"Escultor francés, cinco letras". Y tú no tienes ni que pensártelo.
Yo te quiero, te quiero, como las peras a los peros. Eres el mejor, sordo de los cojones. Te digo que te quiero, y tú me respondes que ya lo sabes. "Fíjate si te quiero", insistes, "que cuando hablo contigo por teléfono, si no escucho 'vete a tomar por culo' o 'vete a hacer puñetas', no soy feliz."
Te quiero, maldito.
Me hace gracia que tu cuestión del día fuera cómo tiene colocada la mano El pensador de Rodin, si abierta o cerrada. Está cerrada, apoya la barbilla en los nudillos. Eso a mí no se me olvida nunca. Incluso separados, separados por tanto tiempo y tanta distancia, seguimos pensando en lo mismo. Lo que tiene ser dos dragones.
Y mi tortuguita, que la veo comiendo pan con chuletas, bebiendo su zumo, sentándose en su sillón del siglo treinta y cruzando las patitas con todo el estilo del mundo. Otra a la que quiero con sana locura. Porque a ti, mi dragón, te quiero con alocada locura. Porque estamos locos... aunque tú seas Capricornio y yo Sagitario.
Cosas que tienen que ver, me duelen los codos. Y otras cosas que no voy a decir, porque la Dama me pega en la boca, por malhablada, cochina y vulgar.
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