7 de octubre de 2012

El maestro de la Ilusión

Si un chico selecciona la camiseta de su grupo favorito para ir al primer día de scouts, al gran juego para inaugurar la Ronda Solar, y te pregunta si lo conoces porque comentas que es un buen grupo, ¿cómo vas a decirle que no? ¿Cómo, cuando nada más verlo antes, en el círculo grupal, ya has adivinado qué tipo de chico es? Un chico que decidió hace menos de un año dejarse crecer el pelo, y que se esconde detrás de él, que no lo lleva muy arreglado y que habla muy bajito. Un chico que mira siempre hacia abajo y que, además, lleva gafas. Un chico que te recuerda a tus amigos en primero de bachillerato, y que probablemente te recuerda a ti misma. 
¿Cómo se te va a ocurrir decirle que ese grupo, que Power Quest no lo has escuchado apenas, o que Rhapsody te parece música de críos, simplemente porque te trae de vuelta una época pasada? ¿Cómo, cuando sabes exactamente el tipo de chico que es?



No lo haces, claro que no. 
Y después, en la presentación de los scouters, tienes que decir tu nombre, tu sección y tu pasatiempo favorito, preguntas "¿cuál es mi afición?". De repente se levantan unos cuernos al final del tumulto de cabezas, una mano cargada con toda la energía del power, y esa vocecita antes ridícula contesta, a grito pelado: "¡el heavy metal!"
Te quedas parada, la carcajada te sale sola y dices "también, también", mientras le das tiempo a tu coco para que vuelva a la dinámica y a la presentación que tienes que acabar.



Pero no puedes dejar de darle vueltas a ese chico, y tampoco puedes dejar de pensar que tendrías que haberle cantado un trozo de Holly Thunderforce, no para quedar de estupenda o de sabida, sino para inyectarle un poco de felicidad en esas venas. Porque recuerdas su cara cuando le has dicho que tienes la discografía entera de Scar Symmetry, a pesar de ser una chica, y sus ojos abiertos cuando escuchó que conocías a su grupo favorito.
Al llegar a casa, te pones a buscar cosas de Power Quest y descubres que algunas canciones se salvan bastante, aunque parte de tu alma y de tu hígado le corresponda por siempre a Edguy o Avantasia. Empiezas, porque quieres saberte esas canciones, sabértelas para tener algo que compartir con él, algo que comentar, algo que berrear en algún momento concreto. Buscas todo lo similar que tienes en la biblioteca de iTunes, cualquier cosa que roce el power metal, el melódico, el pagan folk, para recomendárselo, para sugerirle que lo escuche, a ver si también le gusta. Y empezar a tener cosas en común, cosas similares y canciones idénticas. 



¿Y esto por qué lo haces?
Porque también has sido así, y has tenido amigos así. Porque quieres demostrarle que no importa si te gusta el heavy metal o el cante jondo, porque todos tienen sitio bajo la misma pañoleta, el mismo mundo. Porque quieres que sepa que sus gustos, que parecen desubicados o fuera de lugar, no lo están para nada, y que una persona como tú, con un aspecto que roza el pijerío, tiene dentro un corazón negro que se emociona cuando escucha que suena Finntroll. 
La figura del scouter siempre fue para ti un referente, un puntal; ¿por qué no serlo para él? Quieres que él se sienta cómodo con sus gustos, consigo mismo, y que no se dé vergüenza; que no vuelva a pensar que es extraño por la melena o por las camisetas que lleva. Probablemente el chico no tenga ningún trauma, pero sí muchas inseguridades. Tú no vas a ser Tyrael ni el Ángel Custodio que le salve la vida, pero le puedes echar una mano. Una canción, o dos, o tres. Te puedes aprender Far away, Master of Illusion o Kings of Eternity para cantarlas con él cuando le veas, porque realmente te gustan. 
Les has visto hacer gestos con la mano, como si estuviera tocando una guitarra, y quieres hacerle ver que la gente con esos gustos también "mola". Porque todos son iguales, y porque en realidad estás emocionada de tener un pequeño heavy entre tus niños, aunque tu vayas con los pequeños. Que las personas con negros y melenudos corazones pueden reaccionarse igual y pasarlo tan bien como cualquier otro. Quieres que se abra y que no se encierre en el cubículo de su pequeña diferencia, una diferencia que tú hace años aprendiste a destrozar y que ahora ni existe. Aunque quede su recuerdo. 
Ese recuerdo que ha hecho que tú te pongas a escuchar esos grupos, uno detrás de otro, y que tengas tantas ganas de volver a verlo sólo para cantarle el estribillo de alguna canción, o decirle que te emocionas con la entrada de cualquiera otra y que, por cierto, si te gusta el power, échale un vistazo a este otro grupo y me cuentas.
Y seguimos hablando. 
Y, poco a poco, se lo contarás a tus compañeros scout, o saldrá una dinámica de música, y allí estarás tú para apoyar a esa pequeña persona llena de inseguridades, para mostrarle el dragón (tan épico) que llevas dentro y para sonreírle tanto como hoy, el día en que lo has conocido. 












¿Ley de barraca? Tambor.
Ucha-acha-uchaucha-acha. 
Uh, ah-ah-ah, uh, ah-ah-ah, uh.
¿Y cómo hace él?
Manada, manada, manada.

Cosas que tienen que ver, esta sensación... hacía tiempo que no la tenía. Y la echaba de menos. Queda inaugurada la Ronda Solar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario