Cada año que pasa tengo menos palabras que decir. Imagino que este día, al final, no es especial por mí misma. Es especial por ellos y por ellas, que hacen del veinticuatro de noviembre una fecha a recordar en cada calendario. Y es que tengo unos amigos, una gente que no, aún no puedo creerme. Me llaman, me escriben a medianoche, me preparan unos vídeos preciosos y me los envían. Veo sus caras preciosas en la pantalla del ordenador, escucho su voz melodiosa por el teléfono, leo sus palabras en la mensajería instantánea y pienso que no, que no puedo creérmelo.
Que cada año que pasa se tomen la misma molestia, que sigan queriéndome pese a toda mi insoportabilidad, que quieran hacerme reír, llorar o soplar unas velas que mágicamente se apagan. Que me pasean por la ciudad en la que viven, que me recuerdan las mil cosas que hicimos y las millonadas que nos quedan por hacer.
Mi gente. Esa familia que escogí en el camino y que, según palabras de Andrés Suárez, nunca va a desaparecer porque es imposible separarse de ella. Aquellos que me conocen con el tiempo suficiente como para entenderme y aceptarme. Los que demuestran estar a la altura y los que tengo colgados en la pared, mirándome desde las fotos y con una sonrisa que es la envidia de todos los odontólogos.
Los quiero, los amo, los quiero conmigo tanto tiempo que se me olvide contarlo. A mis amigos, a mi pareja, a mi familia. Mi gente, al fin y al cabo.
Gracias por hacer, una vez más, que en mi cumpleaños no se note la distancia.
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