13 de mayo de 2012

Rewend

Han cambiado muchas cosas desde la última vez que me puse a reflexionar.
Ha cambiado el hecho, por ejemplo, de que ya no me quedaré con mocárabes y leones, sino que volveré al mar y a los buñuelos de calabaza, por un año. Académicamente no es lo que más me complace, pero mi interior sabe que es la elección correcta. Por muchas personas, pero sobre todo por mí. Mi hermano de sangre, lagarto ofuscado, decía que no querían influir para nada en mi decisión, y eso es algo que también me ha dicho otra gente. Nadie quiere interferir en mi decisión y eso es algo que me ha sorprendido. Todos me echan de menos, todos quieren que vuelva... pero estarían dispuestos a mandar a paseo el sentimiento si al final yo elegía quedarme, porque sería importante para mí. Es más, ninguno estalló de felicidad al principio, sino que con cauta alegría todo el mundo preguntó si estaba segura, si era lo que de verdad quería, si, si, si... Después ya vinieron la felicidad y los mensajes contentos. 
Quiero volver a casa, si es que tengo una casa. Cosas que tienen que ver, cuando estudias fuera siempre preguntan "de dónde eres". Es cómico, pero yo digo que soy de Levante simplemente por el hecho de que nací allí. No me siento de allí. Ni de aquí. A decir verdad, no me siento de ninguna parte. Será por lo de volar. No tengo sentimiento arraigado a una tierra, a un olor, a un sitio. Y a veces no estoy segura de que eso sea bueno. Por ejemplo, no es que extrañe mi tierra; extraño mi casa, mi gente. Podrían estar en cualquier otra ciudad, que mi nostalgia sería la misma. Otro ejemplo, sigo soñando con la casa en la que viví once o doce años, porque fue mi cobijo y mi alegría mientras fuera de sus paredes todo era hostil. No me siento de aquel pueblo, pero me siento muy de aquella casa, que me vio empezar a escribir. Ejemplos varios. Sé que cuando me vaya echaré de menos la Escuela, porque me siento de ella y del maestro que allí trabaja; y echaré de menos Traductores por la misriya que me da clases y me enseña a hablar en otra lengua. Y echaré de menos mi ventana al monasterio, mis atardeceres y mis paredes con fotos. Echaré de menos el último bastión de al-Ándalus, pero no me sentiré de él. Tampoco me siento de la ciudad de los fuegos artificiales. 
A veces pienso en mi otra compañera, la gata-esfinge, y concluyo que soy mucho más nómada que ella. Soy Rewend. Soy una palabra en turco moderno que describe a una persona sin raíces ni destino. Mi gata, viajera y curiosa, es gata-fallera, y ama su fiesta, todo lo que implica y sus vestidos. Tiene ese sentimiento de identidad con una tradición, se siente fallera y lo envidio. Además, por tener ya casi tiene una casa propia, que las hay con suerte. 
Pero yo no. Yo soy Rewend. Rewend, con el único apego al aire y al mar. Al mar, porque de verdad lo amo. He vuelto a verlo, he pasado tres días con él, y he descubierto cuánto lo echaba de menos, cuánto me transmite. Es precioso, lo mire desde donde lo mire (admite alguna matización, en la ciudad levantina a la que vuelvo el mar deja que desear). Pero aparte de la masa salada y el viento que le pasa por encima, yo no soy de ningún sitio. Y es este año cuando me he dado cuenta. Porque quiero volver a Levante, pero no quiero quedarme allí. Quiero seguir volando, y lo de establecerme no lo contemplo. No de momento, vaya. 
Sir Dan es otro enamorado de su tierra. Ése si es un hombre de raíces, de cultura, de cariño por su tradición personal. Envidio ese amor, esa ternura, pero no estoy segura de querer tenerla. Al menos, no de momento. 
Volveré para quedarme un año, y ya veremos qué es de mí dentro de dos. Por fantasear, he estado curioseando sobre una de las mejores universidades de Boston, y me he imaginado que por un segundo pudiese acceder a sus estudios. Trabajo duro tengo por delante. Y tendré que trabajar bastante más. 
Va a ser agradable volver y tenerlos cerca. Poder salir de fiesta, a pasear, a vivir, simplemente. Lo comentaba a varias personas; los estudios no son mi vida, no son mi cien por cien, sólo es una parte. Y para desmontar académicamente dos universidades, prefiero hacer las cosas como el resto y empezar a cambiar dentro de doce meses. Ya veremos, porque dentro de un año estaré "en tren" de colgarme una banda y recibir un papel que diga que sé algo sobre la Historia del Arte. Me entra pánico de pensarlo, qué voy a saber. Nada de nada. 
Sé que cada vez que pienso en la palabra "rewend", más de ella me siento. Soy una hija perdida de los selyuquíes del Rum en pleno siglo XXI, buscando mi desierto y mi caballo y encontrando parte de mi identidad en los dos pendientes que llevo en la oreja derecha. 



Cuando nadie me ve, puedo ser o no ser. Cuando nadie me ve pongo el mundo al revés. Cuando nadie me ve, ¡no me limita la piel!



Supongo que he conectado con mi gente afín tarde. Pero tampoco es un problema. Podré viajar para ir a verlos. Berlinés, ni imaginas qué vacía me dejaste cuando te fuiste. Me he juntado con gente parecida a mí, tanto en edad como en mentalidad, porque dentro de nada entramos al mercado laboral y "rewends" aparte, hay que empezar a plantearse qué utilidad nos dará de comer. Yo no tengo ni idea. Ninguna. Mi cabeza todavía está a pájaros, a gaviotas de la costa del Rum. El conocimiento es tan amplio que no sé por dónde voy a empezar a delimitarlo. Es un serio problema, espero lo solucionaré estos meses, o se me comerá el tiempo. Si es que existe.
Más cosas que tienen que ver, recuerdo que mi dama me pidió que escribiese cosas bonitas. Me perdonará la reflexión, desde esa cueva mental donde contemplo el mundo. Aliviaré la carga intelectual diciendo que mi habitación de verdad parecía una cueva. Ahora tiene más aspecto de habitación. 
Habrá que dejar las reflexiones para ponerse a trabajar. Vienen los exámenes, esos maravillosos trámites entre la nota y el estudiante. Ya nos pondremos filosóficos otro día. 



Hoy no voy a pensar ni a esperar a nadie. No me apetece. 



Cosas que tienen que ver, ¿por qué "aro de plata"? La explicación es tierna. Y ni mi dama ni mi gata lo saben, va siendo hora de explicarles. El apodo empezó en inglés, Silver Ring. ¿Por qué? Por los pendientes que llevo en la oreja, los dos. ¿Por qué Silver? Por Long John Silver. ¿Por qué? Porque amo el mar, y los piratas. ¿Por qué la plata? Porque era su metal. ¿Por qué un aro? Porque ellos también lo llevaban. Porque cada vez que cruzaban el Cabo de Hornos vivos, tenían derecho a orinar al viento, permanecer cubiertos ante un rey y a perforarse la oreja. ¿Por qué los piratas? Bueno, sólo hay que ver de qué va vestida Aro de Plata. 
Es un tributo. Sin mucho misterio, pero al fin y al cabo es mi tributo. Ah, ¿y por qué tres? Eso ya es más complicado y lo explicaremos otro día. 

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