Creo que la mejor sensación que puede describir cómo me siento cuando estoy contigo es que me siento a salvo. En el sentido de que hay cierto cariz de refugio en las paredes de tu casa (de cualquiera de las tres casas en las que me habéis acogido, extensible a cuatro dependiendo de la ocasión). Y no es solo en tu casa; en el coche, de noche rumbo a Aranjuez y con Koma sonando a través de los altavoces, sin que yo tenga que estar participando de la conversación siquiera, también me siento bien. Probablemente las gominolas que estaba comiendo o que me acababa de comer ayudasen. No es sino otro de los pequeños detalles que me sorprenden cada día de ti, de nuestra relación, del tipo de persona que me descubren que eres. La palabra precisa sería "natural". Eres la viva imagen de la naturalidad y por eso estar contigo supone mi continuo aprendizaje. Aprendo de ti a decir las cosas como las pienso, pero a vigilar con quién las comparto y en qué manera lo hago. Me enseñas a valorar qué batallas son dignas de ser peleadas y cuáles es mucho mejor dejar pasar.
Y, por supuesto, me sorprenden todos tus bonitos y pequeños detalles. Tengo en tu casa un gel de ducha solo para mí, porque soy así de especial y el aloe vera me da alergia. En lugar de esperar que yo lo solucione trayendo mi propio material de aseo, tú me lo proporcionas. Porque te hace ilusión tenerme en tu casa. Igual que me compras salmón y atún, porque me gusta el pescado. O que te cabreas conmigo porque guardo el lavavajillas, hago mi sofá-cama, friego los platos. Te indigna que haga cosas que tú no me has dicho que haga. Pero como te comentaba ayer, soy tu amiga y tengo la confianza suficiente y el morro para saltarme olímpicamente todas las prohibiciones que me hagas. Me encanta que te sientas lo suficientemente cómoda como para confesar en el coche algunas de tus decepciones vitales sin que yo te pregunte nada. Me gusta que te sientes a mi lado y me digas, casualmente cuando más lo necesito, "es que yo te cuido". No me gusta tanto que no vivas en Madrid, pero me chifla que a pesar de eso seas la persona que más veo desde que me mudé aquí. Me gusta hasta que me mandes a la mierda y que me insultes. Lo de "gili" ya es una marca personal (no sé de cuál de las dos, pero lo es y eso es lo que cuenta).
Hace tres años que te conozco, pero solo dos desde que se podría afirmar que somos amigas. Amigas de verdad. Nuestra relación es, probablemente, una de las que más orgullosa me siento de tener, porque he aprendido a no exigirte nada y poco a poco nos hemos ido conociendo y compartiendo, hasta convertirnos en personas extremadamente importantes. Soy esa persona a la que llamaste por teléfono hecha una magdalena, cuando estabas tan lejos de casa y fuera hacía frío. Eres esa persona a la que llamé cuando todo se fue a la mierda el septiembre pasado. Eres esa que cogió el coche a las dos de la mañana solo para traerme chocolate con canela. Mi relación contigo es un constante aprendizaje, ya lo he dicho, y de un tiempo a esta parte solo me trae agradables sorpresas. Porque de verdad me sorprende no haberla cagado ya o haberme hecho ver como soy, que es completamente nula con las habilidades sociales. Tal vez porque nunca he esperado nada de ti, me lo has dado todo. Y lo mismo al revés. Me da la impresión de que tengo mucho que devolverte y, al mismo tiempo, de que no querrías que te lo devolviese. Gracias.
Por encima de todo, gracias por haberme pintado de Catrina. Anoche te lo dije, era uno de los sueños ridículos que tenía, algo que de verdad quería hacer, pero era plenamente consciente de que no tengo ni la paciencia ni el arte necesarios para conseguirlo. Y tú, con tu infinita paciencia, has sido capaz de soportarme dos horas entre tu casa y el Casino, para dejarme tan guapa como ni siquiera había soñado. Me miraba al espejo y me enamoraba de la realidad. Creo que las fotos me tienen más que enamorada. ¿Repetimos en Carnavales si no sale adelante lo del flautista y las ratas? Hasta te tomaste todas las molestias del mundo para hacerme la corona de flores, que no sé cuántas veces me tuve que probar ni cuántas veces te canté Como una ola o La zarzamora. Me gusta pensar que todavía puedo hacerte reír con mis gilipolleces.
Muchas gracias por ayudarme a hacer realidad uno de mis sueños absurdos. Anoche no podía estar más contenta.
Joder, no pararía de darte las gracias. Pero mejor te ayudo a preparar la comida y me dejo de sensiblerías menstruales, porque me estás mirando con cara de "como se te ocurra entrar en la cocina, te mato", y no puedo aguantarme a contradecirte. Y, una vez más, no sabes que todas estas palabras son para ti.
Gracias, Lu. Como decía la canción:
Qué alegría, qué buen día, qué bueno tenerte. Qué bien estoy, ¿quién me lo diría?
Qué alegría, qué buen día, qué bueno tenerte. Qué bien estoy, ¿quién me lo diría?
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