31 de marzo de 2012

Para Sulaimane Mezzouji


"[...]—¿Por qué me salvaste la vida? —susurré —. ¿Por qué me recogiste?
—Morías —dijo, en un profundo suspiro —. No… no dejarte morir. No podía. Ella no hubiera permitido. Ella es vida. Yo no seré muerte.
Sus palabras tuvieron un doble efecto en mí. Por un lado, me conmovieron. Nos habían enseñado a sacrificarnos por el último de los cristianos que habitara en Tierra Santa, a derramar toda nuestra sangre en nombre de Dios y de Cristo, en nombre de sus  hijos que vivían bajo el yugo musulmán. Pero nunca nos enseñaron a sacrificarnos por nadie más que no fuéramos nosotros. No por un mercenario. Ni por un infiel.
Por otro lado, sus palabras me llenaron de culpa. Sus ojos también eran culpables. Durante un segundo, nos miramos el uno al otro. Éramos guerreros. Éramos soldados. Nuestras manos estaban endurecidas por el acero y el cuero. Y nuestras caras, manchadas de sangre. Ojos Fieros y yo sabíamos perfectamente quiénes éramos. Éramos muerte."
Simurgh, la historia de un Cruzado
L. C. R.



Qué gracia. Cuando lo escribí, no me imaginaba de verdad compartiendo galletas, el mundo, el sentimiento, los vicios, el conocimiento y dos tortugas con un musulmán. 

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