5 de mayo de 2012

"El rey de la lluvia"

Si los sueños son como películas, entonces los recuerdos son películas de fantasmas.



Aquí está nublado, pero en mi cabeza truena. Los rayos del Caribe, de Livinstong, vienen a reventar el suelo con su eléctrica lengua, el viento va de un lado para otro y bambolea mis alas como hacía con las velas del Maybelle, en mar abierto. En una tormenta que nosotros provocamos. No hay olas, pero podrán formarse en cualquier momento, y me tragarán. Entonces, recuerdo mi precioso barco (porque ya está claro que es mío y que a Ari le pertenece la Perla Negra), y recuerdo cómo se sostuvo en la superficie de las olas con valentía, mientras otros petroleros y pesqueros se hundían y daban la vuelta, engullidos por el mar. Mi barco resistió, yo resistiré. 
Me pongo derecha, levanto la cabeza y busco. Sé perfectamente qué estoy buscando, qué he venido a hacer en este inhóspito paisaje. No las veo. Corro (volar con este tiempo es liarse una soga al gaznate y apretar), y las busco, con desesperación. Sé que están perdidas en la misma tormenta que yo. No las veo, porque están lejos, pero no desistiré. Seguiré buscando, seguiré llamando desde el sur; vale la pena. 
Aunque el tiempo quiera convencerme de lo contrario.



He estado aquí antes y sé que merezco un poquito más.



A pesar de que está oscuro, la luz de los rayos me hace verlas al final de la estepa. Están solas, cada una en un extremo. No me ven, mi me oyen. Están mojadas y encogidas, envueltas en sus miedos y en sus preocupaciones. Como Antón, puedo ver el torbellino, el vórtice negro sobre sus cabezas. Me alarmo y miro hacia arriba, hacia mi propia cabeza. Efectivamente, allí está. Negro como el carbón, humo en espiral que gira con violencia y que, con los otros dos, provoca esta horrible tormenta. Estaba claro desde el principio, somos nosotras. 
Las veo deambular, como almas en pena, como peregrinos perdidos. Intentando levantar la cabeza para el resto del mundo, fingiendo como siempre que lo tienen todo controlado. A mí no pueden mentirme, porque conmigo se confiesan. Yo veo la cara que oculta la máscara. Yo veo el caro maquillaje, corrido por las lágrimas y por la lluvia. Veo el pelo sucio y mojado de gato, los pañuelos de colores pegados al ojo de la humedad. Y aunque es imposible verse a uno mismo, siento el pelo negro pegado al cuello, y el agua que va resbalando por las escamas. 
Las tres estamos perdidas en la tormenta. Las tres necesitamos que las otras dos hagan algo, porque se nos han acabado las ideas. 
Ah, no. Ni hablar.
Las fosas nasales se abren, y el belfo se pliega para enseñar los colmillos.
Ninguna tormenta le toca los cojones a un dragón.



"En medio del agua no se puede llorar".





Rujo. Y ese ruido puede, por un momento, contra los truenos. Rujo y me levanto, abro las alas aunque sea desquiciado y las agito, para que me vean. Se dan la vuelta y me observan. Aunque sabemos que siempre estamos juntas, parece que me vieran por primera vez. 
Yo no estoy para tonterías. Soy un dragón muy enfadado. 
Rujo, ladro y las llamo de todas las maneras que se me ocurren. Me levanto, porque estoy orgullosa de lo que soy y de lo que son ellas. No vamos a dejarnos vencer por una tormenta. Yo, no. No voy a dejarles. Si les faltan fuerzas para combatir, yo pelearé por ellas. Soy grande, puedo hacerlo. Las cobijaré bajo mis alas. Podría decirse que en este momento las odio; si caemos todas, si no podemos sostenernos, estamos perdidas. Las odio por dejarse vencer. Ellas son mujeres guerreras, son luchadoras, y odio verlas caer. Odio que se dejen.
No podemos rendirnos ahora. No queda nada, absolutamente nada para la plena libertad. ¿Cómo vamos a lloriquearle a la vida y a temerla? ¿Ahora? No. No podemos. No seré yo quien las deje caer. 
No puedo acercarme, porque la parte de realidad que queda en mí no me deja. Pero se lo transmito con los ojos, con las alas, con la voz que puedo hacer oír en esta tempestad. No tenemos motivos para provocarnos tormentas interiores. No podemos dejar que nuestras flaquezas se vuelvan torbellinos, que llueva sobre nosotras mismas. No cavemos nuestras propias tumbas. Podemos con esto, con todo, con más. Siempre hemos podido, siempre podemos. 
Porque ya hemos empezado a ser para siempre, ¿verdad? Pues para siempre nos tendremos. Que no se nos olvide. 
El vórtice de mi cabeza chirría, y parece que quiere romper el cielo. Las miro con amor, con ternura, con confianza. Es cuanto quiero transmitirles. Y, finalmente, sonrío. Porque si ellas no pueden, yo sonreiré por las tres. Soportaré la lluvia para que a ellas no les moje, y cuando se sequen un poco saldrán a combatirla conmigo. Pueden hacerlo, sé que pueden. 
Estoy muy orgullosa de lo que son. 

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