al-Ándalus, porque no olvida que precisamente allí estuvo su inicio. Avani es una forma de pensar, Avani es el retrato entero de un alma que se parece a la mía. 


Llegaste bordando el aire, y en tu pelo un cuento de hadas. 
Pintaste en mí tu historia de ilusión. Compartimos los dos la misma almohada.
De pronto, todo en ti fue importante. Todo se convirtió en nada, hasta tu instante.
Y cada uno va a luchar, a marcharse por su lado.
Y a volar, que el amor no es nada más. 
Que vivir amando es vivir siempre imaginando. E imaginar es libertad.



Oh, Avani. Ojalá pueda algún día explicar, escribir, acertar a decir todo lo que eres realmente para mí. Absolutamente todo. 

4 comentarios:

  1. Buenas,

    Leí hace como 2 años Alamut y no me suena las partes de <> Lo que si recuerdo claramente es la paliza que recibe antes de ser liberado por el visir tras intentar asesinarlo, cosa que acabaría pasando debido al veneno.

    Si pudieras indicarme más o menos en que punto de la historia suceden estos hechos te lo agradecería mucho.

    Saludos.

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    1. * Avani no solo tiene esa cicatriz en la cabeza, que se la hacen los propios fedayines de Alamût, sino que en Isfahán le dan una paliza que está a punto de matarlo. Que en Shiraz lo torturan y le destrozan la espalda. Que tiene una cicatriz horrible en la mano izquierda porque casi se la cortan por la mitad, para que nunca más pueda escribir; entonces se vuelve diestro, porque pierde movilidad en los dos últimos dedos izquierdos

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    2. Parece ser que si pones doble <> elimina el contenido

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