Estaba teniendo una hora nefasta. Muy, muy mala. Negra, hundida, doliente. He cogido mi comida y he stormed out into la cocina, con ganas de despejarme hablando de otras cosas, con ganas de alejarme de ese pensamiento tan rápido como me había alejado de la oficina.
Como siempre, han bastado cuatro gilipolleces para romper al Flaco y que los dos nos pusiéramos a llorar, pero de la risa. Porque cuando quiero, me transformo en un dedo pulgar. Creo que lo he matado. Yo he dejado de ver por las lágrimas de risa.
Ay, qué maravilla.
Así es.
Qué maravilla.
Y cómo me las maravillaría yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario