"[...]—¿Por qué
me salvaste la vida? —susurré —. ¿Por qué me recogiste?
—Morías —dijo,
en un profundo suspiro —. No… no dejarte morir. No podía. Ella no hubiera
permitido. Ella es vida. Yo no seré muerte.
Sus
palabras tuvieron un doble efecto en mí. Por un lado, me conmovieron. Nos
habían enseñado a sacrificarnos por el último de los cristianos que habitara en
Tierra Santa, a derramar toda nuestra sangre en nombre de Dios y de Cristo, en
nombre de sus hijos que vivían
bajo el yugo musulmán. Pero nunca nos enseñaron a sacrificarnos por nadie más
que no fuéramos nosotros. No por un mercenario. Ni por un infiel.
Por otro
lado, sus palabras me llenaron de culpa. Sus ojos también eran culpables.
Durante un segundo, nos miramos el uno al otro. Éramos guerreros. Éramos
soldados. Nuestras manos estaban endurecidas por el acero y el cuero. Y nuestras
caras, manchadas de sangre. Ojos Fieros y yo sabíamos perfectamente quiénes
éramos. Éramos muerte."
Simurgh, la historia de un Cruzado
L. C. R.
Qué gracia. Cuando lo escribí, no me imaginaba de verdad compartiendo galletas, el mundo, el sentimiento, los vicios, el conocimiento y dos tortugas con un musulmán.
Nada más dulce que una maravillosa amistad. :)
ResponderEliminar