10 de febrero de 2020

Let the Snow Moon do it

Anoche vi una de las lunas más bonitas de mi vida. Me hubiera encantado que la vieras conmigo, Bob. 



El entrenamiento de ayer fue average, conseguí no matar a nadie y eso ya es un logro. Pero tengo bastante más claro que ayer, incluso, que yo me voy a ir descolgando poco a poco de todo lo que no implique tener un florete en la mano. Y que se apañen. Me va a costar este nuevo personaje, pero quiero enfocarlo como una nueva faceta de lo que podría ser una entidad demónica real. Una que de verdad parezca lo que no es. Porque como deje suelta mi cara y exprese lo que de verdad tengo por dentro, se caga la perra. 


Ayer una persona que no conozco de casi nada me dijo que me consideraba una amiga porque se sentía sola. Ayer mamá me llamó y yo no maté a nadie (de nuevo) porque me pilla a bastantes kilómetros, pero no existe la persona que tenga justificado hacer llorar a mi mamá. Not on my watch. Otra payasa. Ayer supe que por fin, ¡por fin!, Lukas y yo vamos a intercambiar regalos de cumpleaños. Yo casi tenía asumido que los guardábamos para el noviembre que viene, porque al colega le pesa la vida de forma exagerada. Mas no, tendré mis regalos. Ay, qué alegría. Qué me gusta a mí desenvolver un regalo. Total, para que sea otro calendario o una camiseta del H&M, pero dijimos que le íbamos a dar una oportunidad y mantendremos la palabra. 

Anoche caminé bajo una luna blanca, brillante como ninguna, bruja y misteriosa. Y me sentí bien, a pesar de no estar excesivamente contenta. Pero me sentí bien. Con mi música, sin pensar demasiado en el agobio de la tesis ni en lo que me va a decir Ilse mañana, ni en la tutoría. Solo con mi música, el bosque, la noche y la luna. 
The Snow Moon. La Luna de Nieve. La verdad es que tiene un nombre a la altura de su belleza. 



Hoy teníamos un examen de persa y a mí, evidentemente, o se me olvidó o mi cerebro ni siquiera lo registró. Pero Parmis me ha escrito los significados de las palabras, la amo. Y aún así, he metido la pata una cantidad considerable de veces. Y me ha dado por reírme. Si es que soy muy tonta. 



He llegado a la oficina con nieve y tormenta, ahora ha salido el sol, se ha puesto a nevar otra vez, a llover, a hacer sol... ¿¡pero qué coño le pasa al tiempo!? Va a ir a entrenar mi madre, o eso me dice mi rodilla, que lleva sonando como una carraca vieja desde ayer a las nueve de la noche. Su padre, qué frío. Qué maravilla, pero qué frío.

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