Has pinchado en hueso, conmigo.
No sé por qué lo has hecho, o en qué cojones estabas pensando. Adivino que en ti. En ti, y sólo en ti. Para variar. Y el resto, como de costumbre, no es importante.
Ya me tocaba las narices que lo hicieras conmigo. Me dolía que lo hicieras con ellos. Pero has tocado fondo al hacerlo con ÉL. No Él. No mi dragón. No, no, no. Has cruzado la línea.
No sé quién eres, no te conozco, y mira que he intentado luchar contra esta tormenta, porque me pesa decir que no eres más que huracán, tormenta, tempestad, que a su paso deja un rastro de desastre. Quizá no lo haya intentado todo, y no soy desde luego la que luchaba en primera línea. Bastante plomo han tragado los dos que van por delante de mí.
Pero se acabó. No sé quién eres, no sé cómo tratarte, y no sé cómo relacionarme contigo. Somos de especies diferentes, y creo que no nos entenderemos nunca.
Jamás.
Ahora soy yo a la que no le gustas. ¿Nosotros no te gustamos a ti? Tú a mí no me gustas nada. Tú, con tu asco visceral y con tu egoísmo exacerbado. No me gustas. Muerdes la mano que te da de comer, muerdes la mano que te acaricia. Y te ves con derecho a salir airoso.
No es así.
No tengo ni idea de quién eres. No conozco a la persona en la que te has convertido.
Y la pregunta constante, la que se hacen ellos dos e incluso yo misma es "por qué".
¿Por qué?
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