9 de febrero de 2020

Ira homicida / El audio de Carlinhos

Lo que pasó ayer por la noche (todo) terminó de hacer fuertes unos muros que hasta el momento no eran más que empalizadas de madera. Vamos, que de la Edad Oscura pasé directamente a la Edad de los Castillos, y por la tortilla de camarones y su caballera andante me tocaron los cojones de forma espectacular y completamente injusta. Y ninguna de las dos mamarrachas me pidió perdón por haberse vuelto totalmente locas. Ni una palabra. Eso sí, después todo el buen rollo preguntándome si quería una sidra o si estaba cansada. Anda a mamarla. Par de payasas. 
Mis muros son de tela roja y tienen los cuatro patrones dorados que indican que ya no me vais a molestar más con vuestras gilipolleces. Soy viento, soy montaña. Y que os vais a ir a la mierda, simplemente. 

Pero como la vida sigue siendo maravillosa, Alberto escuchó mi audio mientras volvía a casa en la tormenta y pude desahogarme con él en aquel momento. Además, también hemos podido hablar esta mañana. Y, como yo, las ha llamado payasas. Y me ha ayudado a recordar lo poco que necesito yo tonterías como esta ahora. Que ninguna mamarracha te impida disfrutar de aquello que te gusta, me ha dicho. Pues allá que voy. Así luego tendré más anécdotas para contar, aunque no es que ahora me falten, la verdad.  

Volviendo escuché un audio de tres minutos de Carlos, Carlinhos Marrón, que me contaba su vida, me preguntaba por la mía y me decía que me echaba de menos. Y hoy Anahita me ha dicho que sabía que era imposible, pero que aún así quería preguntarme si podría acudir en octubre a su graduación. Tener gente así es un privilegio, y la putada es que estén lejos. 
Porque de poder ver a mi gente mañana, la situación de ayer no me hubiese frustrado ni superado tanto como lo hizo. Porque me encontré sola, empapada, cabreadísima y, eso, frustrada. Pero fuerte. De alguna manera, ahora quiero la soledad, esa que el año pasado me asustaba tanto y de la que huía casi de forma desesperada. Ahora quiero que me acompañe. Aunque me aburra, aunque me haga plantearme cosas profundas o superficiales. Quiero alejarme de todas esas personas y no volver a involucrarme más que lo estrictamente necesario. Porque ni las quiero, ni las necesito. 
Y como buena montaña, si quieren algo, ya saben dónde estoy. Después decidiré si me conviene hacerles caso o no. 



En otro orden de cosas, veremos si no me estalla la cabeza de aquí al martes a las 14:30. Está claro que aquí ninguna semana va a ser normal. 

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