He de confesar que estaba asustada. Y mientras mis pasos iban y venían del local al autobús, cargando material para este fin de semana, me daba cuenta de hasta qué punto tenía miedo. Tenía miedo de que el olvido hubiera pasado deprisa sobre sus pequeñas cabezas. Que la falta de costumbre me hubiera desterrado de su memoria, y que la ronda pasada simplemente fuese eso, pasada y ausente. Ausente como yo. Temía que no recordasen que les di mi palabra, palabra de lobo, de que un día volvería y aullaríamos juntos otra vez.
Los niños no recuerdan y sienten como lo hacemos los "adultos". Lo sabía. Pero cuando les vi correr hacia mí, con los ojos abiertos como platos, a caballo entre la alegría desbocada y la incredulidad, terminé de confirmarlo. No sienten como nosotros. Son más sinceros, más enteros, y mucho mejores. Me cayó encima una manada de treinta y dos lobatos sin que me diera tiempo a soltar la caja que iba a meter en el maletero del autobús. "Has cumplido tu promesa", repetían. Se multiplicaban los "te hemos echado de menos", "has vuelto", "Rama, Rama, Rama". Y yo por dentro lloraba de la felicidad. Sin poder pararlo.
Fue como si nunca me hubiese marchado. Sigo teniendo un lugar preeminente en nuestra gran Manada, y es gracias a ellos que conservo ese honor. El hecho de faltar los sábados no ha conseguido que falte de sus corazones. Me sigo sentando en la roca de los Viejos Lobos, con quizá más fuerza que la ronda anterior. Porque ellos quieren verme allí. De verdad, de corazón, que parecía que nunca me hubiese ido. Fue tan magnífico que me entran escalofríos.
Ahora sé que ellos nunca podrán olvidarme. Que nunca me iré de sus cabecitas alocadas. Y no porque yo sea imprescindible, para nada. Es porque ellos son magníficos e increíbles; sacan lo mejor de mí, y han decidido que me quedo en sus corazones. Gracias, mis pequeños lobos.
Nunca olvidaré nuestro mágico momento del sábado, 16 de noviembre de 2013, cuando en la ermita del Remedio salió la luna llena entre los árboles y las nubes. Y nosotros, invadidos por la adrenalina, nos pusimos a correr. Entonces os colocasteis a mi alrededor, los que me conocíais de antes y los que me acababais de conocer, echamos la cabeza hacia atrás a la cuenta de tres y, mágicamente, aullamos todos juntos.
No se me olvidará jamás. Palabra de lobo.
Con respecto al resto, al Kraal, también quiero daros las gracias. En verano prometí que la distancia entre nosotros no se notaría, que seguiría tan presente como si viviera aún en Levante. Sin vosotros esa tarea no estaría completa. Gracias por hacerme sentir recibida, acogida, querida y necesaria. Siempre listos, siempre lo mejor.
El amor dentro de mí ahora es negro y rojo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario