7 de mayo de 2012

Karan entre bastidores I

Era una apacible tarde de primavera, con el sol calentando las flores y las barrigas de los lagartos, la brisa meciendo la hierba y las cortinas del lujoso castillo. Todo invitaba a tenderse y disfrutar de la tranquilidad, un buen libro, quizá una ligera merienda a base de galletas de espelta con un finísimo té jazmín traído del mismo corazón de Arabia. Todo calma, sosiego, paz. 
Pero Ishys, sabiamente, dejó el libro a un lado, buscó en uno de los cajones más cercanos y sacó dos pequeñas bolitas de algodón. Con sus finas yemas trazó círculos, hasta moldearlos perfectamente, para después introducirlos en sus oídos. Y, muy resuelta, volvió a tenderse en el sillón, en medio del inmenso salón. 
En el lado derecho, Kael se colocó un perol de cobre en la cabeza, con los pertinentes agujeros para los cuernos. Los ojos le hacían chiribitas, se relamía los bigotes y agitaba la cola con excitación.
En el lado izquierdo del salón, Aro de Plata movía las alas y rascaba en el suelo de piedra con la zarpa, con las pupilas a punto de estallar y el humo saliendo de las fosas nasales. Con la dificultad imaginable, la Dahara había conseguido encasquetarle al dragón una marmita vieja en la cabeza, que daba tumbos y rebotaba contra los cuernos que le atravesaban la panza de metal. 
Y entonces, como todo es fantasía en esta vida, empezó a sonar Iron Man de Black Sabbath. 
Ishys levantó una ceja, y la nariz por encima de su libro, para observar a sus queridos animales. Volvió a la lectura.
Tranquilidad, con aquellas dos, y un cuerno. 
Kael meneó el trasero.
¿Preparada?
El dragón levantó la cabeza para dejar salir un rugido, que aumentó la adrenalina. La Dahara se relamió.
¡Ishys, atenta!
¡Ishys, míranos! -rugió Aro de Plata.
Tenéis toda mi atención, niñas -repuso la dama, sin hacer amago de interrumpir su lectura. Pasó una página con total calma. 
El dragón hundió las garras en el suelo. Kael levantó el brazo y empuñó una fregona, con la parte húmeda hacia delante.
-¡Al ataqueeeeeeeeeeeeee! -su berrido se unió con el aullido alocado del dragón. 
Y echaron a correr. La una hacia la otra. Sin parar. 
El choque fue tan brutal que la mujer-irbis salió disparada hacia el techo. No tuvo fuerza suficiente para frenar al dragón, que siguió corriendo. Kael voló por los aires, soltó un grito y bufó, se agarró con las uñas a los tapices de la pared y los rasgó enteros. Con uno de los cuernos rompió la cola de milano de una de las estanterías, que cayó al suelo con un estruendo. Ella volvió a salir despedida, propulsada por la viga donde se había quedado sentada. La olla de su cabeza también voló. Con un maullido agudísimo, se precipitó contra el suelo. 
Aro de Plata, incapaz de detener su alocada carrera, dio con la cabeza en la pared, la marmita se hizo añicos y retumbaron todas las paredes del salón. La lámpara cedió en sus juntas, se destrozó contra la alfombra y llovieron trozos de diminuto cristal. El dragón había abierto un hueco en la pared, pasándose a la de al lado. Todo se llenó de polvo y de piedras, que caían en la cabeza del dragón, aturdido por el choque. Se derrumbó en el suelo, con los ojos dando vueltas. 
La Dahara salió temblando de debajo de uno de los listones de madera, el dragón agitó la cabeza para despejarse. Se miraron a los ojos, y después miraron el desastre que habían organizado. Por último, se volvieron hacia la elegante dama, que seguía leyendo como si no hubiera pasado nada. 
-¡No estabas mirando!
-Por su puesto que sí, queridas -replicó ella, quitándose los tapones y volviendo a su libro-. Os he prestado toda mi atención. 
-No es verd... -Kael no pudo terminar la frase, porque Aro de Plata se lanzó sobre ella con un rugido. Se revolcaron entre los escombros, hechas un amasijo de escamas y pelos. 
En ese precios instante, Drako entró por la puerta.
Levantó las palmas de las manos.
-¿Pero qué demonios...? -y la olla que Kael llevaba en la cabeza, que se había quedado colgada de un estante, le fue a caer en la cabeza. Maldijo en todos los idiomas, y fue derecho al sillón donde su preciosa amante seguía leyendo-. ¿Esto es necesario? -preguntó, airado, señalando el desastre.
-Las niñas tienen que hacer ejercicio -respondió Ishys, muy digna-. Ello requiere su parte animal. Es la base de una buena salud.
-Ya, ¿pero tiene que ser en el salón?
-¿Tienes algún problema con mi modo de educar a las niñas?
Drako se dio la vuelta y salió, con los ojos en blanco y los brazos en alto.
-¿Es que puedo tenerlo?



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