Zapato y cordón.
No son nada el uno sin el otro.
Hoy he pasado uno de los mejores días de mi vida. Uno de esos que sólo se puede definir como "perfecto", de principio a fin.
Una ola para los de siempre. Impresionante, ¡pero estábamos todos! Cosa que se ha notado, obvio que se ha notado. Porque desde que hemos puesto un pie en el autobús, ya nos estábamos meando de la risa. Además hemos vuelto a donde siempre, a esa pequeña casita en la playa que, como un día empiece a contar todo lo que ha visto... Hemos hecho lo de siempre, también: playa, piscina, paella, helado con cookies, alcohol, más playa, más piscina, fotos. Conversaciones absurdas donde las haya, frases para recordar.
"Zapato y cordón, no son nada el uno sin el otro."
"Que me caso waterproof"
"Tú... tú... tú pesas treinta kilos."
"El móvil de Nuria nos va a enterrar a todos."
"El mar me está haciendo un bukake."
"¡Sansa, pobra!"
"Cersei y yo... ¡primas hermanas!"
"¡Sansa, pobra!"
"Cersei y yo... ¡primas hermanas!"
"La belleza es la puerta de todas las llaves, y el universo se expande, míralo cómo se expande."
Y otras muchísimas, pero es que ahora no me acuerdo. Estoy destruida, y puede que todavía un poco borracha. La piña colada estaba magnífica, la natación sincronizada es un deporte al que algún día podremos aspirar, nuestro foso de caimanes alrededor de la sombrilla ha mantenido lejos a las señoras invasoras, la paella estaba estupenda, hemos hecho esa gochada de poner helado encima de las cookies, nos hemos bañado borrachos, borrachísimos, en un mar con ganas de juerga. Como nosotros, vaya. Y venga a reírse. A llorar, literal, a ahogarse de la risa. Pau caminando sobre las aguas en su papel de Jesucristo, Ángela señalando a todo el mundo, Carlos y sus orquídeas, Nuria recitando frases de APM, Llum dando grititos de felicidad, Raquel dando instrucciones, Eugenio achuchándome, Gala contando sus teorías sobre el universo.
Además, hemos contado con la compañía, muy grata, de dos hermanos pequeños que, al principio, estaban acojonados de vernos. Luego no querían que nos fuésemos, le pedían a su hermano que nos dejase quedarnos a dormir. Qué majos, qué majísimos. Hoy todo el mundo es majísimo. Hoy todo ha sido magníficamente perfecto.
Hasta los canis de la ida y de la vuelta en bus, de esos que llevan la música del móvil a toda pastilla y cuya selección musical no es que sea la mejor. Pero bueno, nosotros hemos cantado "que el ritmo no pare", "sarandonga", "if you like piña colada", "venga, sal a bailar, que tú lo haces fenomenal, tu cuerpo se mueve como una palmera, suave, suave, su-su-suave". Hasta la abeja asesina que ha perseguido a Llum incluso más allá de la orilla.
Sois lo mejor que tengo. Me dais la vida, entera. Toda ella. Juntarme con vosotros es algo que no sé explicar, no sé describir con palabras. Solo sé sentirlo. Sé sentiros a vosotros. Y hoy ha sido un día espectacular. Pero espectacular.
Ha habido un momento en que estábamos en medio de cuatro o cinco olas seguidas, que nos han empujado contra la arena y nos han dando una buena paliza. Debajo del agua, con todo el ruido en mis oídos, se me ha parado un segundo el tiempo. Y he pensado en lo maravilloso que todo estaba siendo, que os quiero, que era allí donde tenía que estar y qué suerte la mía de teneros. ¡La leche! Así que he sacado la cabeza del agua con una carcajada.
Y me he llenado la boca de sal, y casi me ahogo.
Tenía que contarlo. Tenía que compartirlo porque le deseo al mundo, a todas las personas, unos amigos como los míos. De corazón.
Me quedo con las palabras de Germán, que tiene catorce años, cuando de camino a la playa (estando yo en condiciones muy poco óptimas) íbamos cogidos de los hombros, me ha confesado: "Jo, yo cuando sea mayor quiero tener un grupo de amigos como el que tenéis vosotros".
Yo también, Germán.
No sé qué demonios sería mi vida sin ellos.
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