Hace casi dos años, había un chico. Alberto, creo que se llamaba, algo así. Resulta que a este chico, hace más de dos años, le dio por que yo le gustaba. Sí, le gustaba bastante, si pensamos que lo primero que este chico vio de mí fue el estupendo culo que tengo. Un culo decente. Y, parafraseando a Bustamante, si el resto acompañaba, esa chica tenía que ser suya. Al parecer, acompañó. Así que nada; confirmado el gusto a piñón.
Esta chica, yo, no podía ser una amiga.
Llegaste a mí sin avisar, como ese temporal que arrasa todo y después se va.
La cosa es que a mí Alberto no me gustaba. Era mono, estaba bien. ¿Pero para qué? Llevaba casi diez meses lamiéndome las heridas y, aunque había tenido ocasiones, no quería saber nada de hombres. Y menos de uno cuya primera impresión para mí fue la de un armario empotrado con pinta de chulo-playa. Ni hablar. La sangre no debía de llegarle bien a esa cabeza tan grande, porque conmigo no iba a poder. Qué demonios.
Ni hablar. Ni con comprarme material, porque yo iba de cráneo, ni con acercarme a casa en coche le iba a resultar, yo no estaba para nada en sus coqueteos. Además de verdad, porque del supuesto tonteo yo no me enteraba. Pero el resto del mundo sí. Un mundo que tuvo que pugnar porque el pobre Alberto no se reventara la frente contra alguna columna.
Pobre, en realidad. Nadie le había advertido de dónde se estaba metiendo.
Mi suerte no entiende de amor.
En realidad, Alberto empezó a gustarme pero yo no quería. Se lo dije, para qué engañarlo. Era mono, era simpático, un tío divertido y una compañía agradable. Además, con un cuerpo que me estaba volviendo bastante loca. Pero como seguía anclada en mí esa manía a los hombres, fue algo así como "quiero comerte entero, pero va a ser que no; lo siento, chato". La verdad es que lo encajó bastante bien. Bien, fue lo que dijo. Mucha filosofía y, debo reconocerlo, me sorprendí. Lo que me dijo después me tuvo liada todo el fin de semana: "ya te convenceré de lo contrario".
Porque no hay guerras civiles si echamos el pestillo, y aunque siga siendo cutre, el mundo ya no es un ladrillo. Setecientos treinta y tantos días de tu sonrisa, haciendo que la vida no sea papel de lija.
¿De lo contrario? Y tanto que me convenció.
Sólo hay que hacer números. Porque hace dos años Alberto decidió que, no sé por qué, yo era la chica. Algo tendría. Hubo personas que le dijeron que yo era muy mona, una niña encantadora, una loca de la vida, una tía divertida. Hubo otras que se volvieron locas de alegría (y espero que a día de hoy no hayan cambiado de opinión), que le dijeron que yo era guapa, que tenía unos ojos bonitos, un pelo muy original, un cuerpo lindo.
Tu mirada es de fuego y mi cuerpo es de cera.
Lo que nadie le dijo a Alberto fue que yo, en realidad, soy insoportable. Cambio de estado de ánimo como una montaña rusa, tiendo a encerrarme en mí misma y a veces soy muy desagradable a propósito. Nadie le dijo a Alberto que lo mandaría a la mierda muchas veces, que dejaría de quererlo a ratos, que sería insoportable discutir conmigo porque no se me da bien reconocer un error. Nadie advirtió a Alberto de que tiendo a ponerme siempre de parte de los demás antes que de él, que soy una pesada perfeccionista y una niña malcriada. Nadie lo avisó de que yo perseguiría mis sueños y volaría, sin importar qué o quién dejo atrás, y que lo iba a dejar tirado un año por vivir entre moros, naranjos y leones.
Que no me dejaba cuidar. Que era una persona difícil. Que no iba a ser un paseo en barca. Que valor, majo, y al toro.
Ojalá que se llame 'amapola', y me coja la mano y me diga que sola no comprende la vida, no. Y que me pida, más, más, más; dame más.
Aunque nadie, salvo yo, podrá decirle a Alberto lo que realmente pienso. Básicamente, porque es algo que sólo yo sé. Nadie más que yo podrá decirle a Alberto que hay días en que con cada canción me imagino una historia, que accedí a darle una oportunidad porque soñé con él descalzo y en vaqueros, que la primera vez que me rozaron sus dedos creí que me derretiría y algo dentro de mí explotó. Nadie, salvo yo, sabe que lo echo de menos incluso cuando lo tengo a quince minutos, que me despertaba a propósito para ver que estaba a mi lado y besarle en el hombro, que las calles de cualquier ciudad se vuelven mejores si las pasea conmigo. Que nadie como él es capaz de hacerme reír, de hacerme reventar de la risa, con sus idioteces que también son las mías. Únicamente por mí puede saber que hay veces que lo quiero a morir y veces que realmente lo detesto, pero que suelen ganar las primeras. Que me encanta cómo me mira y que sea tan grande, para poder cogerme a hombros y menearme como si fuera un saco de patatas, que nadie más que él ha sido capaz de hacerme llegar tan alto. Que estoy obsesionada con el olor de cierto gel de ducha en su piel, que siempre apoyaré sus causas locas y que un día sin un "pequeña" está tan vacío como una playa en enero.
Sólo yo puedo hacerle saber que me encanta ponerme su ropa, que desde que le conozco los tomates ya no son lo mismo, que quiero compartir parte del mundo que conozco con él y que, al fin, parece el único hombre capaz de comprenderme.
Déjate querer, dímelo otra vez. Quédate muy cerca de mí y así, los dos, dulce madrugada.
Le daría las gracias por no juzgarme nunca, aunque la gente diga y murmure. Por saber quién soy realmente, y lo que me impulsa a hacer las cosas. Por ayudarme a coger impulso cuando quiero volar y ser el mejor pañuelo para mis lágrimas. Por ser el amigo que muchas veces necesito, y el amante que no estoy segura de merecerme. Por tener paciencia, y por sacarme de quicio muchas veces.
Por ser valiente conmigo, y también cuando yo no lo soy.
Por atreverte conmigo.
Por besarme con todas, todas tus ganas y sin miedo, la madrugada del 22 de octubre. Sin temor a lo que pudiera pasar después, sólo porque querías hacerlo. Sólo porque, confirmado el gusto, a piñón. Por decidir que tú y yo nunca íbamos a ser amigos.
Pongamos que te pongo, y tú me pones el derroche entre las manos.
Te quiero. Otro año, te quiero.
No se me ocurre qué puede ser más sincero.
Te veo sobre la cama y quiero quedarme a vivir. Y no sé ni tu nombre...
No hay comentarios:
Publicar un comentario