1 de enero de 2019

Feliz Año Nuevo

Dejarme arrastrar por la conversación tan terrible que tuve ayer por la tarde y que se alargó durante horas no es justo para 2018. La persona con la que hablé está en pleno derecho de sentir y pensar que estos últimos cuatro meses han sido, citándola, una mierda. Que no rescataría nada de ellos. Que menos mal que se han terminado. Esa es su opinión, a la que tiene derecho. Pero yo tengo también derecho a la mía, y opino que es injusto. Que es injusto, mezquino y un poquito vil. Que no es real y que no quiero imbuirme de la misma tristeza y las mismas sensaciones que esa persona. Porque estos últimos cuatro meses han sido duros, sí, llenos de momentos extremos y de sensaciones porque en eso consiste la vida. En sentir. En vivir. En parecer que estamos de verdad vivos. Y si no sentimos, si nos encerramos, ¿de qué nos sirve? ¿Qué significa? Para mí, nada en absoluto. Porque el modo en que viví estos últimos cuatro meses ha sido el modo en que yo hago las cosas. Sentí, lloré, padecí, me arrastré, tuve una o dos crisis y toqué el fondo con los talones. Lo hice, y qué. No escribo esto porque ahora me haga fuerte en un ambiente que me proporciona el amor que en estos meses me faltó, lo escribo porque lo pienso. 
Porque de una puta vez me he perdonado y, aunque no lo haya dicho a quien tal vez debería decírselo, me he perdonado. Y ya está bien. Que no tengo ningún problema psicológico y que no necesito ayuda profesional por tener sensaciones, por reaccionar, por vivir como yo lo hago. Quizá pedí demasiado y demasiada fue el guantazo de decepción que se me ha devuelto. Es culpa de mis propias expectativas y de las ideas que, demasiado a menudo, dejo que tomen control de mi cabeza. Pero ya está bien, porque me he perdonado. Porque quien me conoce y me quiere de verdad me ha hecho ver la realidad y me siento bien con ella. Estoy profundamente decepcionada con algunas personas. Y, ahora que lo sé, que ya no me da miedo admitirlo, puedo moverme hacia delante. Estoy profundamente decepcionada con una persona, pero al fin y al cabo son cosas que pasan. Quiero guardarme lo bello que tuvimos como algo bonito y saber apreciar que estuvo cuando tuvo que estar, pero, honestamente, ya no sé qué tipo de relación quiero tener con ella. Porque no es la única que está dolida. Porque no es la única que se ha hecho daño. 

Y ya está bien de ir mendigándole amor y cariño a la gente, se acabó. Porque si de verdad no me quieres dar aquello que te pido, no me lo des. Aunque yo esté suplicándote, no me lo des. Ya me daré cuenta cuando me tranquilice de que, en realidad, alejarme es un favor. No me debes nada, es verdad, pero yo tampoco te debo absolutamente nada. Lo que ha pasado en estos cuatro meses no ha sido culpa mía. Ahora lo sé, y mi conciencia está tranquila. No ha sido culpa mía. Y no han sido cuatro meses de mierda. 

Deja que te cuente por qué 2018 fue un año magnífico. 
Y me importa una puta mierda si me pongo a llorar mientras escribo, porque cada lágrima me hará mucho más fuerte. Más mujer, más sabia, más adulta. Mejor. Más valiente. Porque me niego a que por tu culpa (y esto sí es por tu culpa y te señalo con el dedo) yo tenga miedo. Nunca me harás tener miedo de no merecerte, a ti o a tu cariño. Es que me niego, joder. Nunca volveré a temer quedarme sola, porque no estoy sola en absoluto. 

Laura, por favor, léete esto las veces que haga falta. Vuelve a este 1 de enero las veces que necesites, igual que vuelves a los recuerdos de Uruguay, y entiende que aunque el camino duela, nunca estarás sola. ¡Nunca! Que te aman como te mereces en diferentes partes del mundo y no solo en casa. Que te mereces ese amor y que ahora mismo (ayer por la noche sin ir más lejos) lo estás absorbiendo casi de borrachera a través de la piel.
Recuerda que, aunque la última parte fue dura, 2018 fue un año que merece la pena recordar. 

