Había escrito algo mucho más melancólico, mucho más melodramático y con probablemente más carne para hacer una telenovela, pero después de que cambiase la música y pensase realmente en ti, lo he borrado todo. Todo, y que le den por saco a la melancolía.
Que te quiero, carajo, y tengo muchas cosas mejores que decir de ti.
Como el fuego del infierno, yo me entrego a tu cuerpo. Saltan chispas del deseo febril que ahora estoy sintiendo por ti. ¡Uohooo! ¡Hazme tuyo esta noche!
Ha sido Lucía quien ha escrito una bella despedida para Andrés, que vuelve a Uruguay, y estarán separados por un tiempo. Me han hecho pensar en ti, si es que el algún momento te vas de mi cabeza. Y quiero decir cosas de ti, quiero hablar de ti, porque te lo mereces y porque quizá no me atreva a hacer esto en persona (sé que esto no lo leerás nunca). Porque cuando te tengo delante se me van las valentías y los orgullos, para dejarme casi vulnerable.
Despiertas en mí los más bajos instintos (esto no es una carta de amor, maldita sea), desatas humedades en mi cuerpo y me provocas un hambre voraz, del carnívoro que soy en realidad, y el fuego fingido que me recorre las venas hierve por debajo de mi piel. Te mordería el cuello con más rabia, pero el contacto con tu piel produce sensaciones contradictorias: me excita y me alivia, como un pobre colgado que espera la caricia mortal de su droga. No sé qué eres, pero de lo que estoy segura es de que eres mío y ese pensamiento egoísta me electriza.
Un día, cuando menos te lo esperes, te devoraré. Te comeré, lo prometo, y te tendré dentro para siempre, mi piedra tornasolada, mi al-shafaq, mi cielo rojo.
Pienso en tus dedos y en tus labios dibujando, siempre dibujando, formas que no entiendo por mi espalda y por mi vientre. Son demasiadas las sensaciones que me inspiras como para que las aclare y las escriba. Tú y yo sabemos de qué hablo, de cómo lees fuego en mi pelo y cómo ardo de verdad cuando sólo sonríes con una de las comisuras. Echo de menos que tus manos atrapen mi cintura cuando finjo que me marcho, y que de un tirón me encierres en tu cuerpo diciendo "ven aquí". A veces hasta me río cuando hundes la cabeza en mi ombligo y me haces cosquillas, cuando deshacemos la cama con caricias, besos y mordiscos.
Quiero verte trazando un cerco con los brazos, la única barrera que no me apetece saltarme. Y quiero verte así, dormido en mis brazos, durante un número de noches que no pueda contar. Quiero tus besos paseando por mis piernas y mi monte de Venus, esa cara de idiota sólo para hacerme reír, esos comentarios que me provocan o que me matan del ridículo. Me encanta que hablemos de cosas serias cuando estamos desnudos, mirando al techo, y con esa naturalidad que tienes, que me vuelve loca. Me encanta cómo me consientes y cómo te atreves a decirme las cosas que no están bien, porque eres sincero y porque para qué demonios vas a mentirme.
Te quiero y punto, te quiero para siempre.
Supongo que, como esto no lo lee casi nadie, no me da miedo expresarlo tan abiertamente. Y me da igual lo que me digan unos, otros, no me importa. Quiero que seas tú, que seas tú porque lo siento y porque no me imagino un futuro sin tus ojos oscuros, sin tu nulidad para algunas cosas, sin tus besos apasionados y tus abrazos que susurran "quiero más".
Yo también quiero más. Más. De ti.
Por Dios, que te quiero y me mareo si pienso cuanto. Odio escribir estas cosas, porque por muy especiales que resulten, terminamos repitiendo fórmulas y frases que todos han escrito, antes o después. Así que simplemente te quiero, te quiero y te quiero, te quiero como los rayos de luz a mi ventana, como las peras a los peros, te quiero y te juro que no es por tu dinero, te quiero vida mía, te quiero noche y día, ven aquí y abrázame, te quiero, amor.
Repetir canciones siempre quedará más rítmico.
Cosas que tienen que ver, el Corpus de Granada me ha enseñado cómo reutilizar varias prendas, y en julio me voy a Madrid. Oh, felicidad, me encanta que me consientan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario