8 de marzo de 2012

Viendo pasar las gaviotas

Está visto que en estas paredes cartujiles sólo estoy para poner la oreja a los demás y ser su maldito pañuelo de mocos. Estoy pringada de verde hasta la frente, y aún me quedan fuerzas encima para poner buena cara. ¿Amabilidad? ¡Y un cuerno, es que a mí me parieron imbécil!
Me parece increíble la capacidad de la gente para evadir cualquier problema que no le afecte directamente. Porque claro, cuando algún tipo de bache hace acto de presencia en mi camino, me doy la vuelta y se han esfumado todos, nube de polvo (marca ACME) incluida. Coño, qué rapidez; casi compiten conmigo en la velocidad en que yo voy a echarles una mano. Que me aspen, rayos y centellas, mierda en general.
La gente es egoísta, y eso es algo contra lo que mis padres no me enseñaron a lidiar. No puedo, me supera y me enfada, muchas veces no se imaginan hasta qué punto. Es que no puedo, no puedo y no puedo. No hay mejor manera de expresarlo. Me parto los tímpanos y las pocas neuronas que tengo escuchando sus gilipolleces, porque la mayoría de las veces sólo son banalidades exageradas, las escucho y las comprendo, y encima todavía tengo algo de decencia en elaborar un consejo, una ayuda o cualquier otra cosa que los ayude a estar un pelín mejor de lo que estaban antes.
Qué demonios, muchas veces no tiene ni que ver con problemas concretos. Simplemente, con conversaciones normales, o que la gente tacharía de normales, porque lo que yo hago básicamente es escuchar cómo exponen sus verdades y callarme como una ramera barata; no sirve de nada elaborar una opinión, parece que son ataques personales, se ofenden y entonces me ataco yo. Y entre ataque y ataque, se me lleva la corriente. El día que me harte les romperé el tablero en la cabeza, porque tengo ya muchas ganas de encontrarme con ese/a gilipollas que ha creado este juego de "amistades", en el que siempre me toca perder.
Alucinante que, con todo lo que hemos pasado aquí, tenga que ir a buscar apoyo a gente que tengo a setecientos kilómetros, porque nadie sabe darme una respuesta en un radio de setecientos metros. Y al carajo con la diferencia de edad, que no es una excusa.
Mi favorita es aquella que reza "no puedo ayudarte, porque yo no sé de esto, a mí no me ha pasado", y levantan los brazos mientras hacen mutis por el foro. Claro, como mi padre se murió siendo yo una cría, mi hermano pasa droga, voy fatal en los estudios, me siento fea y mi familia es un jodido desastre, yo comprendo perfectamente lo que les ocurre, porque lo he vivido. Todas y cada una de las experiencias. Oh, sí, por supuesto. Todas.
Anonadada me hallo.
Y cabreada, muy cabreada. No se imaginan, señores y señoras, hasta qué extremos, porque el detallito de ayer ya fue la guinda del pastel. Por quedarme treinta y cinco minutos en el frío granadino (que no es que sea precisamente suave), tengo la rodilla derecha hecha un puto desastre, como una carraca vieja. Además, me morí de la vergüenza por tener a una persona esperando conmigo, y a otras cuatro durante los veinte minutos anteriores. La responsable sabía, porque sabía, que aquella cita era importante para mí. Y aún así, oh, qué despiste. Pues con tus olvidos te vas elegantemente a la mierda. Puede que no supiera que era realmente importante, claro... porque como no me escucha y en verdad le daba lo mismo, para qué. Esto es espectacular.
No tengo apoyos, y los que suponía que tenía se tambalean en una dudosa estructura de madera quemada. En fin. Sentada en el límite, como siempre, mientras me doy cuenta de que soy un poco más imbécil, y que no aprendo. No aprendo, así me dé ciento veintitrés veces contra la misma pared. A ver si mi cerebro reacciona, carajo, que me empiezan a doler las veces que me he partido la crisma.

Buf. Mucha mala leche acumulada en unos pocos párrafos. Pero no puedo, no puedo más con ese egoísmo que tiene comido el corazón de la gente. Lo que más me toca las narices es que la gente en la que puedo confiar está lejos, muy lejos de aquí.
Terapia musical y un poco de árabe, seguro que lo arreglan. Calma y sangre fría. Y, por favor, maldito dragón agilipollado, aprende de una vez, o nos costará el corazón y los nervios.














Cosas que tienen que ver, no puedo creerme que de verdad te hayas ido...

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