28 de enero de 2012

El eterno retorno

Atardece y yo, que debería estar estudiando, caigo en la cuenta de que ya lo he visto antes. Ya he visto atardecer así. Hace años. En otra ciudad, en otra casa, en otro piso, por otra ventana.
Aparece el flash-back, en algún lugar de mi mente hay un fundido en blanco, y empiezo a recordar muchas cosas.




Yo vivía en otra casa, en un quinto piso. Fuera de esa casa, no me gustaba nada de mi alrededor. Pero dentro, siempre se estaba bien. Era mi refugio, mi cueva, mi guarida del tesoro. Era una casa preciosa, tenía dos pisos y una escalera desde la que se veía una pared llena de espejos. Como las galerías de Fontaineblau en el siglo XVIII, un horror vacui de reflejos, llenando la pared. Sin ningún criterio salvo el ornamental. Espejos de todo tipo. ¿Dónde estarán ahora? ¿De verdad están todos en mi nueva casa? ¿Cupieron? Allí parecían tantos... pero también es cierto que los observaba con unos menos centímetros que ahora.

Acabo de caer en la cuenta de que, descritas, todas las casas de uno pueden ser magníficas y especiales. Es el lenguaje lo que las diferencia y las hace únicas. Qué bella tarea la de escribir, cuando va asociada a la de recordar.

En esa casa, también tuve un cuarto para mí sola. Y ese cuarto estaba lleno de símbolos y de rasgos que lo hacían diferente. Especial. Como a mí. No sé si fue el destino, Dios o mis padres, pero, de alguna manera, se me ocurre que yo no podría haber vivido en ninguna otra estancia de la casa. Quizá mis padres lo supieran.
Para empezar, el techo era abuhardillado. Pierdo la cuenta de las veces que choqué la cabeza contra él. Tenía un par de marcas, estoy segura. Para seguir, la cama estaba metida en un hueco y no tenía cabecero. También me di muchos golpes ahí. Había dos armarios; en uno guardaba mis juguetes y en el otro mi ropa. El de los juguetes estaba forrado de papel azul con puntos blancos. Empezó a desprenderse por abajo y yo, como toda otra niña hubiera hecho, lo fui arrancando poco a poco. Ni idea de por qué.
Pero lo más especial de aquella habitación era, sin duda, la ventana. Estaba incrustada en el techo inclinado, se abría de arriba abajo y no recuerdo si tenía cortina. Creo que no; puede que le pusieran un estor. A través de esa ventana, como yo estaba en un quinto piso y la ciudad en la que vivía no era especialmente grande, podía ver las montañas. Las montañas y el bosque, a lo lejos. Y todos, todos los días, veía ponerse al sol. Rojo, amarillo, naranja, morado, rosa, gris, azul, negro. Cada día esa bola de fuego me decía adiós y se perdía en el perfil dentado de las montañas.
Sueño muchas veces con esa habitación, y con esa casa en general. Supongo que es un grato recuerdo de mi infancia. Y de mi adolescencia, también. Me encantaba mirar por esa ventana. La mayoría de las cosas que escribí se me ocurrieron durante una puesta de sol. Era imposible contemplarla y no emborracharse de vida. Por la noche, al esta inclinada, veía las estrellas. Y si tenía mucha suerte, la luna. Era una ventana magnífica. Nunca se me olvidará, estoy más que segura.
No quisiera volver a la casa, porque mataría mi recuerdo. Sabina lo comentó en Peces de ciudad. "Que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver."



¿Por qué me acuerdo de eso? Pues porque desde que vivo en el corazón de al-Ándalus, he recuperado mis puestas de sol. Hasta ahora no me había dado cuenta de que estoy reviviendo un sueño infantil al ver morir la luz cada día, y quizá sea por eso que estoy tan a gusto aquí. Esta vez, la ventana no está inclinada, sino que es recta y considerablemente más grande. Además, la preciosa silueta de la Cartuja se recorta cada noche contra las nubes, y me saluda por las mañanas.
Tengo un atardecer precioso encerrado en cuatro lados, todos los días. Es un regalo, es un privilegio. Como estoy en una colina, veo las montañas, veo pequeños trozos de nieve, veo las luces de los pueblos. Pero sobre todo veo la puesta de sol.
Siempre volvemos a lo que fuimos. O a lo que vivimos.







Cosas que tienen que ver, voy a patearle el culo a quien sea con tal de que esa persona deje de sufrir. Si quiere terminarlo, que lo termine. Pero ya está bien.

No hay comentarios:

Publicar un comentario