Soy una depuradora. Absorbo el agua turbia, le doy vueltas en la tripa y, cuando la escupo, ya se puede beber. No con agua, pero siento que soy una depuradora de aire. He tenido la confirmación de esto mismo justo delante de mis narices, hace apenas media hora. Un amigo que estudia Psicología le ha hecho una fingida-seria sesión a una amiga que estudia CAV. Yo me he sentado a mirar. Ya no se trata del victimismo al pensar "nadie me hace caso", ni poner cara de mártir y perder la vista en la distancia; a la mierda con eso. Se trata de que estaban en mi habitación, no en ninguna de las suyas, con mi música puesta, al lado de mis fotos, y que yo estaba en un rincón. Ni idea de si será egocéntrico, pero erraría al pensar que no ha sido determinante. Mi cuarto tiene un aire que mucha gente quiere respirar, y sería bello pensar que soy yo misma quien produce ese aire.
"Una más, y te prometo que me voy a casa."
Trago, trago, trago, trago, trago, y trago, hasta que llega el punto en que el agua se me sale por las orejas. Tengo que estar hasta graciosa, cuando abro los ojos, despliego los brazos y las alas y por dentro pienso "¡un momento, que no puedo tragar más!". No es una queja. Lo hago porque quiero, siempre porque quiero. Muchas veces, después, me piden que yo me desahogue con ellos, que ahora ellos serán la depuradora. Pero no saben. Bien porque no les sale, bien porque yo tampoco es que me deje. A mí no me sale. Pégame, insúltame, decía el psicólogo. Para qué, pensaba yo, con la ceja arqueada, si es que no quiero. No me nace.
En mi cabeza ya sonaba una canción de tendencias zorriles. Me gusta que la gente tenga aire puro para respirar y agua clara para beber. Pero tampoco puedo pretender que devorar toda esa tristeza, ansiedad, miedo, rabia, enfado, ira, desconsuelo, incertidumbre, melancolía, me dejen sin efecto. Es como darse un atracón de comida en mal estado para que ninguno de tus amigos la pruebe, y le siente mal. Un poco de mareo, al menos, como mínimo, te da. A veces es más físico de lo que parece, he llegado a marearme de verdad.
Estoy cansada de ser una depuradora, muchas veces. Me harta. Me harta porque es humano, y mi parte humana pesa mucho en este cuerpo de dragón. Es pesado. Es pesado, porque en este nuevo mundo en el que vivo es como si estuviese al cargo de la felicidad de la gente que me rodea. Oh, querida, baja del pedestal, no eres tan importante. ¿Cómo que no? He pensado mil veces en dejarlo. Pero si yo no les depurase el aire... ¿qué respirarían? Encontrarían otras maneras, seguro que sí. La mía, sin embargo, les gusta. Qué harían sin mi aire y sin mi agua. Sabían vivir sin ellos antes de conocerme, claro que sí, pero ahora los han encontrado y los quieren, porque les hacen felices. A mí también me hace muy feliz verlos felices, quizá por eso no dejo de sentarme a escucharlos y entenderlos. Porque, si dejase de hacerlo, tampoco sería yo. Es mi naturaleza.
No obstante, en tardes como la de hoy, pesa. Porque tampoco sé de dónde ha salido esa bilis negra que ahora me ronda por la cabeza. Las zorras ayudan, como siempre. Mi ordenador parece saber que las necesito, porque a pesar de estar el reproductor en aleatorio, solo salen canciones suyas. Gracias, pequeña manzana blanca, me estás ayudando.
"Una canción más y ya soy libre."
Me necesitan y eso es lo bonito de la amistad. A cada uno se le necesita por una cosa, tiene un don especial que aportar, un toque, una habilidad. La mía, depurar. Hacer feliz, o ayudarles a serlo. Pero es cansado, claro. No iba a ser todo un camino de rosas. Y hoy estoy cansada. Podría pedir ayuda, claro. No mucha gente sabe cómo ayudarme.
Pero hay alguien que sí.
No voy a llamarlo.
¿Por qué? Ni idea.
Simplemente no voy a hacerlo.
Me quedo en mi cueva, viendo atardecer, y pensando que "nací con alas, así que tengo que irme."
Mañana seguro que se me ha pasado. Me curo deprisa.
Y yo siempre estoy bien.
Maldita cruz.
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