Mi hermano y yo volvimos a ver a Hollywood Undead en la calentada máxima en Glasgow. Quise mucho a una persona que me ha decepcionado, pero la quise y de eso no me arrepiento. Empecé a dar clases a principiantes y me convertí en la entrenadora de uno de ellos, que aunque a posteriori también resultaría no ser lo que yo imaginaba, sigue necesitando que le enseñen esgrima y, bueno, eso puedo hacerlo. Empecé La sombra del Huma y la abandoné a las 40 y pico páginas, terminé Yazata. Fuimos a BUCS, mi mejor amiga se mudó a una casa con habitación de Joey, sobrevivimos a una alerta roja de nieve y empecé a trabajar en Cottage Kitchen, mal que me pese algunos días. 
Papá cumplió 60 años y Sombra llegó a nuestra vida. Empecé en un arrebato Furia, que ahora se llama Daeva, y volví a ponerme con Libra porque necesitaba desengancharme de la droga en la que Yaza se había convertido. Me bañé en el mar a las 5:00 de la mañana y tuve una de las semanas más absurdas de mi vida en mayo. Fui a París y estuve en la esquina de Frinoé. Fui a Lisboa, volví y tuve a Bob casi un mes conmigo en St Andrews. El Volcán de Fuego entró en erupción en Guatemala y desgarró mi corazón. Estuve en Leeds y fue bonito y profesional. Volví a casa y nos fuimos de vacaciones a Cantabria, a Pirineos. 
No me dieron la beca en la que tanto había trabajado y me derrumbé. Mi madre me rescató de ese abismo y disfruté de agosto lo que no está escrito. Regresé a St Andrews y la pretemporada casi me mata. Mi tercer semestre consistió en nadar contracorriente y no dejar que mi cabeza se rindiera, haciendo fuerza, empujando, avanzando contra todo lo que me arrastraba para poder sentirme en casa. Lo intenté y de no haberme rendido estoy muy orgullosa. Tuve nuevos principiantes a los que enseñar. Mi Temerario vino a visitarme y llegamos hasta el lejano norte sin matarnos con el coche. Celebré mi octavo aniversario con Bob. Viajé a Uruguay con mis mejores amigos y mi querida Lu se casó (la casé), y lloré muchísimo. Empecé Gaokerena en una madruga de aeropuerto. Cumplí 28 años y me compré mis dos nuevos floretes, Kuh y Saena, a los que echo terriblemente de menos ahora mismo. Tuve una fiesta de cumpleaños que salió regular, pero a la que creo que ya puedo volver con cierta tranquilidad. Fui a Berlín y vi a Philipp y a Simurgh. Progresé, avancé, escribí la tesis, seguí avanzando, me enamoré de nuevo de la parte histórico-artística y volví a la oficina después de algún tiempo aislada y perdida por la biblioteca. Escribí otro capítulo de la tesis y apenas nada de literatura. Leí algunos libros (pocos) y vi muchas películas y series nuevas. Comí a reventar y Venom/MoonMoon se convirtió en mi spirit animal. Envié un correo y "pasó algo". Volvía  casa. Y celebré Nochevieja exactamente con quienes quise celebrarla, después de un más que exitoso viaje a Madrid. 

Viví, y viví mucho. Muchísimo. Los años duros, las experiencias me esculpen. Y esculpir es quitar lo que sobra a la fuerza (gracias por ese verso, Chojin). Bailé, bebí, comí, canté, reí, hice el amor, mordí, grité, me puse furiosa, bebí más té, abracé, lloré. Y qué si lloré, y qué si sentí y me derrumbé, y qué si viví
No me arrepiento de haber querido. Es injustísimo que me arrepienta. Quise, quise con bendita locura y no se me devolvió el amor que entregué por un lado, pero por otro, oh, déjame decirte, por otro lado se me devolvió el doble, el triple, el cuádruple. Me castigué y me sentí culpable, miserable en una cueva sin luz, pero ahora ya ha venido a buscarme la claridad y ya me he perdonado. Lo juro. Me lo juro a mí misma, me he perdonado. Ahora estoy preparada para lo que venga en veinte días, porque me he perdonado. Porque ya no espero a nadie allí y tampoco espero que nadie me esté esperando. Aquello es mi vida temporal y lo más importante no es mi corazón, sino mi mente. Mi tesis, mi pájaro, mi vida académica. Y a pesar del temporal salvaje, lo estoy haciendo muy bien. Y eso me hace feliz. 

Porque 2018 fue un gran año y quiero, insisto, quiero recordarlo como un año bueno a pesar de este último tramo. De este último ascenso de nieve y frío. Ahora, que el tiempo convierte las tragedias en recuerdos. Ahora, querida y arropada en casa. Ahora, serena y en paz conmigo misma. Ahora, con distancia y perspectiva, ahora que ya sé que no me quieres tanto y tampoco espero que me quieras de ninguna manera. Ahora que no quiero nada, lo juro, nada más que dos floretes, mi tesis y mucho té. Que quiero y puedo sobrevivir sola, porque lo que viene es grande y brillante como un mar de soles espléndidos. Y que no estoy sola, nunca lo estaré. 

2018, prometo recordarte con la belleza y la ternura que de verdad tuviste. Prometo hacer el esfuerzo de ver lo bello que me diste y la sabiduría de lo que me enseñaste. Y me importa muy poco que este "positivismo" pueda ser visto como un auto-engaño desde fuera, porque es mi propia decisión y mi propia perspectiva. Esto es mío y de nadie más, esto es mi corazón y mi cabeza que se sientan en paz, por fin. Porque soy yo la que elige quedarse con lo bueno, que lo ha tenido, y rechazar de forma frontal la idea de que no hay nada que rescatar de septiembre a diciembre. Y una mierda. Claro que lo hay, y si no puedes verlo eres tú quien tiene el problema y no yo. Tu afirmación ha sido injusta y yo no me la quiero quedar, así que la dejo a un lado y sigo caminando. 

Hay resentimiento en estas palabras, lo sé, pero también hay fuerza. Fuerza y energía para mantenerme en pie si necesito recordar que soy fuerte, que mi aparente debilidad es justamente la que me hace de hierro y piedra. 

Y hay amor, hay tanto amor en mi vida que no sé por dónde empezar a agradecerlo. Sobreviviré, vaya si sobreviviré. Soy una experta en sobreponerme porque siempre tengo el calor de los brazos de mi gente a los que volver. 

Sin ir más lejos, me pienso hacer una lista de las cosas que tengo que cambiar en Yazata y mañana (o cuando sea, pero lo haré) me pongo con ellas. Porque no sé vivir sin ti, Yaza. Gracias por no abandonarme ni un solo día de este año. 



Feliz año nuevo, porque feliz ha sido, feliz será. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario