No sé cuántas veces lo he dicho en estos dos días, pero me da que lo voy a tener que repetir hasta que me quede (más) afónica.
Sheffield ha sido otro rollo. Otro, completamente inesperado y distinto. Probablemente la semana pasada pueda contarse entre las favoritas de este año, si no de mi vida. Desde Glasgow con su nieve y su tarta casera, con nuestras celebraciones de cada punto, y después BUCS, desde la ansiedad social hasta casi morir en una de las vueltas del baile, demasiado entusiastas. Me ha encantado todo y con todo me quedo. Con mi pase a eliminatorias en espada y en florete, con la decepción de este último y todos los moratones en mi cuerpo (que, madre mía, la pierna derecha). Con la comida que no es comida, el vodka con coca-cola en la taza del hotel, el combate que gané de forma tan inesperada y que me llevó al top 32 de este país británico, con los abrazos y los ánimos en todas direcciones, la tensión de los combates de otros, el bailar con la espada (I am not an épéeist!), gritar I'll make a man out of you en el autobús de vuelta, el calor y el frío, el ruido del extractor, los desayunos de cerdos porque todo está incluido, los rainbow shoelaces, Bob (el pato), Beth con toda su maravilla, Natasha y Hari Pota, en general todos los miembros del equipo a los que he aprendido a querer y a conocer, los abrazos, el rincón de trabajar, el té, el café, la música en mi cabeza y en mis oídos, el camino de vuelta a las dos de la mañana con la lluvia escocesa, la sesión de trenzas en el autobús, los consejos amorosos de alguien "con mi experiencia", las pocas horas dormidas...
Con todo y con la foto que enseña lo grandes y lo imbéciles que somos. El privilegio de sujetar una espada o un florete y sentir la presión en la palma, la presión de su maravilloso peso, y solo bailar con la hoja mientras el calor de aquellos a quienes les importas y te quieres se convierte en una oleada de gritos cada vez que se enciende una luz en el marcador.
Qué maravilla de fin de semana.
Cosas que tienen que ver, hoy me he dado cuenta de que el año pasado no escribí nada para el 22 de octubre y me he sentido fatal, pero, en el fondo, sé que tú te hubieses reído. Te echo de menos hoy, más que otros días, probablemente porque sé que te veré pronto y tú todavía no lo sabes.
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