A las puertas de cumplir un año más, me doy cuenta de lo rápido (rapidísimo) que pasa el tiempo. Y no estoy convencida de que me guste.
Mi padre comentaba, cuando yo era más pequeña, que llega un momento en la vida de toda persona en la que el tiempo echa a correr. Empieza como un caballo juguetón, con un ligero trote, acelera, aminora, se ríe un poco de ti. Pero después inicia una carrera que a veces es tan frenética que da la impresión de ni siquiera ser real.
Es lo que pienso del último año. Ha pasado tan deprisa que no parece real. Sin embargo, lo fue. Como último recurso, me queda mirar las fotos. Ha pasado, claro que ha pasado. Pero tan deprisa... a veces me pregunto si lo habré disfrutado de verdad. Hice cantidad de viajes con veinte años. Estuve en Tarragona, en Roma, en San Sebastián, en Guatemala, en Venecia, en Menorca, en Granada. Y por poco voy a Toledo con los veinte.
¿Aprendí algo? En mi recién estrenada madurez, puedo decir que aprendí muchísimo. Ahora, en otras circunstancias, veo que todo es diferente. Observo mi pasado desde la cima del precipicio, desde el cielo. ¿No tengo alas? Lo que se dice mirar con perspectiva. Mis nuevas circunstancias me permiten observar lo que dejé atrás desde otra luz. No sólo en último año, sino los cuatro, los cinco, los seis últimos. Desde que mi vida cambió de lugar. Parece que estas reflexiones las hago con cada mudanza.
Aprendí, aprendí mucho con veinte años. Ahora noto que me hago vieja. Noto cierto peso encima de mis hombros, en el pecho. Mi corazón tiene una pequeña arruguita más.
Con veinte años fui feliz, muy feliz. Puedo decir que viví uno de mis mejores años. Con sus momentos, como todo, pero uno de los mejores. Conocí mucha gente y aprendí de ella, tanto para bien como para mal. Tomé decisiones importantes. Me hice mayor.
Noto que me hago mayor.
Lo siento.
Estoy creciendo mucho.
Vuestra pequeña se está haciendo grande.
Asusta esto de crecer. Me asaltan recuerdos tristes porque mi mundo crece conmigo. Todos a mi alrededor se irán haciendo adultos. El mundo no para de envejecer. A sus corazones les saldrán arruguitas. Asusta. El tiempo se te escapa de las manos, no sabes exactamente qué hacer con él y muchas veces te planteas si lo estarás aprovechando. Como cuando cuentas las horas antes de un examen, vaya.
Ganas cosas, pero pierdes otras. Y a mí nunca me ha gustado perder nada.
Son reflexiones momentáneas.
Si pienso en mi cumpleaños, lo único que me viene a la mente es que voy a echar de menos, me acuerdo de cumpleaños anteriores y, al final, quedamos los dos de siempre, cogidos de la mano y mirando el amanecer.
Y volar, volar, volar, volar por encima de los cocodrilos que hacen tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac.
No hay comentarios:
Publicar un comentario