"Esto es más que un adiós, porque cuando te miro los ojos, ni siquiera estás aquí."
¿Por qué un blog y no un escrito privado? Supongo que necesito pensar, de alguna manera, que alguien querrá escuchar. Que soy un ser contradictorio con pensamientos contradictorios. Quiero escribir, quiero contarlo, quiero sacarlo. Pero, por otro lado, no quiero que nadie lo sepa. Que nadie se acerque. Prefiero seguir llorando en silencio y tapándome la boca para no hacer ruido. Una especialidad. Hay gente que no estaría preparada para leer estas cosas. Le resultaría imposible reconocerme aquí.
No quiero deberle nada a nadie con lo que escribo. Quiero ser egoísta y no nombrar a nadie. Supongo que, a la vez, es una manera de no involucrarlos. Es algo personal. Algo exclusivamente mío.
Mío. Por desgracia, es mío.
No se va. No se marcha. Sigue ahí. Sigue aquí. Y tiene la culpa de que vaya a volver loco al reproductor de música, porque no dejo de escuchar las mismas seis voces, una y otra vez. Y eso, en mí, no indica nada bueno. No tengo un buen día. Ni siquiera una buena semana.
Porque sigue aquí. Conmigo. Es mi fantasma y mi batalla personal, pero soy demasiado cobarde como para enseñar los colmillos y pelear. Soy una cobarde, un dragón que se finge fuerte por la mera constitución que tiene. Algo parecido al león de The Wonderful Wizard of Oz, que tenía que ser valiente sólo por el hecho de que era un león.
Tengo que ser fuerte, porque soy un dragón. Joder, dudo mucho que se hayan escrito historias sobre dragones cobardes. Simplemente por ser los malvados de la historia, ya tenían una personalidad de piedra. Pero quizá las historias de los cobardes nunca se han contado. La mía, por ejemplo. Porque soy un dragón cobarde. No tengo valor.
No tengo valor para enfrentarme a mi fantasma. No lo tengo. No lo tuve en su momento, y por eso me hirió tan profundo. Tan profundo, que me cortó las alas. Que me encadenó. Me dejó tirada, hecha un despojo de piel, carne y huesos, en medio de una tormenta. Nota remarcable: odio mojarme. Me dejé arrastrar porque no tuve valor y caí. En picado. Como un tronco seco. Y mis alas se partieron. Se rasgó su membrana, se quebraron los huesos, se desencajaron de la columna vertebral, y tuve que cargar con ellas como con el resto de mi cuerpo, para seguir avanzando en aquel pozo negro.
Me dejé ganar. Y me sigo dejando, porque aunque ya ha pasado el tiempo y muchas personas han curado mis heridas, siguen sangrando. Siguen aquí, como mi fantasma. Siguen. No se van y continúan doliendo. Siempre estarán, me han dicho hace poco, pero aprenderás, tendrás valor, lo superarás. Después de estos seis días, empiezo a dudarlo. Podré obviarlo y ser feliz, tampoco vamos a crear un melodrama de esto. Soy feliz, maldita sea, soy muy feliz. Solo es que a veces... apareces, mi eterno fantasma. Apareces. Hago chas y aparezco a tu lado, con tu agria sonrisa y esa capacidad para hacerme daño. Y todo se desmorona.
Se desmorona dentro. Por fuera, nadie lo sabe. Bueno, llega un punto de saturación en el que no puedo fingir y todo es jodidamente maravilloso, porque todo el mundo te pregunta y tú te quieres morir, porque te sientes imbécil. La misma pelea contradictoria. No quieres que nadie lo sepa y por eso te escondes, por eso finges. Pero dentro de ti, en lo más profundo de tu alma, brota un grito desesperado que pide ayuda, que se muere por encontrar descanso, consuelo, cariño, una mano amiga, y por eso aparecen esas personas tan intuitivas, que saben leer entre líneas. Escuchan esa llamada moribunda y se pelean contigo y tu mugriento orgullo... para conseguir hacerte un poco más feliz.
Yo soy una de esas personas intuitivas. Y suelo tener ánimo suficiente para cargar con mis propios problemas, y todavía me subo a la espalda los de los demás. Como ayer. Al borde del precipicio, y todavía hago más por mantenerme de pie, pensando que la felicidad del resto es más importante que la mía, y que tienen derecho a ser felices, a que alguien se trague su tristeza y la vomite lejos de ellos. Que tus problemas son ridículos por ser los tuyos. Y que eres imbécil por sentirte mal.
Qué ironía.
No te marchas, mi fantasma. Sigues aquí. Y desde hace seis días, te apareces con más frecuencia de la que me gustaría. Vienes a recordarme y a dolerme. Vienes a traerme momentos pasados. Vienes a anularme de nuevo, a desencajarme las alas y a hacerme caer en picado. Como un tronco seco. Vuelves a hacerme esclava de mis propios errores.
The tears in your face... they leak and leave a trace.
Qué razón tienes, J-Dog.
Cuando a un dragón le roban su libertad... enloquece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario