22 de marzo de 2012

Todas las cosas brillantes y bonitas

Hay cosas que nunca cambian y cosas que cambian cada dos por tres. Repentinamente. 
Esto empieza a ser un pseudo-desastre, porque acabaremos por no saber qué hacer con las personas. Es lo que tiene ser una cebolla y un tomate. Sí, soy una cebolla. Y tú un tomate. Y parece que quieren hacer fritada con nosotros. No lo conseguirán. Eso faltaba. Vamos, hombre.

Este periodo de cambio no ha resultado tan terrible (para nada) y no puedo permitirme lamentarme como una ameba pululante en un rincón. Tengo demasiados destinos delante de mis narices. En menos de cuarenta y ocho horas, espero, me voy a esquiar. Bueno, quizá fuera más adecuado decir que voy a "culear" en familia. Nunca sabes cuánto puedes necesitar a una familia que, al fin y al cabo, tampoco es que sea cercana. No sé qué lazos nos unen, pero está bien. Me hicieron recordar que tengo un mote, "Lalua", porque de pequeña decía que me llamaba así. Un encanto, así de adorable era y así me he quedado. Subiré a la Sierra Nevada y mataré de envidia a mi pequeño tomate. Ojalá pudiera venir, porque le vendría francamente bien. Veremos, veremos. El próximo invierno, lo prometo. Me da no sé qué adelantar que me voy, porque realmente tengo ganas y como luego no suba me voy a sentir muy idiota. En fin, esto es mío y hago lo que me sale del codo.
En dos semanas, estaré en Praga con mis colegas. Oh, mis grandísimos colegas. Va a ser nuestro viaje, el viaje de nuestra vida, porque estaremos todos juntos y probablemente lloraremos al final. Después de esos días, ninguno sabemos si nos volveremos a encontrar. En verano, claro. Pero... ¿y después? ¿Quién nos garantiza, quién nos asegura? Nadie, salvo nosotros mismos, podemos asegurar que estaremos juntos. Aunque unos pululen por el otro lado del Atlántico y otros se queden en tierra de Levante. La duda es algo que me motiva a manteneros a mi lado. Malditos calvos, lisiados y gordas, no os vayáis. Nunca os vayáis de mi vida. Quiero que vengáis a mi boda, jodíos, a emborracharme. Porque no hay nada más denigrante que una novia borracha. Seré yo. Por vosotros.
Igual, si todo sale bien y el estado quiere pagarme una cantidad respetable, este verano estoy en Boston. Boston. ¿Te imaginas, yo en Boston? Muero. En Boston. Es decir, a cuatro horas de NY, en EEUU de verdad. Muero. No puedo creerlo. Es que no, no es posible. Me dará un ataque como pase, ahí lo dejo. Me compraré una camiseta de los Celtics y hablaré inglés. 
En verano siempre sale algo. Quiero ir a Madrid a ver a otra de mis familias, y a un canario. Me gustaría mucho visitar Córdoba y Sevilla, pero dudo que me dejen hacerlo sola. Y me encantaría irme a algún sitio con mi tomate. El año que viene podremos ir a Módena y a Perugia, y a Berlín, y a Uruguay. ¿Cómo puedo estar triste? Con lo que me gusta viajar, y todos los destinos que tengo delante. 

Las personas no soportan ver otras personas felices. Es la conclusión que he sacado. Eso, y que los amigos están para apoyar las jodiendas importantes. Porque a mi alrededor flotan ciertas grandes putadas, que ya veremos cómo acaban. Allí estaré, ellos estuvieron conmigo. Veremos, veremos. Espero que, al menos una, resulte ser falsa alarma. Prefiero no pensarlo, que se me ponen las tripas de bufanda.
Mira que pasa, y que pasa veces, y que lo sabemos. Pero hasta que no te toca de cerca, de cerca, de cerca... Todavía estoy en shock. Y hasta dentro de una semana, por lo menos, no se me pasa. Ay, Dios. Si es que somos todos gilipollas. Y tú, maldito psicólogo, el que más.

Vayamos a la Ciudad de los Búhos, que tienen nuevas noticias que darme. Esta vez, me hablan de todas las cosas brillantes y bonitas. Qué razón tienen. Porque mi mundo es brillante y bonito.





Cosas que tienen que ver, me he comprado galletas con canela, y un amigo de Tetuán bebía con ellas té de canela, a la luz de mi velita de canela. Como decía mi hermano Drako, la vida es redundar.

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