Yun se puso delante de Par de un salto y le dio un pequeño susto. No hacía mucho que se conocían y, aunque le encantaba su entusiasmo constante, aún no se acostumbraba a él. El chico tenía una sonrisa gigantesca en el rostro y todo en su expresión transmitía una gran emoción. Par se rio.
Par hizo más grande su sonrisa. Desde el lugar donde estaba sentada, podía verlos a todos. A todos los que habían acudido a la reunión semanal, que habían sido más de los anticipados. Además de Yun, la incorporación más joven, estaba la Princesa, perfectamente desenvuelta en ambientes sociales. Pero también la pareja del VIII, tan hermosos como siempre. Y estaba el caballero espadachín, enseñando en aquel momento sus preciados tesoros. Y la gran sorpresa, uno de los Tres absurdos, Bandi, también estaba allí con su expresión cansada pero contenta.
Par sintió un picor en la garganta que trepó hasta sus ojos. Se había apartado un momento como parte de una broma, porque al VIII romano le encantaba recordarle que no se callaba, y eso a ella le hacía gracia, porque era verdad, pero también le daba mucha vergüenza. Así que se había tomado un tiempo muerto, en lo que se ponía otro vaso de té.
Se dedicó a observarles y a dejar que la felicidad serena viniese a darle un abrazo. Le gustaba lo que veía, le gustaba mucho. Le encantaba ser el pegamento y el puente que uniese a personas tan fascinantes, tan instruidas, tan buenas. Tan puras y llenas de luz. Se preguntó si no debería estar más tiempo callada, si esas personas tan estupendas pensarían que hablaba más que un sacamuelas e incluso si la considerarían pesada. En su felicidad, le asaltaron las dudas y la sensación de ser, en realidad, una gran impostora.
Pero si su mentira servía para que aquello sucediese, supuso que no estaba mal el sacrificio. Qué había hecho para merecer estar allí, en realidad no lo sabía. No recordaba haber hecho nada. No sabía si quiera si lo merecía. Aquí cada uno lidiaba con sus propios fantasmas.
Suspiró y llenó su vaso de té.
Cuando levantó la cabeza, se encontró con la Princesa delante de ella.
"¿No vienes? No le hagas caso al romano, sabes que lo de que no te callas es una broma."
Par no pudo no reírse ante su preocupación.
"Claro que voy, en cuanto me acabe el té me acerco y le digo cuatro cosas."
"¿Me puedo sentar contigo?", preguntó ella. Par asintió.
"Claro."
Se quedaron en silencio y, despacito, la Princesa se acercó y apoyó la cabeza en su hombro.
"Gracias, Par", susurró. Par ladeó la cabeza y abrió la boca para bromear diciendo que no tenía por qué darle las gracias. Entonces vio la expresión soñadora en los ojos de la princesilla, que miraba al grupo de amigos delante de ellas. Y los vio a ellos, riendo, compartiendo, creando memorias.
Le volvió el picor a la garganta y esbozó una gran sonrisa.
"No", dijo, y le dio un trago a su té. "Gracias a vosotros."
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