Qué vergüenza me doy a veces, copón. Pero, antes de contar el episodio y verlo en retrospectiva, debo reconocer que me siento fatal, pero que me ha hecho mucha gracia. Así es, me he retratado como una personal vil y acomplejada y, aún así, me sigo haciendo reír. Es que soy la leche.
Todo lo que tengo se lo debo a mi locura y todo lo que se me va tiene la culpa también ella.
Porque me sacó de muchas de las que nadie me cura, pero me ha metido en alguna que me ha dejado mella.
Hoy ha aparecido una amenaza en el horizonte. O, al menos, alguien que yo sentía como una amenaza. Y es que me he dado cuenta de que, aunque me he quejado de estar sola en los salones azules con mi traje de irania, en realidad me gustaba. Me gustaba ser la única (que en realidad no lo era, pero yo me entiendo). Me gustaba ser... especial. La maldita palabra, escrita con la punta de una navaja en la piel de mis costillas. Ahí, donde más duele, cerca del hueso. Lo más cerca que van a estar esas letras de mis huesos.
He entrado en pánico. Vaya si he entrado. He visto derrumbarse ante mis ojos todas las piedras (si es que soy dramática, me cago en la leche) que he estado poniendo, echando sangre, sudor y alguna lagrimilla, a lo largo de todas estos años. Así que cuando se ha presentado la oportunidad de marcar territorio, lo he hecho. Me he tirado a la arena como Fereydun transformado en dragón, con los dientes por delante y, en principio, sin intención de morder, pero con las mismas ganas que él de darle un buen susto a quien tenía delante.
He rugido, he chasqueado la mandíbula y he hecho gala del color de todas mis plumas. Y me he sentido satisfecha, afianzando mi peso sobre las piedras. Esas mismas piedras que me sustentaban a mí. Me he olvidado de todos los valores que defiendo solo porque me ha entrado el pánico de ver mi ego atacado. Me he olvidado de lo que soy y de la razón por la que hago las cosas que hago.
Me he convertido en el monstruo que en realidad soy. Y me ha dado por reír.
¿Por qué me he reído? Porque esta locura irracional, este monstruo, no lo ha visto nadie. Desde fuera no ha podido apreciarse más que todas las capas de mi hipocresía. Esa sonrisa de Alastor que se me pone en los labios cuando siento que, poco a poco, se me van afilando los dientes. Esa capacidad innata que tengo de mentir sin que se me note, pero hacerlo de forma que consigo lo que quiero. Me sale estupendamente bien. Ha vuelto el sabor metálico y un poco amargo a la boca. Ha salido el demonio real.
Y me da por contárselo a alguien que ahora va a pensar que soy despreciable. Que... bueno, en realidad puedo llegar a serlo.
Luego me he sentado a pensar el origen de esa embestida, de ese ataque frontal a la supuesta amenaza. Que ha resultado no serlo para nada. Ha resultado ser alguien que no podía creerse que estaba hablando conmigo. Una persona que, además de ser jovencísima, me ha dicho que quería llegar a ser algún día la mitad de lo que yo era en ese momento.
Y yo riéndome, por supuesto. Riéndome del susto tan grande que le acababa de pegar. Riéndome de cómo ha reaccionado y cómo pensaba que era una fantasía estar hablando conmigo.
Lo he arreglado, por supuesto. Le he dado un título y más bibliografía de la que podría soñar con tener un lunes por la noche. Le he dicho cosas que le han hecho sentir bien. Y no dejaba de darme las gracias y de repetirme que no se estaba creyendo que yo fuese así. Así. No me has visto en realidad, pequeña persona. No has visto lo que había detrás.
A veces se me tuerce la cabeza y la lío.
Como cuando crío. Como cuando me quitan algo que es mío.
No tengo razón pa' joderle la vida.
No sé la razón por la que desconfío.
Me he sentado a pensar y me he dado cuenta de lo frágil que es en realidad mi amor propio, y cómo esa reacción desmedida (repito que todo esto ha sido por dentro, me he cuidado bien de que por fuera no se viese nada) no es sino fruto de mis inseguridades. De mi miedo a que la gente descubra que, en realidad son un fraude. A que dejen de hablar conmigo, a que dejen de quererme. Así es, tan profundo y tan real.
Y luego, porque "si me juzgo yo misma me absuelvo de todo", me he vuelto a reír. Me he reído de mi propio susto y de mi capacidad de ser ridícula y absurda. De la falta de confianza que tengo, porque de verdad me creo buena para nada. Estoy esperando oportunidades para demostrar "algo" como si me fuera en ello respirar, y con mis ansias solo aprieto más el nudo.
Trabaja en silencio, me repito. Que tu trabajo sea tu ruido.
Y me he vuelto a reír, una vez más.
Porque sé que quien tenga que molestarse en quererme lo hará pese a todo. Porque darme cuenta de mis errores me hace gracia y es el primer paso para corregirlos. Porque mi propia absurdez me hace gracia. Y porque, si soy completamente sincera, me ha gustado ver que soy capaz de defenderme con un despliegue de datos y elegancia y una floritura en la mano que haría que el mismísimo Iblis se sintiese orgulloso.
Helps me find my way.
Sometimes it's not easy to see.
No hay comentarios:
Publicar un comentario