Hoy voy a contar un cuento. Un cuento que es real; tengo un testigo.
Es una historia que me demostró ciertas cosas, demasiado profundas como para expresarlas con corrección. Había una película en la que el argumento giraba alrededor de tres cosas: un barco, un unicornio, y la frase en latín credendo vides. Cuando crees, es cuando ves. En este mundo que se lo plantea directamente al contrario, "si no lo veo, no lo creo", yo puedo asegurar que vi. Y creí.
El cuento empieza hace años. Probablemente cinco, seis, puede que cuatro, pero lo mismo son ocho. No lo sé exactamente. El tiempo, en realidad, no es importante. Fui de viaje con el colegio a Zaragoza, y visitamos, como era de esperar, la capilla de la Virgen del Pilar. Cualquiera que haya estado conoce las famosísimas cintas de colores que se venden allí. Esas que van colgando en los retrovisores de los coches. Mi abuela, que por entonces vivía aunque nunca estuvo sana, se llamaba Pilar y además siempre decía que aquélla era su virgen. Siempre he sido muy simbólica, muy totémica, muy talismática, muy aprotropaica yo. Vamos, que me encanta llenarme el cuerpo de cosas con un significado especial que me vayan a proteger. Así que cogí una de las cintas. No una cualquiera, la mía tenía que ser roja. ¿Por qué? Porque me gustaba el color; fin del asunto.
Me até la cinta a la muñeca derecha y allí se quedó, con el resto de mis pulseras. Nunca he llevado la muñeca derecha desnuda, desde que puedo recordar. La llevé, no sabría decir cuánto tiempo.
Llegó una Nochevieja, y yo me enteré de que regalar algo de color rojo traía buena suerte. La cinta era muy especial para mí y me había cuidado bien, y precisamente por eso se la regalé a mi mamá. Ella tenía (tiene, pese a todo) una relación muy especial con mi abuela, que es su madre. Su virgen podía cuidarnos a las tres.
Hace cuatro años, mi abuela empeoró. Nunca estuvo sana, y eso es cierto. Pero los últimos dos años de su vida, todo pareció ponerse peor sistemáticamente. Mi madre me contó que le había dado la cinta roja una de las veces que la ingresaron en el hospital. Ahí, la pista de la cinta roja se perdió. Nunca volví a verla, nunca supe exactamente donde estaba. La tenía mi abuela, y eso bastaba.
Hace dos años, mi abuela murió. Esa parte del cuento podemos imaginárnosla todos.
El 23 de febrero de este mismo año, 2014, fui a recoger a un amigo a la estación de trenes de Madrid. Como llegó hacia las nueve de la noche, tuvo el enorme detalle de invitarme a cenar, ya que venía con las pilas cargadas de casa y sabía que yo no disponía de mucho dinero en ese momento.
Caminando por la acera, de repente, la vi. Había una cinta roja de la Virgen del Pilar en el suelo. Allí estaba, tal cual. Cuando la recogí, lo primero que hice fue mirar a mi alrededor, buscando al dueño o a la dueña. Pero nadie parecía interesado en aquel trozo de tela. Tenía un pequeño doblez, así que deduje que habría estado en un retrovisor, como sería lo normal. ¿Pero cómo había llegado tan lejos de la calzada? Hay que decir que la acera por la que nos movíamos no era precisamente la más estrecha de Madrid.
Decidí quedármela. Y ahí empezó la magia. De repente, en el momento en que me agaché, en el momento mismo en que la vi, escuché una voz dentro de mí. Como si el universo, el cielo, la tierra, el aire, todos me estuviesen trayendo el mismo mensaje, de parte de mi abuela: "gracias por prestármela; ten, yo ya no la necesito; ahora tiene que volver contigo".
Sufrí tal colapso de emociones que simplemente me guardé la cinta en el bolsillo. Cuando llegué a casa, la tuve en las manos mucho tiempo y simplemente la miré. Y pensé. Pensé en muchas cosas, claro. Pensé en ella. Y me eché a reír, por lo curiosa y bonita que puede ser a veces la vida. Desde luego, me la até en la muñeca derecha. Con dos vueltas y un nudo sencillo, un rizo doble.
Y me volví a reír. El amor traspasa fronteras. Hasta la misma frontera de la muerte.
Otro verá una mera casualidad en este cuento. ¿Y qué? ¿Cuántas casualidades habrá que puedan si quiera parecerse? Abuela, recibí tu mensaje. Me alegro de que esta cinta estuviese en tu mano alguna vez.
Fin del cuento.
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