Yo es que a veces leo algunas cosas y me muero de la risa. Pero de reírme en voz alta, poner los ojos en blanco y seguir preguntándome cómo el ser humano puede ser tan sumamente mamarracho.
Y levanto la taza de té para brindar conmigo misma, que al fin y al cabo es mi permanente, inevitable, condenada e incluso gratificante compañía.
¡Ay, cuánto babuchazo sin dar, madre!
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