Ya me advirtió el aeropuerto, cuando esperando para comprar el ticket del RER una chica estaba tocando Comptine d'Un Autre Été con un piano que alguien había puesto allí. Ya me advirtió de que en París me esperabas tú.
La esquina de Rue du Temple con Rambuteau es la esquina más especial de todo París. El rincón más importante, el pequeño trozo de calle más bello, el lugar más mágico que yo podía encontrar en aquella ciudad que hace años había recreado solo con un mapa y mi propia imaginación. Sin embargo, como realidad que era, todo estaba allí, en el sitio donde yo lo había encontrado sobre el plano, y por supuesto cabía la posibilidad de visitarlo, de verlo, de caminar esa calle y detenerse en aquella esquina.
Quién me iba a decir a mí hace ocho años que podría estar de pie frente al lugar en el que ella te encontró por primera vez, allí donde apareciste sentado, con tus ropajes negros y tu máscara dorada sin facciones. Quién me iba a decir que pasearía por el Jardin de les Halles, donde los dos habíais bailado juntos por primera vez y os habíais tocado, sellando vuestro destino. Más el de ella que el tuyo y perdón por la literatura.
Cuando llegué hasta Rambuteau no lo podía creer, porque la parada de metro era mucho más pequeña de lo que yo la había imaginado. Y la calle, Rue du Temple, no era más que otra sinuosa línea en el plano caótico del centro de París, pero no tenía nada especial. Nada especial para el resto de ojos, por supuesto.
Me quedé allí de pie más de media hora. Mirando la esquina como si de verdad te estuviese viendo a ti. Le saqué fotos para enviar a aquellas personas con las que sabía que podía compartir mi emoción, pero ninguna le hacía justicia verdadera. Frente a tu lugar había un café con terraza y dos chicas se quedaron mirándome, probablemente preguntándose qué estaba haciendo mirando nada y con aquella cara a caballo entre el llanto y la más absoluta felicidad.
Caminé por la Rue du Temple y llegué hasta el Centre de Danse du Marais, la academia donde ella bailaba y donde también tú apareciste. No subí, porque era muy pequeño y hubiera sido el colmo del ridículo, pero me llevé un programa que ahora está colgando del corcho de mi oficina. Y después regresé sobre mis pasos y caminé calle arriba, hacia Rambuteau, por donde ella hubiese caminado. Y me descubrí ansiosa, emocionada, con el corazón latiendo más deprisa, exactamente como ella hubiera estado. Porque al final de la calle, en aquella esquina, esperaba encontrarte. Y yo, no sé exactamente por qué, me contagié de aquel sentimiento. Como si de verdad esperase hallarte allí sentado, en el sitio donde ahora te han puesto un buzón cuadrado de color amarillo. Quizá es por el color de tu máscara. Me apoyé en la pared y contemplé la calle como tú lo hubieras hecho, para tener una idea de qué estarías viendo, de cuál sería tu punto de vista. Y me gustó. Era una calle bonita, especialmente en aquel día soleado. Aunque cuando tú apareciste, estaba nevando y el clima no era ni la mitad de benévolo que el día 23 de mayo de 2018.
Estuve allí casi una hora y después asumí que tuve que marcharme. Cuando me di la vuelta y caminé la Rue du Temple hacia abajo, rompí a llorar. Llamé a Bob porque era la única persona con la que quería hablar, y su respuesta fue exctamente la que yo esperaba, porque se emocionó conmigo. Y lloré, lloré mucho, y no sé por qué. Sé que no era tristeza, pero tampoco lo llamaría felicidad. Creo que fue una mezcla de ambas, porque siempre que pienso en ti, Frinoé, me ataca un sentimiento de bella pero fría oscuridad.
Sé de dónde saliste, sé lo que representas para mí, y te hiciste material en aquel cuento escrito en 2010 que significó el inicio de todo. Abriste las puertas de lo más oscuro de mi alma y al adentrarme en tu mundo empezó esa época en la que ahora me encuentro, donde lo que escribo tiene trazas y tintes de ti, de tu esencia, de tu olor, de tu silueta. Te me apareces en cada historia que tiene algo que los demás llaman "especial". Estás en El rey pastor, estás en Yazata y estás en Al-Naya. Sigues presente en mi vida de forma tan bella que cómo no ponerme a llorar al contemplar tu lugar, tu sitio en el mundo. Tu sitio en mi mundo.
Eres muchas cosas, Frinoé. Quiero darte las gracias. Solo las gracias, una vez más.
Qué privilegio, qué regalo de la vida, poder estar en el rincón más especial de todo París. En la esquina de Rue du Temple con Rambuteau.
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