—¿Sabes una moñada muy gorda? Que llevamos tres años y estamos mejor que nunca. No sé. Tengo ganas de quererte más.
—Sí, la verdad es que estamos genialmente bien. ¡Te quiero, mi pequeña! Mi pequeña y gorda moñas (risa).
—Sep. Muy gorda. Dime tú una moñada, que me siento rara.
—¿No crees que es más raro aún que me la pidas?
—No. Obedéceme, que soy tu dueña.
—Comprendo.
—Porfa.
—No. Obedéceme, que soy tu dueña.
—Comprendo.
—Porfa.
—Eres la lucecilla que me despierta por las mañanas y me motiva para hacerlo todo. No quiero que te vayas nunca. Te quiero. ¿Así va bien?
—Jo, ¿en serio? ¡Qué bonito, grandullón! ¿No quieres que me vaya nunca?
—Quiero que estés siempre.
—Jo, ¿en serio? ¡Qué bonito, grandullón! ¿No quieres que me vaya nunca?
—Quiero que estés siempre.
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