1 de agosto de 2014

El primero de los pájaros

«El primero de los pájaros, el Sen fue creado.»



En qué momento se me ocurrió salir corriendo detrás de ti, no me acuerdo. Sí recuerdo cuándo te conocí, hace cosa de cuatro años, y con cuatro lecturas malas y rápidas de Wikipedia y dos blogs con colores chillones (ante todo, información contrastada) ya creí saberlo absolutamente todo de ti. Y si algo no sabía, me lo inventaba. Total, como siempre, ¿a quién iba a importarle? Mi especialidad siempre ha sido irme por los caminos que todo el mundo evita coger, porque son, hablando mal y pronto, raros de cojones. ¿A quién iba a importarle una gallina de colores estampada en las teselas de una pared? A nadie. Bueno, en realidad le importó a las contadas personas a las que yo les di la tabarra con mi alocada, ambiciosa, "gran" idea. Esas personas que puedo contar con los dedos de una mano, y me sobran tres. Yo creía que lo sabía todo. Y aún así, en lugar de gritarlo a los cuatro vientos (como hubiera sido lo habitual), lo que hice fue callarme y esconderte. Porque aquella "gran" idea se convirtió en una "gran" parte de mi propio ser. Y tuve miedo de que alguien pudiese hacerle daño. Así que no dije nada.

Y de repente, porque sí, apareces con tu esplendor cuatro años después, en un cruzada de cables que me sugiere que, por qué no, puede ser interesante escribir un artículo de veinte páginas sobre Simurgh. Yo, que pensaba que lo sabía todo. No tenía ni idea. Ni idea de ti. Cada palabra que leía (esta vez de fuentes contrastadas de verdad) me hacía darme cuenta de que estaba sumida en una selva oscura, en la que apenas entraba la luz. Por encima de las copas, por encima de las nubes, volabas tú. Y con un escalofrío lo supe; quería correr detrás de ti. Correr, arrastrarme y alejarme de Occidente para buscarte a ti en el corazón perdido de Oriente. Conocerte de verdad, saber quién eras, en lugar de imaginármelo o inventarlo. Así que corrí. Y lo primero que pasó fue que me di en toda la cara con el tronco de un árbol. 

Nadie me dijo que ibas a ser tan complicada de seguir. Ahora, casi al final del camino, empiezo a preguntarme qué fue lo que me impulsó a elegirte a ti. Aunque, en realidad, casi puedo decir que fuiste tú la que me escogió a mí. La que me dejó verte y aprenderte. Tengo que redactar unas conclusiones acerca de lo que hice. Tengo que escribir una introducción que te justifique. No sé cómo hacerlo, porque tampoco estoy segura de saberlo. No lo sé. Porque, otra vez, ¿a quién va a importarle? Si solo supieras lo confundida que estoy. No es desazón o tristeza, es simple y llana confusión. No tengo respuesta para esas preguntas. ¿Qué es lo que he hecho? ¿Por qué lo he hecho? ¿Qué aporta lo que he hecho? ¡Y yo qué sé! Yo solo sé que quise salir corriendo detrás de ti, como una loca, porque quería reunir la información suficiente para que fueras co-protagonista de mi novela histórica más ambiciosa, que se llamaba "Simurgh" y que hablaba de los Cruzados. ¡La Cruzada! ¿Te lo puedes creer? ¿Le digo a esta gente la verdad? ¿Les cuento qué pensé cuando te conocí? ¡Y yo qué sé!



«Lleva mis plumas contigo, así vivirás siempre bajo mi protección, porque te crié bajo mis alas con mis propios hijos. Si cualquier adversidad se te presenta, si se encuentran lo bueno y lo enfermo, lanza una de mis plumas al fuego, y mi gloria aparecerá ante ti en el acto. Iré a ti bajo el aspecto de una nube oscura y te traeré de vuelta aquí y a salvo».



No tengo idea de cómo saldré del paso ni lo que escribiré. Lo que sé es que aquí, a los pies del Monte Alborz, en tu presencia, no me arrepiento de nada. Me he arrepentido, es verdad, me he lamentado mil veces de mi elección por no ser "académica" o (jodida y puta y maldita palabra) "normal". Pero no me arrepentía de ti; me arrepentía del mundo al que tenía que presentarte, de las cabezas cuadradas que me mirarán con la ceja arquead y me preguntarán "señorita, pero usted... ¿qué pretendía?". Y egoístamente me entraba el miedo, el miedo a que mi amor propio y mi ego fuesen apedreados delante del resto. Porque no, no soy (jodida y puta y maldita palabra) "normal". Y tú tampoco. Como tampoco lo fue al-Ahmar en su momento, como nunca lo será Avani (al que, por cierto, he podido dedicar un par de frases dentro de la tesina). No lo somos. Pero es nuestra propia naturaleza, nuestra propia identidad. Qué vamos a hacerle, si fuimos concebidos extraños en una tierra de (jodida y puta y maldita palabra) "normalidad". 
Pues volar. Volar y nada más.



«Simurgh se despidió de Zal, abrazándolo como si fueran trama y urdimbre de una misma tela.»



Gracias por enseñarme que sigo teniendo alas en la espalda. Gracias por hacerme crecer tanto como he crecido. Todo te lo debo a ti, y a las pocas personas (pero increíblemente importantes) que creyeron que yo era capaz, que tú y yo juntas éramos posibles, y que importaba una mierda lo que las cabezas cuadradas pudiesen opinar. Porque tú eres grande. Eres emperatriz, eres reina, eres Farr. Y con tus ojos de infinito, me miraste. Y con tus alas dadoras de vida, me acogiste, como trama y urdimbre de una misma tela.



Ha sido divertido. Lo repetiría mil veces.

No hay comentarios:

Publicar un comentario