Anoche estuve hablando con Yun sobre Evangelion y me vino bien. Bastante bien. Necesitaba distraerme de unos días en los que he estado llorando más de la media, como única vía de desahogo y despresurización de la cabina. Porque no sé qué me pasa, o es que igual me pasa todo.
El caso es que después de hablar con él, me puse a ver Evangelion (otra vez). Y me llenó de una fuerza casi agresiva. Ver a EVA reventar las paredes del núcleo de Leliel y salir cubierta de sangre, levantar el brazo para proteger a Shinji, correr para sujetar las pinzas de Sahaquiel con las manos... todo eso me hizo sentirme... bien. Me hizo sentirme mejor.
Escuchar sus gritos, verla estirarse, verla saltar, escuchar la música que me sé de memoria y ver vídeos que intentan explicar, con éxito relativo, qué carajo es The End of Evangelion y qué puñetas quisieron contar con aquel final tan extraño. Todo eso actuó como bálsamo sanador y relajante. Qué raro que la violencia me tranquilice. O no, yo qué sé ya. El modo berserk cambió de manos y, de repente, la que estaba a los mandos volvía a ser yo. EVA levantó la cabeza y tanto Shinji como ella dieron un grito, un alarido que partió el Campo AT de cualquier ángel.
No sabría explicar cómo, pero aquella furia salvaje me hizo sentir que, al final, todo saldrá bien. Que las cosas vendrán poco a poco y que, de momento, no hay mucho más que yo pueda hacer.
Es como si de repente lo viese todo de forma diferente, y no mucho ha cambiado. Porque, en realidad, ¿qué es lo peor que podría pasar? Que esto no saliese bien a la primera y que Bob tuviese que volver, al menos por un tiempo, para intentarlo de nuevo más adelante. Que yo misma tuviese que moverme. Pero estoy dando por sentadas miles de cosas que no son reales, que no son justas, que ni siquiera tengo idea de si son posibles.
Todo esto sin quitarme la imagen de los ojos brillantes de Eva de la cabeza, por extraño que parezca.
Ella me da fuerza. Ellos me dan confianza.
Todo saldrá bien. No estamos solos.
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