—Estamos jodidos —Thraïs resopló y levantó la cabeza, como buscando consuelo en algún dios. En algún dios del techo.
Drenk atrancó la puerta y se volvió.
—¿Qué pasa?
El músico cogió al muchacho herido de la muñeca derecha y alzó la mano para que Drenk pudiese verlo bien. Justo en la piel blanca que cubría sus venas azules tenía tatuado un símbolo. Thraïs soltó aquel brazo, se frotó los ojos y suspiró.
—Este desgraciado es un príncipe —Drenk se mordió el labio. El músico se recogió el pelo en una coleta—. La próxima vez, fíjate un poco antes de salvar a alguien, joder.
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