2 de octubre de 2013

In the name of the One

Estaba leyendo. Distraída. Escribiendo en el buscador algunos títulos que fueran a echarme una mano en la investigación. Releyendo los apuntes sobre pensamiento medieval que tomé la tarde anterior. Qué bello aquello de que el nombre va en la sangre. Que la identidad reside en el clan, la tribu, la familia, el feudo. Qué estupendo.
Entonces, lo vi.
El nombre.
Nomina sunt consequentia rerum. 
El nombre.
"¡Eso es!", dije, en voz alta, y levanté la cabeza tan rápido que me di un porrazo contra el flexo. Sin embargo, no le presté atención al dolor; estaba demasiado emocionada. Ya me dolería después. Dentro de mí acababa de explotar una burbuja de gas, como aquellos árboles de hidrógeno de la película Titán AE. Lo veía claro. "¡Es vuestro nombre!", repetía, "¡Es por eso que siempre os presentáis con el apellido!"
Estaba sola, pero juro que cuando volví la cabeza pude ver a cuanto árabe, musulmán o islámico que habita en mi mente, sonreírme con gentileza.
En concreto, a dos. Ibn, hijo de. Hijos de su propia sangre. Empezaron a explotar otras tantas burbujas. Ahora sí que empezaba a entenderos. Al sentir que estaba avanzando, se me llenaron los ojos de lágrimas. O quizá fuera porque ya notaba el dolor en la coronilla.
Vuestro nombre. Y el de todos lo que os precedieron, porque eso es lo que os conforma como seres, lo que os ata. Lo que os identifica, por lo que decidisteis consumir hachís y creer en el Paraíso, o levantar la azada contra el que pretendía arrebataros vuestra casa. Uno en Oriente, otro en Occidente. Sin embargo, compartiendo el pensamiento. 
¿Cuánto tiempo más iba a tardar en darme cuenta?



"Que todas las bendiciones caigan sobre tu cabeza, pero sin hacerte daño. Si te sigues emocionando así, romperás el flexo." 

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